Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
Palabra del Señor
Comentario
Vamos a continuar en esta semana reflexionando sobre esta imagen del camino, ¿te acordás que la semana pasada empezamos a reflexionar, a pensar un poco, a comparar esta imagen del camino con nuestra vida de fe?; de hecho, a los primeros cristianos se los llamaba «seguidores del Camino».
Cuando comenzamos siempre un camino, cuando emprendemos un viaje, en donde implica un esfuerzo en general, así como pasa con la vida de la fe, todo comienza bien, todo comienza con entusiasmo. Y es lindo que así sea, porque tenemos el corazón puesto en la meta, en nuestros deseos de llegar y en todo lo que vamos a experimentar a lo largo del camino. Todo al comienzo nos resulta fácil, no pensamos en las dificultades, no pensamos ni siquiera en los dolores del cuerpo, andamos incluso con la cabeza bien alta, mirando, observando todo. ¿No te pasó alguna vez? Bueno, es lindo que así sea y es lógico que así sea. Y así también pasa en nuestra vida cristiana. Después de una conversión o cuando descubrimos verdaderamente a Jesús, todo comienza sobre ruedas, como se dice, sobre patines. No nos cuesta la oración, no nos cuesta la participación en los sacramentos, todo se nos hace cuesta abajo. La gracia de Dios nos acompaña mucho y todo se nos hace más fácil.
Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy, donde podemos descubrir a Jesús como médico, ayudando también, simbólicamente, a formar como hospitales por donde pasaba; en realidad, era la gente la que sin querer y por el gran deseo de ser sanados, transformaban el entorno de Jesús –las ciudades, los pueblos, las plazas– en hospitales. Porque eso hace él con nosotros, esa es una de las grandes tareas y misiones de nuestro Salvador: sanarnos, sanarnos principalmente del pecado que va carcomiendo nuestro corazón y nos va aislando de los demás. Porque la mayor consecuencia del pecado en nuestro corazón es el egoísmo, el excesivo amor propio que nos aísla de los otros y no nos permite crear relaciones sanas de amor que nos hagan vivir plenamente. En el fondo, nos invita el pecado a caminar solos, pensando que podemos.
Y por eso también para nosotros él es como el médico del alma. Del mismo modo que el sacerdocio cristiano y la Iglesia son de alguna manera ese ejercicio continuo de la sanación que Jesús vino a traer al mundo, incluso en el Evangelio de ayer veíamos como la gente se agolpaba para escuchar la Palabra de Dios, y hoy vemos como la gente se agolpa para ser sanada.
Algo del Evangelio de hoy, en muy pocas palabras, nos da una pincelada de lo que generaba la presencia de Jesús, de lo que se había extendido su fama por todos lados, del deseo insaciable que tenía la gente de estar con él por lo que hacía, por sus curaciones, por los exorcismos; y un poco menos, por sus palabras, por lo que decía. Siempre es más atrayente saber que alguien puede sanarnos de nuestros males físicos, que de nuestros males espirituales, morales, que muchas veces ni sabemos reconocer.
Te presento una suposición: si hoy te dijeran que en la plaza de tu ciudad, de tu barrio, en la plaza más cercana en donde vivís, va a estar alguien que cura y sana enfermos con solo tocarlos… ¿qué harías?, ¿qué haríamos? Me imagino que, si estás enfermo, irías corriendo o le pedirías a alguien que te lleve. Me imagino que, si no estás experimentando ningún sufrimiento en tu cuerpo, en una de esas te acercarías por curioso, porque por ahí no creerías mucho y ni te daría ganas de ir. Y si te digo que hoy en la plaza de tu barrio hay alguien que va a hablar a la multitud para dar un mensaje de paz, de cambio personal, de amor, palabras que cambiarán tu vida… ¿qué harías?, ¿qué haríamos? Bueno, algo así pasaba con Jesús. Sus curaciones atraían multitudes. Sus palabras generaban admiración, pero no siempre tanta adhesión. Lo mismo pasa hoy. Ante lo extraordinario, es fácil generar convocatoria, se llena fácil; sin embargo, ante lo cotidiano, ante palabras que lo que nos piden es un cambio de vida, un esfuerzo personal, no todos se entusiasman tanto.
Por eso, hoy podríamos hacernos varias preguntas: ¿qué es lo que en definitiva le interesa, le interesaba a Jesús? Por supuesto que no hay una única respuesta, como siempre. Por un lado, obviamente que Jesús se compadeció del dolor humano y salió para aliviarlo, y, de hecho, el Evangelio muestra que así lo hizo. Pero, por otro lado, hay un dato que es imposible de ocultar, y si no lo decimos, ocultamos parte de la verdad o la distorsionamos. ¿Qué dato? En realidad, te dejo más preguntas. ¿Por qué Jesús no terminó con todo el sufrimiento humano, por qué no lo eliminó? ¿Por qué no demostró todo su poder y sanó a todos, o bien no recorrió todo el mundo para sanar a todos? ¿Por qué hoy Jesús no sana a todos los que sufren y a los que se acercan a él? ¿No tiene tanto poder o prefiere otra cosa? ¿Le gusta vernos sufrir? ¿Le da lo mismo? ¿Quiere que algunos se curen y otros no? La gran pregunta de fondo y que todos nos hicimos alguna vez o nos haremos alguna vez es… ¿por qué Dios permite el sufrimiento?