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XXXII Lunes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Por lo tanto, ¡tengan cuidado!

Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo.»

Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe.»

El respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella les obedecería.»

Palabra del Señor

Comentario

No hay nada más lindo que empezar un lunes con muchas ganas, de buen humor si se puede, con deseos de vivir una linda semana, sin estar agobiado antes de empezar, sino todo lo contrario, dejando el agobio en manos de Jesús, sabiendo que él sabe ocuparse de lo nuestro mucho mejor de lo que pensamos. ¿Empezaste, como se dice, «con mala onda», cansado, cansada, mirando para abajo y esquivando personas? Bueno, tranquilo, tranquila, hacé el esfuerzo de levantar la cabeza, de mirar hacia adelante, de saludar aun cuando no tengas muchas ganas. Hacele la contra a esos sentimientos que a veces son un poco negativos, pesimistas que no te dejan empezar este día en paz. Eso le decía a una joven que me vino a ver hace unos días: «¡Ánimo! Levanta la cabeza, mírame a los ojos, sonreí, que vas a poder salir de ese dolor, de esa situación, si te dejás ayudar».

¿Alguna vez probaste quedarte sin nada en la billetera por ayudar a alguien, por dar una limosna? Sé que parece demasiado exigente lo que te estoy diciendo, pero quiero seguir en sintonía con el Evangelio de ayer, quiero que continuemos reflexionando sobre lo que Jesús quiso enseñarnos al elogiar a la viuda que «dio todo lo que tenía para vivir». Por mi parte, me sale una expresión de deseo: ¡Ya quisiera tener esa fuerza, esa generosidad, ese gesto de ser capaz de desprenderme en serio, de quedarme sin nada en los bolsillos, pero con todo ese amor en el corazón, como lo hizo esa mujer! ¿Cuántas veces fuimos capaces de tener un gesto así? Al contrario, ¿cuántas son las veces que damos con mucha facilidad lo que nos sobra y jamás se nos mueve un pelo al dar? Como lo muestra el Evangelio y aunque nos duela reconocerlo, increíblemente son las personas pobres de bienes y también con corazón humilde, las únicas capaces de dar todo por otros o para otros, y en eso me gustaría que nos detengamos en estos días.

Los sacerdotes experimentamos esto a veces muy seguido, esto de ver cuánta generosidad tienen aquellos que tendrían todo el derecho, por decirlo así, de quedarse con lo poco que tienen para poder vivir un poco mejor. Son muchísimas las veces que nos quedamos con la «boca abierta» al ver cómo dan aquellos que menos tienen, ya sea cuando vamos a dar nuestro tiempo para un responso, para ver un enfermo, ante un sacramento; y aun cuando uno se niega a recibir algo, ellos siempre quieren retribuir el don recibido de alguna manera. Eso no pasa tanto con los que más tienen, aunque cueste decirlo, y es así, se revive el Evangelio y nos debería abrir el corazón a todos, a los que tienen más y a los que tienen menos. Hay miles de «viudas» generosas que en silencio y sin hacer mucho ruido dan lo poco que tienen para que otros no la pasen tan mal, o simplemente para «devolverle» a Dios algo de lo que sienten que reciben de él.

Hoy te propongo que repitamos juntos esta expresión tan linda que brotó de los labios de los discípulos ante las palabras de Jesús en Algo del Evangelio: «Señor Jesús: “Auméntanos la fe”. En este día auméntanos la fe, danos un poco más de fe. Ayudanos a creer un poco más, a que es posible ser generosos como la viuda. Ayudanos a confiar en que tu Palabra es verdad, siempre, más allá de todo lo que nos pueda pasar. Queremos confiar en serio, no solo de palabra, sino de corazón, con la vida, con nuestras actitudes. Queremos empezar este lunes teniendo una mirada un poco más profunda, como la tuya, sabiendo que lo que nos proponés siempre es posible».

Algo del Evangelio de hoy nos dice que es posible perdonar cuando se tiene fe. Es posible recibir y aceptar con humildad mil veces el perdón de un hermano que se equivoca y se arrepiente. Si tu hermano peca, si alguien que vive la fe, un cristiano sincero se equivoca y reconoce su error, perdónalo, ¿qué más necesitás para perdonarlo? Si tu mujer pecó, si tu marido pecó, si un sacerdote pecó, si tu hijo pecó y pide perdón, perdónalo, no hay otro camino. ¿Tenemos o no tenemos fe? Con fe es posible perdonar.

Si vos y yo pecamos, algo que nos pasa seguido a todos, tenemos que aprender a reconocerlo cuando alguien nos corrige; y una vez corregidos, nuestro deber es pedir perdón a quien sea necesario. «Si tuviéramos la fe de un grano de mostaza», viviríamos como la viuda, desprendidos, sabiendo que en este mundo podemos equivocarnos todos, muchísimas veces, pero si nos sentimos hermanos, no existe otro camino que el del perdón mutuo. ¿Vos crees que podremos sentirnos hermanos mientras quede un rescoldo de rencor, de ira, de odio, de menosprecio, de desprecio, de discriminación, de bronca y de tantas cosas más en el corazón que nos alejan día a día de tantos hombres y mujeres?

«Señor: Auméntanos la fe». Lo necesitamos para vivir distinto, lo necesito para ser distinto y que esa diferencia no nos aleje de los que no tienen fe, sino todo lo contrario, que nos haga más cercanos, más humanos, más normales, pero más desprendidos, más generosos, más vivos desde adentro, más alegres, más perdonadores, más comprensivos, más misericordiosos, más libres para amar. Danos un poco más de fe, la que creas que necesitamos, la que nos abra a la generosidad y pobreza interior, aquella que nos lleve a ser capaces de dar todo, sin importarnos el mañana, confiando en que jamás nos quedaremos sin lo necesario para vivir.

Si alguien que querés, alguien que considerás un hermano peca, abrile los ojos, y si se arrepiente, perdónalo. No tenemos derecho a guardar rencor en el corazón si alguien reconoce su error.