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XXXIV Miércoles durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.

Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.

Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.»

Palabra del Señor

Comentario

Es relativamente fácil comprender que el camino para alcanzar la paz, es el camino de la «no violencia», el de Jesús, eso mismo que vivió y practicó él hasta el final, hasta el último suspiro en la cruz, dando la vida, dándonos su vida. Digo que es fácil entenderlo, porque es lógico que la violencia engendra violencia y es como echar alcohol al fuego, pero sabemos que es difícil vivirlo cotidianamente y, especialmente, en situaciones límites, en esos momentos donde podemos sentir que «el mundo entero» parece estar en contra nuestro. Hay muchas personas, incluso podés ser vos o yo, que son pacíficas por naturaleza, nacieron con una mansedumbre del corazón admirable, pero hay otras que no, se les hace más difícil, o bien son pacíficas en ciertas situaciones y en otras pierden la paz fácilmente, como yo. Eso depende de muchas situaciones, de nuestro carácter, de nuestras debilidades naturales, de las adquiridas, del contexto en el que vivimos, de la educación que recibimos.

Bueno, pero tenemos que decir que solo la mansedumbre de nuestro rey de reyes, de Jesús, es la que nos permite reinar en nuestro propio corazón, ser dueños de nosotros mismos, dejar que él reine en nuestras vidas para llevar la paz a los demás. Sin esa paz del corazón, que se aprende mirando a Jesús, buscando imitarlo, amarlo, es imposible decirle a este mundo que vale la pena no responder al mal con el mal. «El que es de la verdad, escucha mi voz», decía Jesús, escucha que el único camino posible y consolador es ese, todo lo demás es de «este mundo», es muy terrenal.

A veces nos parecen muy lejanas estas palabras de Jesús sobre la persecución, como de esto de que nos van a detener, a entregar, encarcelar. Creo yo porque vivimos nosotros en un contexto de fe donde no hay violencia, de camuflada tolerancia cada vez más, de supuesta libertad de expresión y eso hace que pensemos que lo que dijo Jesús es de otros tiempos. Es verdad que, antes que nada, Jesús les hablaba a sus discípulos, a los más cercanos, a los que finalmente después de la resurrección, salieron encendidos por el Espíritu Santo a anunciarle a todo el mundo que Jesús estaba vivo y que había muerto por todos. Eso generó la primera persecución de la Iglesia naciente, y por eso todos los apóstoles, menos Juan, terminaron dando la vida por el que amaban, así como él las había dado por ellos. Pero también es verdad que a lo largo de la historia de la Iglesia hubo, hay y habrá persecuciones contra los cristianos. Los mártires en la historia de la Iglesia son incontables y siempre fueron y serán semillas de nuevos cristianos. Hoy, aunque no parezca, sabemos que diariamente hay cristianos que son perseguidos y mueren por dar testimonio de Jesús, ¡¡son muchísimos!! El papa Francisco decía que hay más mártires ahora que en los primeros siglos de la Iglesia. También san Juan Pablo II y Benedicto XVI hablaron mucho sobre el silencio de la actual persecución a la Iglesia de Cristo. Los medios no hablan de eso, por supuesto. ¿Y nosotros? Nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nosotros rezamos por nuestros hermanos que mueren diariamente, por ejemplo, en Siria, en Irak, en tantos lugares? Y nosotros, ¿damos testimonio con nuestra vida de que Jesús es todo para nosotros? ¿Es todo para nosotros Jesús? ¿Seríamos capaces de dar la vida por él? Mientras algunos dan su sangre por amor a Jesús, vos y yo, ¿qué damos? Como en el Evangelio del lunes, ¿damos lo que nos sobra como los ricos o damos todo lo que tenemos como la viuda? Los mártires de hoy dan, como los de siempre, todo lo que tienen para vivir, su propia vida, sabiendo que finalmente esa vida no se pierde, la vida se gana para siempre, sabiendo que «nada podrá separarlos del amor de Cristo», nada podrá separarlos de aquel que dio su vida por ellos, por vos y por mí.

Mientras algunos cristianos no pueden celebrar su fe con libertad, no pueden asistir a Misa, nosotros por ahí nos damos el lujo de no ir a misa o desaprovecharla, o participar sin el corazón, sin amor.

Mientras algunos hermanos nuestros casi que no pueden confesarse por falta de sacerdotes, nosotros a veces no valoramos este sacramento o lo recibimos mal, o no hacemos nada para cambiar. Mientras algunas familias están separadas y viven sufriendo por ser cristianos, nosotros en nuestros ambientes nos da miedo muchas veces decir que somos católicos por miedo a que se nos burlen, por miedo a no saber qué decir, por vergüenza. ¡Qué triste! Qué falta de amor tenemos a veces. Mientras algún cristiano ahora, en este momento, mientras vos y yo escuchamos la Palabra, está dando la vida sabiendo que su vida no se pierde, nosotros por ahí estamos perdiendo la vida en superficialidades o estamos viviendo con incoherencia nuestra fe. Mientras decimos que somos católicos, estamos borrando con el codo lo que decimos con la boca y podemos alejar a los demás de Dios Padre. ¿Cómo es posible que ese crea en Jesús si vivimos, sentimos y pensamos igual que todo el mundo? Nuestras incoherencias con la fe, nuestro vivir la fe a nuestra medida debería ser un llamado de atención para pensar si realmente amamos a Dios con todo el corazón como a veces decimos.

Que Jesús hoy nos ayude a no tener miedo para poder amarlo con toda nuestra vida. Si realmente lo amamos, jamás tendremos miedo al qué dirán y a lo que tendremos que decir. Son tiempos difíciles, también tendremos que prepararnos para lo que vendrá. ¿Somos capaces de dar la vida por Jesús? ¿Somos capaces de amarlo como él nos amó?