«Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea, que se refugien en las montañas; los que estén dentro de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse.
¡Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento.
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.»
Palabra del Señor
Comentario
El reinado de nuestro rey de reyes no tenemos que buscarlo fuera del corazón, no tenemos que pretender que provenga de la organización de este mundo tan contradictorio, tampoco podemos ambicionar, incluso, que lo hagan presente en la Iglesia solo aquellos que les toca ocupar un puesto especial, un lugar, aunque deban hacerlo, sino que el reinado de Jesús comienza por casa, por tu corazón y el mío; solo desde ahí comienza a nacer y se hace presente. Ese rey silencioso que se dejó juzgar por los poderes injustos de este mundo, también está cada día queriendo reinar por el amor en nuestros corazones, como si fueran su trono. Solo Jesús puede desterrar el ego de nuestras vidas, ese pequeño pero gran gigante que quiere ser siempre el dueño de nuestro corazón. Solo Jesús puede destronar a ese rey ruidoso que es nuestro propio yo, ese que siempre quiere sobresalir.
Parte de Algo del Evangelio de hoy que acabamos de escuchar, el final especialmente, será el Evangelio que escucharemos el domingo que viene, que, dicho sea de paso, te recuerdo que será el primer domingo de Adviento, el tiempo especial para prepararnos a la Navidad, por eso quería aprovechar para que nos centremos en esta parte compartida y el domingo podemos continuar el comentario con lo que sigue.
Claramente el texto de hoy tiene dos partes. La primera se refiere al anuncio que hace Jesús sobre el sitio y la destrucción de Jerusalén en el año setenta –algo que hablamos el martes–. La segunda parte tiene que ver con la necesidad de prepararse para la segunda venida de Jesús, que no tiene fecha, o mejor dicho, no la sabemos. ¿Cuándo será?, te habrás preguntado alguna vez. ¿Cuándo será? se preguntan muchos. ¿Cómo será ese día? Creo que ya hablamos de esto en algún otro audio la semana pasada y me parece que lo importante en realidad pasa por otro lado, el centro Jesús lo pone en otro lado, el acento es otra cosa; no vale la pena quedarse con lo accesorio. Justamente Jesús quiere corregirnos de ese deseo desordenado, a veces insaciable, de saber lo que vendrá y cómo será. Lo que Jesús nos enseña o nos quiere remarcar, es la actitud que tendremos que tener cuando esto pase, si nos toca vivirlo, porque, además, no lo sabemos. Habla de tres cosas muy concretas: ánimo, levantar la cabeza y liberación. Alcanza el tiempo para que meditemos en la primera; con las otras, podemos rezar y pensar cada uno por su cuenta.
Podríamos decir que a veces Jesús parece ser bastante pretensioso, por decirlo de alguna manera. Desea mucho de nosotros con cuestiones que a nosotros, a simple vista, nos causan un poco de rechazo, o por lo menos nos cuestan demasiado. Después de decir todo lo malo que puede llegar a venir, de todo lo que puede pasar, parece irónico que termine diciéndonos que debemos tener ánimo. ¿Cómo es posible? ¿Es posible? Tener ánimo ante lo que pinta como desastroso, catastrófico –ya sea el fin del mundo, incluso el fin de nuestras propias vidas o la vida de un ser querido–, es una actitud que solo puede tener aquel que tiene los pies bien puestos sobre la tierra, pero al mismo tiempo los ojos y el corazón en el cielo, simbólicamente, solo el que tiene su corazón anclado en la eternidad, en la vida que vendrá, pero con esperanza. Es el ánimo que proviene de la fe, solo el que cree puede pensar y sentir así, pero no me refiero al que solo cree que Dios existe, sino el que le cree a ese Dios que existe, le cree a ese Dios que se hizo hombre, a Jesús, y como le cree a él, sabe y tiene la certeza de que sus palabras son verdad y jamás pueden engañarnos. ¿Se entiende la diferencia entre decir que crees y creer como Dios pretende que creamos? El ánimo ante estas situaciones es, de alguna manera, un indicador de nuestra fe.
Decimos que creemos, pero ¿nos desesperamos, perdemos la esperanza ante la muerte o ante lo que pueda pasar? Entonces nuestra fe está enganchada con alfileres, como se dice, nuestra fe se la puede llevar cualquier sufrimiento, cualquier dolor inevitable de nuestra vida.
Si ante la posibilidad del fin perdemos la esperanza, es porque nuestras certezas están atadas con criterios demasiados humanos. Muchos de nosotros tenemos la fe atada con alambre, y por eso tenemos que pedir siempre más fe, tenemos que pedir con fe mucha más fe de la que tenemos, aunque parezca tonto decirlo. No hay que dar por sentado que tenemos la fe suficiente como para tener ese ánimo en los momentos más difíciles. A veces somos un poco ingenuos y decimos todos sueltos de cuerpo y convencidos: «Tengo fe». Muchas veces tenemos fe hasta que llega la prueba, ahí es donde se comprueba verdaderamente la fe, donde pasa por el verdadero tamiz que a todos nos pasará, tarde o temprano.
Pidamos siempre la fe, porque es un don y una respuesta que tenemos que dar todos los días. Hoy pidamos ese ánimo, un alma alegre para estar dispuestos y preparados a lo que venga, sabiendo que nada se escapa de las manos de nuestro Padre del cielo.