Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino.»
Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?»
Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?»
Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados.»
Él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos.
Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.
Palabra del Señor
Comentario
Decía el Evangelio del domingo que al final de los tiempos, cuando se den esa serie de signos que Jesús mencionaba, que no serán otra cosa que el anuncio del fin, «los hombres desfallecerán de miedo», y un poco después nos decía algo que suena como una ironía o una paradoja: «Tengan ánimo, levanten la cabeza, porque es ahí cuando les llegará la liberación». Por eso podríamos preguntarnos hoy cómo es posible no tener miedo después de semejante anuncio. ¿Cómo vamos a reaccionar nosotros ante la cercanía del fin, del fin de nuestra vida o del fin del mundo? ¿Cómo reaccionaríamos si nos toca vivir ese momento de catástrofes de fin?
Bueno, en realidad creo que deberíamos pensar o reflexionar que Jesús, en el fondo, está hablando de aquellos que tuvieron miedo durante su vida o que no se entregaron profundamente, porque en definitiva aquel que vivió unido a Jesús día a día, buscándolo, deseándolo, amando y buscándolo en la oración, en los sacramentos y de tantas maneras que tenemos de encontrarlo, ¿por qué le va a tener miedo cuando venga definitivamente? Y por eso, en realidad, debemos decir que tenemos miedo o vamos a tener miedo en ese momento cuando en realidad durante nuestra vida tuvimos miedo. El miedo es una herida profunda que llevamos todos en el alma como consecuencia del pecado original. ¿Te acordás cuando Adán y Eva pecaron, se escondieron y tuvieron miedo? Es el miedo que nos paraliza, el miedo que nos aleja del vínculo más profundo que deberíamos tener que es con nuestro Padre del cielo; el miedo que también nos paraliza y no nos deja acercarnos a aquellos que nos aman o quieren amarnos; el miedo que nos paraliza y no nos deja hacer todo lo bueno que podemos ser, porque siempre, en el fondo, tenemos miedo. Tenemos miedo al qué dirán, tenemos miedo a quedarnos solos, tenemos miedo a lo que piensen de mí, tenemos miedo a fallar, a frustrarnos, a no ser lo que queremos ser. Bueno, creo que este tema del miedo nos puede ayudar a seguir caminando en este Adviento, para darnos cuenta que, en definitiva, el Dios bebé, el Dios que se hace niño por nosotros, lo hace en definitiva también para que perdamos el miedo, el miedo a él y el miedo también a nosotros mismos, a ser lo que él quiere que seamos.
En Algo del Evangelio de hoy, todos encuentran esperanza en Jesús. Dice que «la multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel». Y, además, Jesús también al final les da de comer; algo impresionante, algo maravilloso, increíble. Pero creo que hay un detalle importante que quiero que meditemos hoy juntos. Dice la Palabra que «los pusieron a sus pies y él los curó», o sea, eso quiere decir que hubo personas que llevaron a los dolidos a los pies de Jesús. Siempre hay alguien que nos lleva a recobrar la esperanza, a conocer a Jesús. Hubo alguien en mi vida, en la tuya, que nos acercó a él, porque en definitiva él es nuestra esperanza, no solo lo que nos promete, no solo porque nos puede curar y dar de comer también y saciar nuestra hambre profunda, sino porque estar con él nos da esperanza. A vos y a mí alguien nos llevó a los pies de Jesús para que estemos con él. No importa, fue de niños por ahí o de grande, vos que estás escuchando. Hoy en definitiva depende de nosotros volver a los pies de Jesús, volver a él, a tirarnos nosotros mismos, o también llevemos a alguien a los pies de Jesús, con unas palabras, con unas sonrisas, con un poco de amor. Llevemos a otros a los pies de Jesús. Un cristiano en serio, un cristiano que tiene esperanza, lleva a otros sin esperanza a los pies de aquel que puede recobrar el sentido de la vida a tantos que andan sin rumbo.
Pidamos hoy por tantos que no tienen esperanza. Yo creo que Jesús es el que nos ha dado un sentido a la vida y por eso estamos escuchando la Palabra.
Por eso hoy más que nunca, hoy y siempre, necesitamos volver a escuchar que fue Jesús el que nos sanó, el que nos curó y el que nos sacia el hambre de nuestro corazón.
Anímate a acercar a otros a los pies de Jesús, anímate a enviar este audio a otros para ver si le hace bien, anímate a ser transmisor también de la Palabra del Señor.