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XXIV Miércoles durante el año

Dijo el Señor: ¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos:

¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!

Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!” Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!” Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.

Palabra del Señor

Comentario

Me gustaría empezar en este día, continuando con el Evangelio del domingo, con una pregunta: ¿Por qué sufrimos más cuando nuestros pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres? Antes que nada, es bueno saber que nosotros obramos no solo movidos por nuestros sentimientos, sino, fundamentalmente, por nuestro modo de pensar, por nuestros razonamientos, que influyen en nuestros sentimientos, en nuestras acciones, en nuestras palabras y omisiones. Nuestros pensamientos vendrían a ser como el timón de nuestro barco, como para usar una imagen, y es por eso que nos influyen tanto. O también podríamos utilizar una imagen o una comparación tecnológica: es como la placa madre, de donde surgen todas las decisiones y las acciones que tomamos.

Cuando nuestros pensamientos no son los de Dios, sino únicamente los nuestros, el timón no siempre nos orienta bien. Mayormente nuestros pensamientos son errados, tenemos que reconocerlo. Con respecto a las cosas de Dios, no sabemos lo que piensa Dios y a veces pretendemos decirle a Dios lo que debe o no debe hacer o decir. Sin embargo, sabemos o deberíamos saber qué piensa Dios, si escucháramos más su Palabra. Eso le pasó a Pedro, reprendió a Jesús porque sus pensamientos no concordaban con los de Dios. Eso de tener que pasar por la cruz, o sea, de tener que vivir el sufrimiento como un camino de salvación, ¿quién desearía eso? ¿Quién elige tener que pasar por la cruz, por el sufrimiento?

A todos nos pasa que, por lo menos en este tema, muchas veces, nuestros pensamientos son distintos a los de Dios. Pero la realidad es que el camino más sensato es el de aceptar lo que a veces nuestros pensamientos se niegan a aceptar; el mejor camino es aprender de los pensamientos de Dios que nos marcan siempre el mejor camino, justamente para sufrir menos, o por lo menos para vivir el sufrimiento que nos toque en la vida de otra manera, al modo de Dios. Seguiremos mañana con este tema. Las palabras de Dios son las que nos mantienen firme el corazón y el pensamiento en lo importante, en lo que realmente vale la pena; son las que nos reorientan siempre, las que nos dan el rumbo una y otra vez.

Hoy simplemente te dejo algunas preguntas, para que meditemos juntos con Algo del Evangelio y para que podamos reflexionarlo por nuestra cuenta.

Jesús habla hoy de una generación: «¿Con quién puedo comparar esta generación?». Él se refiere entonces, podríamos decirlo, a una clase, a un estilo de personas. No se está refiriendo a una generación en el sentido cronológico, un grupo de personas que nació en un tiempo nada más, sino a las personas de ese momento, a las que le hablaba, pero también a nosotros, a una clase de personas que puede haber nacido en cualquier tiempo y lugar. Se refiere entonces, como digo, a esas personas en particular. ¿A quiénes se parecen? ¿A quiénes nos parecemos a veces? Diríamos que a los que siempre están inconformes, esos hombres que no se conforman con nada, que no se conformaban en ese tiempo ni con Juan el Bautista –que no comía ni bebía–, ni se conformaban con Jesús –que comía y bebía con los publicanos–; nada les venía bien. ¿No nos resulta conocida esta actitud?

Es esa actitud que, al final de cuentas, desea que las cosas sean solamente como él piensa, según sus criterios; esos hombres que esperaban un Mesías, pero al final, cuando llegó, no se dieron cuenta, no lo quisieron reconocer porque querían que sea, en el fondo, «a su manera». En definitiva, sus pensamientos no eran los de Dios, como le pasó a Pedro.

En el fondo de esa actitud, de estos hombres que no se conformaban por cómo era Dios, por cómo se manifestaba Dios, está esta falta de capacidad que tenemos de aceptar el modo de ser de Dios. Lo lindo es que Dios no es como nosotros queremos que sea. Dios es Dios y Dios se hizo hombre en Jesús; y eso es lo que nos tiene que terminar de convencer y conformar. Lo más lindo es que Dios sea Dios, más allá de nuestros modos de pensar.

Dios, el eterno que todo lo trasciende, es el que está más allá de todo, pero se hizo hombre y se hizo un hombre especial, no como nosotros quisiéramos a veces.

Bueno, este inconformismo también se manifiesta en nuestra vida, en miles de situaciones, también se manifiesta en nuestra vida de fe. Pero lo mejor es pensarlo, como digo recién, en nuestra espiritualidad, en nuestra fe concreta. Obviamente si somos quejosos e inconformistas con lo de cada día, seguramente lo seremos en las cosas espirituales. Pero por eso hoy preguntémonos: ¿Soy de las personas que no se conforman con nada, que no aceptan la realidad, que no aceptan a las personas que tienen alrededor, que no aceptan su trabajo, que no aceptan su estudio, que no aceptan el ambiente que le tocó vivir? ¿Sos de los que siempre se están quejando y, si no hay nada de qué quejarse, invento una queja? ¿Soy de las personas que se queja porque las cosas no son como quiero que sean y después cuando son distintas, también se quejan? En el fondo, ¿qué es lo que nos mantiene inconformes? Eso nos pasa con las cosas de Dios, con las cosas de la Iglesia y con las cosas del mundo: no aceptar la realidad que se nos manifiesta. El gran sacrificio, la gran cruz de cada día, es aceptar la realidad, como primer paso, antes de querer cambiarla opinando.

La primera gran actitud que debemos tener todos los cristianos, es la de aceptar la realidad, el mundo que Dios nos dio, esté como esté; aceptar lo que se nos presenta día a día y lo que nos toca vivir, aceptar como piensa Dios y a qué nos invita. ¿Nos gusta que Dios sea así? ¿Nos gusta que se haya manifestado tan «normalmente» que a veces no nos entra en la cabeza ni en el corazón?