Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Palabra del Señor
Comentario
Si alguna vez caminaste mucho, si alguna vez hiciste una peregrinación, si sos de caminar para despejarte o para estar mejor corporalmente, o si sos de caminar porque te gusta la montaña, o también podríamos pensar en algún deporte, me vas a entender mejor cuando sigamos reflexionando sobre el caminar en nuestra vida, el caminar en la fe, y cómo eso incide, influye en nuestra vida espiritual. Si no sos de caminar, si sos un poco sedentario, sedentaria, o si estás en una situación que no te sale caminar, bueno, tratá de pensar y relacionarlo porque todos tenemos experiencias de esforzarnos físicamente, corporalmente para lograr un objetivo; que en definitiva es eso: cuando caminamos, sea para lo que sea, en definitiva no caminamos por caminar solamente. Siempre tenemos alguna meta, siempre tenemos algún objetivo, siempre comenzamos y terminamos, no caminamos eternamente. Por eso creo que esto es una de las primeras reflexiones que podemos sacar de esta imagen de caminar. Somos seguidores del Camino. Jesús es Camino, nosotros también estamos en camino y estamos en camino hacia un lugar, hacia una meta.
Cuando uno se propone una meta, uno camina con otro espíritu, uno camina con sentido, y eso es lo que nos permite seguir caminando, justamente. Cuando no tenemos meta, cuando hacemos algo por hacerlo, cuando caminamos por caminar, sin rumbo, finalmente nos terminamos agotando y terminamos abandonando en el camino, justamente. Por eso, pensemos hoy que nuestra vida es eso, es una meta, es un caminar hacia un lugar. Si no concebimos nuestra fe cristiana como un camino, como un ir hacia donde Jesús nos lleva, finalmente terminaremos abandonando al costado del camino. Cuánta gente empezó este camino y lo abandonó, pero cuánta gente todavía sigue caminando porque cree, porque cree que nuestro camino tiene una meta, y esa meta es el cielo.
En Algo del Evangelio de hoy vemos cómo Jesús envía a los Doce, y esos doce que él había elegido para estar con él, para que lo conozcan, para finalmente abrirles su corazón. En un momento de su vida les pide que lo ayuden. Sí, Jesús, aunque parezca mentira, necesita «la ayuda» de los hombres para llevar el mensaje de conversión, el mensaje del Reino de Dios a todos los hombres. ¡Un poco extraño parece!
Este es el primer gran detalle de la escena de hoy, que por supuesto también es comprensible en el «hoy» de la Iglesia: Jesús necesita de los hombres para llevar su mensaje, siendo Dios hecho hombre sigue utilizando las mediaciones humanas para que su mensaje llegue a todos, a todos los rincones del mundo. Por eso, nuestro Maestro, incluso en su vida pública, les «pidió» ayuda a los discípulos, a sus apóstoles y los envía de dos en dos; los envía de dos en dos, no envía personas «solas», siempre caminamos con alguien. El llamado de Dios Padre, una vocación, se termina transformando en un pedido de ayuda hacia nosotros y en una búsqueda de comunión entre nosotros. ¡Qué paradoja!
No podemos vivir una vida de fe solitariamente, especialmente esto se dirige a los apóstoles, o sea, también a los sucesores de los apóstoles: a los obispos, a los colaboradores de los obispos, a los sacerdotes y a los diáconos. Es una misión especial que nunca puede ser solitaria. Erramos el camino en la Iglesia cuando el sacerdote, los consagrados, también los laicos, todos los que son elegidos para llevar el mensaje de la Palabra de Dios; piensan que deben ir solos, siendo como una especie de «francotiradores» de la fe, y que en la medida en que se aíslan y hacen su rancho aparte, lo que hacen es lo mejor y piensan que esa es la mejor manera de evangelizar… Eso no es verdad, es falso.
El Evangelio nos muestra que no se puede evangelizar solos, porque evangelizar no es otra cosa que mostrar que estamos llamados al amor, a vivir en comunión. ¿Y cómo se puede demostrar el amor estando solos? El Reino de Dios es «relación», es relación de amor, es relación que ayuda a descubrir la verdad de la vida de cada uno de nosotros.
Y entonces ¿cómo podemos vivir una relación solos? Solo de a dos se puede vivir el amor y solo transmitiendo amor podemos predicar el mensaje de Dios a los demás.
Esto es una especie de llamado de atención –creo yo– para nosotros, los sacerdotes, para los consagrados, pero también por supuesto para los laicos, para todos los que tienen una tarea especial; no somos ermitaños de la fe y no podemos pretender que en cada uno de nosotros de manera individual se agote todo el misterio de la evangelización.
Solo podremos descubrir la verdad en nuestra vida en la medida que establecemos relaciones humanas y de amor con los demás.
Un matrimonio, una mujer, un marido, descubre la verdad de su corazón y la verdad de su vida, solamente abriéndose al otro, a los demás. Y abrirse a los demás ayuda a que otros también descubran el mensaje del Reino de Dios. Un sacerdote que piensa que solo puede evangelizar mejor que acompañado, no conoce y no leyó el Evangelio de hoy.
Ojalá que podamos descubrir esta verdad. Cuando uno está con otros, cuando uno transmite la verdad del Evangelio con otra persona, escucha otra cosa, descubre que esa persona lleva a los demás de otra manera y es así como uno descubre la riqueza del mensaje. Él no quiso estar solo, Jesús llamo a doce. Él no quiso enviarnos solos y en la Iglesia no estamos solos, somos una gran familia que, como cuerpo de Cristo, transmitimos el mensaje de un Dios que tampoco es solitario, de un Dios que es familia, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.