En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos:
«¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!».
Palabra del Señor
Comentario
¿Podríamos calcular la cantidad de personas que en este mundo viven sin esperanza o ilusionadas con un mundo que nos promete miles de esperanzas falsas y muy, pero muy pasajeras? ¡Cuánta gente sufre por no tener esperanza o por haberla perdido ante cualquier dificultad! ¡Cuántas personas están ahora desilusionadas, desesperanzadas, como sin alma, sin alegría, sin vida, aunque estén vivas! ¡Cuántas personas, cuantos de nosotros también nos dejamos aturdir por las preocupaciones de este mundo, que lo único que desea es apagar las verdaderas esperanzas! ¿Vos sos una de esas personas? ¿Qué es lo que te llevó a perder esa esperanza que antes te mantenía con tanta alegría? ¿Qué es lo que te llevó a pensar que es posible decir que tenés fe, pero sin tener esperanza? Es muy triste encontrar personas tristes, valga la redundancia, o también personas que dicen estar felices, pero en realidad se embarcaron en una felicidad mundana que al final de cuentas, tiene fecha de vencimiento, caduca. Es muy triste encontrar conocidos o familiares que tienen cara de desesperanza, o caras de una supuesta alegría que en realidad no llena el corazón. En estos días, podemos hacer el esfuerzo para dejar algo de lado, para evitar lo que nos aturde, para ver menos televisión, menos pantallas, desconectarnos un poco de la tecnología que nos emboba el corazón, cuando no sabemos usarla para el bien. No miremos tanto para afuera, sino que intentemos mirar más el corazón, que necesita otras cosas, más silencio, más reflexión, más paz.
Es una alegría poder empezar el día escuchando palabras de esperanza. La esperanza, podríamos decir que la esperanza es la hermana mayor de la alegría. Con esperanza siempre habrá alegría, de la mano de la alegría verdadera, la que viene de Dios, siempre viene finalmente la paz. Empecemos este Adviento pidiendo al Espíritu Santo la alegría de tener verdadera esperanza para poder tener paz. «Espíritu Santo danos esperanza, la esperanza más grande, la esperanza de creer en la palabra de Dios, la esperanza de creer en Jesús, nuestro Maestro, y que nos ama tanto y ha dado la vida por nosotros. Danos esa gracia, Espíritu Santo lo necesitamos».
Y caminaremos estos días hasta el nacimiento de nuestro Salvador junto a la virtud de la esperanza. Algo importantísimo que viene bien aclarar desde el principio es: ¿qué decimos cuando decimos esperanza? Eso trataremos de ir esclareciendo de a poquito. Según nuestra fe, la salvación que nos trajo Jesús no es simplemente algo que pasó, allá de hace mucho, un hecho del pasado (pensarlo así solo, sería un grave error, sería solo historia), sino que, además, ese hecho, ese hecho del pasado, es una salvación que se nos ha dado y se nos ofrece hoy, quiere decir que eso del pasado hoy concretamente nos da algo a los que creemos. ¿Qué nos ofrece? Una esperanza, una esperanza confiable gracias a la cual podemos enfrentar el presente. El pasado se hace presente para el que cree.
Aunque el presente sea difícil, aunque nos cueste muchísimo, aunque estés pasando un momento de dolor, de dificultad, de cansancio, de hartazgo por muchas cosas, podemos vivirlo y aceptarlo si tenemos una meta segura, una meta grande que justifique el esfuerzo de caminar. A veces la palabra esperanza se usa bastante mal; la usan hasta los políticos para prometer un país mejor (casi como si fueran nuestros salvadores); nosotros la usamos muchas veces para dar ánimo, para decir que hay que ser optimistas. Y eso no está mal, pero está vacía de su contenido esencial. Abusamos de una palabra que es bien cristiana, bien nuestra y muy de las Sagradas Escrituras, de la Palabra de Dios, hasta el punto, que la palabra esperanza en muchos pasajes es intercambiable con la palabra fe, tener fe es tener esperanza. El que cree espera algo más grande y solo tiene esperanza el que tiene fe. De poquito iremos avanzando en esta gran verdad.
Algo del Evangelio de hoy es una linda invitación a la felicidad, a la alegría que viene de lo alto, de Dios. Jesús se estremece de gozo movido por el Espíritu Santo. Se alegra porque Dios Padre elije a los sencillos y humildes para darse a conocer. Así como Dios eligió el camino de la humildad para estar en el mundo y sigue estando presente humildemente entre nosotros, de la misma manera hoy no se nos va a «revelar», a mostrar, a manifestar al corazón, si nosotros no recorremos ese camino.
Si no podemos experimentar el gozo del Espíritu Santo, no es culpa de Dios, es culpa nuestra que no terminamos de hacer el camino de la entrega, de la confianza, del no querer manejarlo todo, incluso nuestras experiencias de Dios. Porque muchas veces somos así, pretendemos tanto que incluso casi tenemos que decirle a Dios lo que tiene que hacer y cómo lo que tiene que hacer. Este no es el camino hacia la Navidad, hacia la esperanza, sino todo lo contrario. El Hijo se nos revelará si dejamos que la humildad y sencillez de Dios invada nuestras vidas, si dejamos de hacer de la fe en Jesús solo una doctrina o solo un sentimiento, si dejamos de pretender una fe a nuestra medida y dejamos a Dios ser Dios.
Nosotros hoy podemos ser felices por escuchar la Palabra. Miles y miles que andan por ahí no tienen este don de poder escuchar algo mejor, algo distinto, algo que da fuerza para seguir. Intentemos hoy compartir esta felicidad. La Palabra de Dios no puede ser algo que se encierre en lo privado, tiene que ser algo que se expanda por todos lados, que se «viralice» por más corazones.