Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera.»
Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
Palabra del Señor
Comentario
La comunicación siempre es de a dos, por lo menos tiene que haber dos. Me refiero a la comunicación entre nosotros y por supuesto con Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el evangelio del domingo, Lucas decía así: “He decidido escribir para tí, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido” Es lindo pensar que ese Teófilo podemos ser vos y yo, o sea, que Lucas pensó y fue inspirado por Dios para escribir su evangelio para cada uno de nosotros, para enseñarnos a comunicarnos con Él, para que escuchemos sus enseñanzas, para que nos dejemos guiar por sus palabras, porque sus palabras son “espíritu y vida”.
En la comunicación, nuestro corazón a veces manda demasiado, y nuestra razón también, a veces mucho más. No importa cuánto, no es medible, pero hay que reconocerlo, no hay armonía en nuestro interior, entre lo que pensamos y lo que sentimos. Hay como una especie de lucha diaria, casi minuto a minuto, entre lo que pensamos y sentimos, y por eso no es fácil discernir lo que vivimos, lo que vemos, lo que oímos. Vuelvo a decirte esto para que lo pensemos en la escucha diaria de la Palabra de Dios. Es fácil echar culpas hacia afuera. Es fácil decir a veces: “Es muy difícil interpretar estas palabras” “La palabra de Dios es muy complicada” “No le entiendo a este sacerdote cuando predica” “Habla mucho, habla muy poco” “Le cuesta cerrar la idea, da muchas vueltas” “Es demasiado profundo, divaga” “Habla demasiado sencillo, no profundiza” Y así, cientos de frases que tenemos, que por más verdad que contengan, muchas veces nos hacen olvidar que gran parte de la recepción del mensaje depende de nosotros, de nuestra disposición, de nuestra apertura, de estar atentos a captar lo que Dios nos quiere decir, más allá del que el otro dice… no todo es culpa del que habla. Pensemos en la cantidad de buenos mensajes que nos perdimos en nuestra vida por no haber tenido en cuenta esto. Por a veces haber menospreciado al que nos hablaba, por haber tenido por repetido lo que escuchábamos, por haber exigido más de la cuenta, por tantas cosas más. Esto no lo digo para justificar nuestra falta de preparación o seriedad al predicar, sino para que cada uno se haga responsable de su parte. Todos somos débiles, los anunciadores y los receptores, como decía el Papa Francisco con respecto a las predicas, “sufren los que escuchan y los que predican”, cada uno por causas diferentes, pero a veces sufrimos ambos. En estos días seguiremos con este tema. Ahora vamos a Algo del Evangelio.
¿No te parece demasiado duro el mensaje de Jesús de hoy? ¿No es bastante frío con su propia madre que lo va a visitar y se encuentra con esa respuesta? Bueno, puede ser, depende como interpretemos este momento, pero tenemos que decir que, obviamente Jesús jamás pudo haber menospreciado a su madre, jamás pudo haberla hecho sentir mal ni nada por el estilo. Una mirada muy superficial, incluso de los que estuvieron en ese momento, puede quedarse con que Jesús es poco amable con su madre y sus parientes. Pero es superficial, no se mete en la verdad de lo que quiere expresar. Siempre hay que trascender lo que leemos literalmente, porque como dice San pablo: «la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). Los católicos no somos “fundamentalistas de la Palabra de Dios”, sino que con la ayuda del Espíritu Santo que vive en la Iglesia, intentamos día a día interpretarla para que se haga vida en el hoy de nuestras vidas.
Jesús no menosprecia a su madre y a sus parientes, sino que aprovecha esa situación para ensanchar más el corazón, que no tiene límites. Para enseñarle algo a su mamá y a nosotros. Para agrandar su corazón como nunca podríamos imaginar. Pero agrandar el corazón, no quiere decir quitarle lugar al otro, o sacarle el lugar a alguien. Si no dar espacio para que entren más. Solo Él puede hacer eso tan bien. Eso es algo que debemos aprender en nuestros amores humanos, familiares, amistades, en la misma Iglesia. Porque hay una falsa idea del amor que sin querer lleva a pensar que el amor es exclusivo, reducido a mis propias elecciones. Y no es así. Jesús vino a enseñarnos que nuestro corazón da para mucho más de lo que pensamos. Lo hizo con su vida y sus palabras, amando a todos y diciéndonos que, si cumplimos la voluntad de su Padre, de golpe, por decir así, por gracia de Dios, somos hermanos de Él, madres de Él, y, por lo tanto, se amplía nuestro corazón a lugares nunca pensados. Seguro que te pasó. Seguro que “gracias a Dios”, gracias a que tenés fe, tenés muchas más amistades, hermanos, padres y madres de las que hubieses tenido si tu vida hubiese sido solo hacer la tuya. Rezalo y pensalo. La Palabra de Dios se hace viva porque se cumple siempre, tarde o temprano. Nadie tiene más amor, más capacidad de amar, más amigos, más hermanas, más hermanos, que aquel que cumple día a día con esfuerzo, la voluntad de nuestro Papá del Cielo. ¿Qué más quiere Él que seamos y nos sintamos todos hermanos? ¡Qué lindo que es ser hijo de Dios!