• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XXXII Martes durante el año

El Señor dijo:

«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: “Ven pronto y siéntate a la mesa”? ¿No le dirá más bien: “Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después”? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?

Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.”»

Palabra del Señor

Comentario

Retomemos algunas de las palabras que citábamos ayer del Papa Francisco sobre nuestra oración cotidiana con la Palabra de Dios.

Decía así Francisco: «A veces Él no habla; yo no siento nada sólo vacío, vacío, vacío…». ¿Cuántas veces experimentaste esto en la oración? ¿Cuántas veces lo experimentamos todos en esta relación de amor que es el tratar de rezar día a día?

La oración se puede parecer a un monólogo, no solo porque por ahí nosotros somos los que hablamos siempre y no dejamos espacio a Dios (eso en realidad es culpa nuestra porque no sabemos callar, podemos ser como loros en la oración), sino también porque a veces Él parece que no habla.

Y qué dura se hace la oración cuando Dios no habla, se vuelve árida, difícil, muy luchada. Pero hay que estar tranquilos, es como parte de este «juego de atracción» de Dios para con nosotros, para llevarnos hacia Él. Dios calla para que también nosotros aprendamos a callar un poco, los diálogos no se hacen sólo de palabras, sino también con gestos, con silencios… ¿Cuántas veces te quedaste callado frente a alguien solo para decirle algo? ¿Cuántas veces un silencio pudo más que mil palabras?

Por eso no nos angustiemos si en la oración Dios calla y no sentimos nada; la oración no es solo un sentimiento, no es buscar un sentimiento, sino fundamentalmente es un acto de fe, un acto de confianza profundo, en el que Dios está a pesar de todo y a pesar del silencio.

Si hoy Dios en tu oración calla, tratá de callarte un poco primero, porque por ahí no estás escuchando lo suficiente, porque por ahí no parás de hablar; y por ahí Dios calló también para que aprendas a callar y a escuchar. La oración es una escuela de silencio y escucha. Hagamos hoy la prueba también nosotros.

De Algo del Evangelio de hoy, empecemos por el final para entender el principio. Jesús dice: «Ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”». Esto es lo que deberíamos aprender a decir cada día al terminar nuestras actividades: tus tareas de madre –por ejemplo–, de padre, tus tareas de ama de casa, o tu tarea de hombre de la casa que tenés que estar todo el día afuera lidiando con todas las cosas de este mundo para poder llevar el pan de cada día, con tu estudio si te estás preparando para ser profesional, con tu trabajo que te está ayudando a ser más responsable, en definitiva, con todo lo que toque hacer; hoy a la noche digamos todos estas palabras: «Soy un simple servidor, estoy haciendo lo que me toca, lo que me corresponde, incluso lo que yo mismo elegí. En definitiva, lo que tengo que hacer para ser lo que soy: un hijo de Dios, un servidor de Dios en este mundo».

Qué lindo sería tener esta conciencia todos los días; un verdadero equilibrio entre sentirse hijo y al mismo tiempo partícipe de las responsabilidades.

Hijo de Dios, pero no hijo caprichoso; hijo que asume lo que le toca o lo que eligió y no reclama nada ni le echa la culpa a nadie, sino un hijo que hace las cosas sintiéndose amado y por eso no busca la «palmada» en el hombro que lo haga sentir bien, sino que se sabe siempre amado y por eso se siente bien.

La suposición de Jesús de hoy –esta situación que plantea– no va en contra de saber ser agradecido con los que están a nuestro cargo cuando hacen las cosas bien, no, eso por favor no dejes nunca de hacerlo; sino que Jesús advierte el peligro de creerse y adueñarse de algo que no nos corresponde.

Dios no quiere que nos adueñemos del mérito de una acción, o sea que mientras vivimos es nuestro deber trabajar siempre. No hay que creerse más de lo que somos: hijos de Dios. Amados por Dios, pero hijos, hijos que se deben a su Padre; esa es la convicción con la que debemos vivir. Y por eso pienso que algunas preguntas nos pueden ayudar para que pensemos: ¿Cuándo hacemos las cosas buscando el reconocimiento, en el fondo por qué o por quién lo estamos haciendo? Cuando nos quejamos porque no nos agradecen, ¿no será que perdimos la alegría de encontrar paz por el solo hecho de hacerlas? ¿No será que nos estamos adueñando de los dones que Dios nos dio? Además, si nos ponemos a pensar seria y objetivamente: ¿no podría haber hecho todo mucho mejor de lo que lo hice?

Bueno, que nos quede hoy esta frase: «somos simples servidores» y tenemos que reconocer que muchas veces somos servidores mediocres, pero a pesar de todo recibimos el aliento de vida de cada día para seguir adelante.