Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: “Volveré a mi casa, de donde salí.” Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio.»
Palabra del Señor
Comentario
Finalmente, la dureza del corazón se manifiesta en nuestras actitudes, en nuestras palabras, en nuestros gestos, en nuestra manera de obrar. Los duros de corazón del Evangelio rechazaron a Jesús porque no se animaron a pensar distinto. El corazón se cierra con nuestros pensamientos, cuando no aceptan una realidad distinta, diferente, cuando los hechos se enfrentan con nuestros esquemas mentales. ¿Cuántas veces nos cerramos a distintas situaciones o personas porque no se adecuaban a nuestra manera de pensar? ¡Cientos de cientos de veces! El rechazo al amor de Dios, a sus leyes, a su manera de ser y pensar se debe finalmente a esto, a no poder entenderlo, a no dejar doblegarnos a su infinita sabiduría. El rechazo a la Iglesia, incluso el rechazo de sus propios hijos a sus enseñanzas, se debe a la soberbia y dureza de corazones que no aceptan que la verdad es objetiva y quiere que la abracemos, y no que la fabriquemos nosotros mismos, como tanto le gusta al mundo de hoy, al hombre de hoy y al de siempre. Pidamos a Jesús que nos ayude a cambiar nuestra manera de pensar, para que se nos ablande el corazón, como fruto de esta semana.
En Algo del Evangelio de hoy, algunos sospechan de Jesús; sospechan que si lo que estaba haciendo brotaba realmente de él, incluso llegan a pensar que lo estaba haciendo y lo hacía finalmente con el poder del demonio. Otro claro ejemplo de dureza de corazón.
Pero él conocía sus pensamientos, conoce nuestros pensamientos, los tuyos y los míos. Conoce también nuestros sentimientos; por eso sabe que los pensamientos que tenemos no son siempre totalmente veraces, o bien a veces se basan en una verdad completa, pero que finalmente nos pueden conducir a tener como un espíritu de sospecha y suspicacia contra los demás. Estos hombres sospechaban de Jesús, no podían creer lo que estaban viendo y, entonces, no se fiaban de él.
Por eso hoy quiero que meditemos sobre esta gran debilidad que tenemos todos, la de ver pero finalmente no mirar bien; vemos lo que queremos ver o vemos mal, o sea, vemos la realidad parcialmente, entonces nos equivocamos. Y hay algo peor, vemos y a veces miramos con sospechas. Sospechamos de los demás, sospechamos de lo que está pasando porque parece ser que estamos como «entrenados» para pensar mal, y no tanto para animarnos a pensar bien de las cosas. En el fondo, como dice el dicho popular: «Aquel que es ladrón piensa que todos son de su condición».
Hay una gran verdad que no tenemos que olvidar. Como decía un autor: «No hay que confundir inteligencia con capacidad intelectual, y que el pecado original también nos afectó la inteligencia». Hay muchas personas que están orgullosas de su capacidad intelectual, pero se olvidan que su inteligencia está herida y a veces enferma y otras, es destructora. Eso quiere decir que no todo lo que nace en nuestros pensamientos es verdad absoluta y que el demonio aprovecha esa debilidad para dividir, para enemistar, para hacernos ver mal donde no lo hay, para impedirnos que podamos ver el bien donde lo hay, impidiéndonos finalmente disfrutar de lo bueno de la vida.
El mal espíritu entonces busca que nos aseguremos en nuestras «verdades» y que nos alejemos de los demás, de nuestros hermanos. Por eso también un autor decía por ahí: «Las palabras que nacen de la mente son un muro; las que nacen del corazón son un puente». ¿Cuánto de esto hay en nosotros? ¿Cuánto de esto hay en nuestras familias? ¿Cuánto de esto hay dentro de la Iglesia? ¿Cuánto de esto hay en tu trabajo? ¿Cuánta división por aferramos a razones que consideramos válidas y que nos hacen convencernos de que tenemos la verdad absoluta? Estas aparentes razones no nos dejan ver que hay una verdad más profunda, que es la que no vemos, la de Jesús.
Bueno… hoy no hay dudas, por la Palabra de Dios, de que el demonio existe. ¡Acordémonos de eso! El Evangelio es claro, y como dice el apóstol: «El demonio anda buscando a quien devorar; hay que resistirle firmes en la fe».
¡No seamos ingenuos, la división procede del mal espíritu y de un corazón que se deja engañar; pero sabemos, gracias a Dios, que la fuerza de su dedo, como dice el Evangelio, es más fuerte! La fuerza del amor de Jesús, que busca ablandarnos el corazón y guiar nuestros pensamientos hacia el bien, es mucho más grande que la sospecha y las suspicacias que el demonio nos quiere sembrar en el corazón. Por eso, pensemos hoy de quién andamos sospechando y sobre qué cosas sospechamos, sobre qué estamos seguros de lo que pensamos y creemos que es verdad y por ahí no es tan así. Acordémonos que Jesús conoce nuestros pensamientos y el de los demás. Acordémonos que «hablando con el corazón se crean puentes».