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II Viernes de Adviento

Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!” Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores.” Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.»

Palabra del Señor

Comentario

Empezar este viernes buscando escuchar con más corazón la Palabra de Dios, por decirlo de alguna manera, es lo mejor que podemos hacer. Incluso te aconsejo que a veces escuches el audio de la lectura del Evangelio, que lo apagues o lo frenes, reces por tu cuenta y después escuches el comentario. Es bueno, es necesario que vos te preguntes primero: ¿Qué dice el texto de hoy?, ¿a qué se refiere concretamente, sin mi interpretación propia?, ¿qué puedo sacar en limpio para mí?; después de hacer ese trabajo, podés preguntarte: ¿Qué me dice?, ¿qué me dice a mí hoy, concretamente?, y, finalmente, ¿qué le digo a Dios, qué le digo a mi Padre, a Jesús, al Espíritu Santo, a María? Eso es rezar: buscar escuchar primero de un modo más profundo, más comprometedor. Esto es algo que no tenemos que olvidar, para que al escuchar la Palabra de Dios, no termine siendo un decir: ¡Qué lindo lo que dijo el padre hoy, o tal persona!, pero al final no escuchamos qué nos dijo Jesús a cada uno, más allá de lo que comenta cualquier sacerdote. Las palabras nuestras pasan, las de Jesús jamás. Difícilmente recuerdes las palabras de los sacerdotes, por ahí te habrá quedado alguna buena frase, por ahí alguna homilía que te llegó al corazón, pero lo que sí nunca se olvida es la Palabra de Dios, que cala en lo más profundo del corazón; eso permanece para siempre.

Cada día me convenzo más que las palabras de nosotros, los sacerdotes, van y vienen y poco se recuerda de lo que podamos decir. Lo único que perdura y todos recordarán y a muchos hace cambiar, es la Palabra de Dios que dice a cada uno lo que él quiere al corazón. Hagamos este ejercicio, es lo que se llama tradicionalmente Lectio Divina, o lectura orante con la Palabra de Dios, es intentar hacer carne el mensaje, hacerlo parte de uno. Es una tarea ardua, difícil, trabajosa, pero es lo que realmente cambia, es lo que da fruto duradero. Intentemos con el texto de hoy: ¿Qué dice hoy la Palabra de Dios? O sea… ¿a qué se refiere concretamente, más allá de las posibles interpretaciones personales? En principio, Jesús le habla a la multitud, a todos, pero se refiere después a «esta generación». Cuando en los evangelios se dice generación, no se está refiriendo a una generación en el sentido de una descendencia o de un grupo de personas reducida a un tiempo y a un lugar, sino que podríamos decir que se refiere a un modo de ser. «Esta generación» serían las personas que son así, como las describe Jesús, las personas que se comportan así. Traducido podría ser algo así: ¿Con quién puedo comparar a las personas que se comportan así, que no se conforman con nada, las personas que cuando hay que bailar, no bailan, o cuando hay que llorar, no lloran? Por eso, esa expresión de Jesús no se reduce solo a las personas de esa época, sino a todos los que obran de ese modo. En síntesis, esa generación podemos ser nosotros. Jesús pone dos ejemplos extremos, los que se los invitan a bailar y no bailan y los que tienen que llorar y no lloran, para contrastar finalmente con lo que dijeron de Juan el Bautista, que estaba loco por ser austero, y lo que decían de él mismo, que era un glotón y amigo de pecadores. En definitiva, el Maestro los critica por no conformarse con nada, ni con una forma ni con la otra. No saben encontrar los signos de Dios, ya sea en Juan el Bautista y tampoco en Jesús. Dicho de modo sencillo y sintético, eso dice el texto.

Tratar de dilucidar qué dice el texto, antes que nada, nos ayuda a evitar lo que llamamos en Argentina «el guitarreo». Muchas veces guitarreamos porque no dejamos que la Palabra de Dios nos diga lo que está diciendo, lo que nos quiere decir, aunque parezca obvio. Sacamos una frase de contexto, o bien le ponemos una idea nuestra a la Palabra de Dios y le obligamos que diga lo que nosotros estamos pensando. Esto es más normal de lo que parece, en muchos de nosotros.

Ahora, viene una parte muy importante también.

¿Qué nos dice, qué me dice? Obviamente que esta parte es fundamentalmente personal, pero es lo que diariamente con ejemplos, con preguntas, trato de aportar al comentario de Algo del Evangelio, para ayudar, no para determinar. En realidad, es lo que todo sacerdote intenta hacer en cada sermón, en cada homilía. Deberíamos ayudar a dar pistas sobre qué nos dice, pero son solo pistas, cada uno debe hacer su camino.

Y, al final, podemos hacer el camino inverso: ¿Qué le digo yo? ¿No será que nosotros también con nuestras actitudes frente a las cosas de Dios nos parecemos a esos muchachos, los que están sentados en la plaza y no se conforman ni con una cosa ni con la otra? ¿Qué pretendemos? ¿Que Dios nos hable solo a través de las cosas que nosotros queremos o dejamos que nos hable como él quiere? Dios puede hablar como se le antoje, es Dios. Puede hablar por medio de un hombre –como Juan el Bautista– en medio de la austeridad o puede hablar por medio de alguien que come y bebe con los pecadores. Esto es lo que tenemos que pensar en nuestra vida personal y concreta. ¿Qué pretendés de Dios? ¿No será mejor que dejes que Dios sea como él quiere ser y que hable como él quiere hablar? Estas preguntas nos pueden ayudar a contestar algo propio, a descubrir que la Palabra de Dios no es palabrería vacía y abstracta, sino que, finalmente, toca nuestro modo de ser, de pensar y de sentir. ¿Qué le dirías hoy a tu Padre? ¿Qué sale de tu corazón? ¿Qué te gustaría decirle?