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Fiesta de San Mateo

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?»

Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor

Comentario

Qué lindo que es seguir día a día «empapándonos» con las palabras de Dios, que caen del cielo, que nos vienen por corazones distintos que nos hablan de él, que nos vienen por tantos medios, que brotan por todos lados, pero especialmente de la Biblia, lugar privilegiado para el encuentro con su voz, con su dulce voz que nos habla siempre al corazón. Siempre nos quiere tocar las fibras más íntimas de nuestro ser como, por ejemplo, lo dice el salmo 118, que es un canto bellísimo a la ley de Dios, a la Palabra que nace del corazón del Padre. En un versículo dice así: «Mis ojos se consumen por tu Palabra, ¿cuándo me consolarás?». Es algo así como un «reclamo» a Dios. Pareciera ser como un reclamo a Dios. «¿Cuándo me consolarás?». Sí, escuchaste bien: una especie de queja que surge incluso de la misma Palabra de Dios. ¿Cuántas veces, vos y yo, nos sentimos así? ¿Cuándo me vas a dar ese consuelo que necesito? ¿Cuándo se va a acabar esta tristeza?

Por ahí vos ahora no estás necesitando un consuelo, concretamente, porque no estás pasando por nada malo, no te está pasando nada. Pero por ahí a otro sí, algún familiar, algún amigo, tantas personas que necesitan ser consoladas. O al contrario, por ahí vos que estás escuchando estas palabras y sí necesitas ser consolado, porque estás enfermo; porque estás triste; porque la estás pasando mal; porque estás cansado, cansada, agobiado; porque no tenés ganas ni siquiera de arrancar este día; porque no andás bien; porque te cansó la situación en la que vivimos; porque muchas veces te sentís solo o sola, aunque estés con gente, y podrías pensar o decirle a tu Padre: «Me consumo por tu Palabra. Hago todo por escucharte, por ser fiel, por intentar ser buena persona, y a veces no encuentro consuelo. El consuelo parece que no llega más». ¿Cuándo me consolarás? Decile esto a tu Padre desde el fondo del corazón. No tengas miedo a «reprocharle» a este Dios que es amor y humildad. Reprochale también con amor y humildad. Es lógico. Es un sentimiento muy humano. Mirá el cielo, mirá una imagen y decile a tu Padre, a Jesús, a María: «¿Cuándo me vas a consolar?».

Hoy celebramos la Fiesta de san Mateo, este hombre llamado por Jesús mientras trabajaba como recaudador de impuestos y traicionaba a su propio pueblo. Pero que finalmente se convirtió en un gran apóstol, en escritor y autor de uno de los evangelios. ¡Qué locura!, ¿no? Nos hace pensar: ¡qué locura que Jesús elija a un hombre como Mateo! Solo él puede lograr algo así. Quería hoy dejarte simplemente tres cosas para meditar con Algo del Evangelio, para que vayas rumiando durante este día, mientras el mundo sigue su curso y se olvida un poco de Dios. Quiero destacar tres actitudes de Jesús de esta escena tan cortita, pero tan profunda. Primero, dice que Jesús ve. El Evangelio muestra que Jesús vio a un hombre. Ve a Mateo en su trabajo –aunque era un trabajo indigno de alguna manera–. Lo ve mientras él trabajaba, igual que a nosotros. Nos ve sentados en la mesa de nuestras vidas, en donde nosotros hacemos nuestras cosas, en donde estamos cómodos y, a veces, haciendo «la nuestra», cobrándole cosas a los demás. Jesús mira nuestra vida de un modo distinto. No le interesa tanto lo que pensamos y hacemos, sino lo que somos. Lo que le interesa es mirarnos y llamarnos para que nos demos cuenta de que no podemos pasarnos la vida «sentados» en la mesa de nuestra mezquindad, de nuestro egoísmo, viendo la vida detrás de un escritorio, recibiendo a los demás con distancia, poniendo barreras. Es la imagen del egoísmo, de la búsqueda de nuestra propia «realización», pero no de una realización que mira a los demás. Bueno, sin embargo, Jesús llamó a Mateo. Jesús nos llama, no solo nos mira.

Lo segundo es eso, es que Jesús se mete de algún modo en la vida de Mateo. Se mete en nuestra vida. Se mete, se quiere meter en nuestro corazón. Golpea las puertas. Se mete y arma un lindo lío, un lindo desparramo.

Se mete en nuestra casa y termina comiendo con todos, incluso con los que nadie quería comer –con los publicanos y los pecadores–. Él transforma otras vidas a través de la nuestra, a través de la tuya, cuando respondes a su llamado, porque los demás ven algo «distinto». Por eso, si tu vida sigue igual o a partir de tu vida nadie se acercó a Jesús, es para que nos preguntemos si realmente él está en nuestra vida. Si a través de nuestra vida, de nuestro llamado, de que Jesús esté con nosotros, nadie se acercó a Dios más profundamente; es para que nos preguntemos si verdaderamente él está o no en nuestra vida repartiendo misericordia.

Y tercero, Jesús vino por los enfermos, o sea, por todos, por los que se sienten enfermos y por los que todavía no se dan cuenta que están enfermos. ¿Vos creías que eras santo? ¿Vos creías que te salía todo bien? ¿Vos creías que no eras pecador? ¿Creías que a vos te llamó por ser bueno? Al contrario, Jesús nos llamó para sanarnos, para purificarnos y si te animas a sentarte a la mesa con él reconociendo lo que sos, nunca te va a dejar solo. Siempre va a haber alguien a tu alrededor. Nunca, jamás, volverás a estar solo.

Por eso, no te consideres santo, sano. Pedí siempre ser sanado, no tengas prejuicios. Jesús vino a sanar a todos y se vino a sentar a la mesa con todos. Cada uno de nosotros fue llamado para recibir las enseñanzas de Jesús y para que aprendamos que la clave del Evangelio de hoy es la «misericordia», el mirar las cosas como Dios las mira. Jesús quiere misericordia para nuestra vida y para los demás. Tan difícil y maravilloso como eso.