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III Lunes de Adviento

Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?»

Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?»

Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “Entonces, ¿por qué no creyeron en él?” Y si decimos: “De los hombres”, debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta.»

Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos.»

El, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto.»

Palabra del Señor

Comentario

«Dios nos amó primero», dice san Juan el Evangelista. Por lo tanto, deberíamos pensar que su salvación, su poder, radica justamente en ese amor que nos abraza primero, aun cuando nosotros no terminamos de comprenderlo y a veces ni de aceptarlo. La fiesta de la Navidad, que se acerca, es de algún modo la celebración del amor de Dios que se nos adelantó y se nos adelantará siempre. La Navidad nos encamina a experimentar ese amor y esa verdad profunda. Podemos preguntarnos entonces: ¿En qué consiste esa salvación de la que tanto hablamos? Consiste, en definitiva, en la gracia que él mismo nos da para que podamos amarlo y ser amados por él, o sea, su salvación y su poder es el amor que se derrama sobre nosotros y nos colma el corazón, y nuestra tarea no debería consistir en otra cosa que en aceptar esa salvación, ese amor. ¡Qué maravilla es descubrir que él nos enseña a amarlo, pero amándonos primero, desde su encarnación hasta su muerte en cruz y resurrección, e invitándonos a amarlo! Y entonces si Dios nos amó primero, es para que nosotros pudiéramos amarlo con el mismo amor con que él nos amó, porque no podríamos amarlo si no fuéramos amados primeros por él. Él no necesita, en definitiva, nuestro amor, pero nos enseñó a amarlo de la misma manera, para que podamos llegar a ser lo que él quiere que seamos. Él no necesita nuestro amor, pero sí nos necesita de alguna manera. Es tanta su humildad que se abaja para que nosotros también podamos amarlo.

Ayer, en el Evangelio del domingo, escuchábamos que Juan el Bautista nos llamaba a la conversión, al cambio. Veníamos diciendo que para recibir la salvación tenemos que, de algún modo, convertirnos, que cambiar nuestras manera de pensar. Y este es una de las grandes conversiones que necesitamos todos en este tiempo de Navidad, aceptar que el amor de Dios, es mucho más tierno y sencillo de lo que pensamos, y que no lo amamos por nuestros méritos; que, en realidad, podemos amarlo porque él nos ama, y que nuestra tarea, nuestra lucha diaria tiene que ser aceptar este amor día a día. Por supuesto, nuestras actitudes, o sea, nuestro modo de obrar, nuestra moral se va poniendo de acuerdo a la de Jesús en la medida que aceptamos esto. Ser buen cristiano no es un voluntarismo donde uno lucha por ser bueno a fuerza de golpes o porque nos obligan, sino que ser buen cristiano es en definitiva dejar que ese amor brote desde el fondo de nuestro corazón, desde el fondo de nuestra alma y se trasluzca en actitudes coherentes que se parecen a la de Jesús. Por eso solo contemplando, mirando al Niño, viendo cuánto nos ama, nos iremos transformando un poquito más a él. Sigamos caminando en este tiempo de Adviento con esta actitud de conversión para poder ser un poquito como el Niño Jesús.

En Algo del Evangelio de hoy, como tantas veces en los evangelios, Jesús es probado, es de alguna modo increpado para que manifieste con qué autoridad hacía lo que hacía. Y la respuesta de Jesús, también como tantas veces en los evangelios, es con una pregunta. Es interesante que nos detengamos a reflexionar sobre el modo que nuestro Maestro tenía para responder, porque –especialmente en este caso– es más importante la forma que el fondo de la respuesta, que en definitiva Jesús nunca responde. ¿Nos dimos cuenta que no respondió la pregunta? O sea, Jesús tuvo la suficiente libertad para no responder a lo que le preguntaban cuando no lo necesitaba, porque en realidad lo estaban probando.

Una primera enseñanza que nos puede ayudar de este modo de ser de Jesús, y no tanto del contenido, es justamente esto. No siempre debemos responder lo que nos preguntan, no siempre debemos responder a todos. A veces hay que callar. Hay preguntas que son inoportunas, hay personas que son inoportunas, que son «metiches», como se dice, que se meten en donde no les corresponde.

También hay personas, como los ancianos de la escena de hoy, que no preguntan con sinceridad, para saber, para aprender, sino para probar y culpar; por lo tanto, Jesús decidió no responderle lo que pretendían saber si ellos antes no le respondían lo que él quería saber. ¡Cuánta sabiduría la de nuestro Maestro! ¡Cuánta sabiduría nos falta a veces a nosotros, que vivimos sin querer a merced de las opiniones y deseos ajenos sin detenernos a pensar y a rezar qué corresponde hacer en cada momento y lugar! La no respuesta de Jesús no fue una mentira, sino fue simplemente eso: un no; esa palabra que tanto nos cuesta decir a veces en estos tiempos, simplemente no. ¡Cómo nos cuesta decir hoy en día que no! Parece ser que decir que no es fallarle a Dios y a todos, y nos olvidamos que el no, es posible, y muchas veces más necesario que el sí.

Otra enseñanza que nos puede ayudar, es justamente a aprender a responder con preguntas cuando deseamos conocer las intenciones del que pregunta. Jesús ya las sabía por supuesto, pero nosotros no siempre, aunque creamos que las sabemos. Repreguntar es un modo de «blanquear» la situación, como se dice, despejar las dudas y conocer si la pregunta del otro es sincera y si, además, es oportuna. Por eso ayuda mucho escuchar cómo Jesús responde con preguntas y se toma la libertad de no responder cuando esa pregunta puede tener malicia o esté cargada de mala intención.

Que el Señor nos siga instruyendo con sus enseñanzas, tanto con sus palabras y gestos, como en su manera de resolver las diferentes situaciones que se le presentaron en la vida, y nos ayude a llegar deseosos de amarlo mucho más en esta Navidad.