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XXIV Lunes durante el año

Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga.»

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ” Ve”, él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que hacer esto!”, él lo hace.»

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe.»

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

Palabra del Señor

Comentario

El comienzo de una nueva semana siempre anima, siempre invita empezar de nuevo. ¿No te pasa? En realidad, no tenemos que olvidarnos que nuestra semana empieza el domingo, por eso el día del Señor debería ser siempre nuestro cimiento para todo lo que se nos viene encima a partir del lunes, cuando retomamos nuestros trabajos, nuestra rutina, lo que nos toca hacer cada día.

Ayer, leí algo maravilloso de san Agustín que no podía dejar de compartirlo, porque expresa lo que siempre deseo al predicar, al explicar día a día la palabra de Dios, dice así: “Acabamos de escuchar la lectura que se nos ha proclamado, y por ello debo decir algo para comentarla. Dios me ayudará para que diga cosas verdaderas, si yo, por mi parte, no pretendo exponer mis propias ideas. Porque si les propusiera mis ideas, también yo sería de aquellos pastores que, en lugar de apacentar las ovejas, se apacientan a sí mismos. Si, en cambio, hablo no de mis pensamientos, sino, exponiendo la palabra del Señor, es el Señor quien los apacienta por mediación mía.”

Es un texto maravilloso que me ayuda decirte lo que cada día deseo hacer… no proponerte mis ideas, no apacentarme a mí mismo, no darte “mis” pensamientos, sino intentar transmitirte los pensamientos de Dios, los que brotan de sus labios, de su corazón, sino… ¿Qué sentido tendría lo que hago? Vos y yo no siempre pensamos como piensa Dios, aunque creamos que tenemos la razón, nosotros los sacerdotes no siempre transmitimos lo que piensa Dios, sino que muchas veces predicamos mundanidades, sin darnos cuenta que lo mejor que podemos hacer es hablar de Él, y como Él habla, sin temores, confiando en su palabra, y no en la nuestra. Algo así le decía Jesús a Pedro en el evangelio de ayer, «…porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Pedro creyó que lo que pensaba era lo mejor para Jesús, por ser bueno y querer evitar el sufrimiento de su amigo, terminó “pensando como los hombres” y no como Dios, terminó interponiéndose en el camino de Jesús y por eso lo reprendió, acusándolo de “satanás”, muy duro. Seguiremos con esto estos días.

La novedad, lo que a mí me asombra de Algo del Evangelio de hoy es que sea un hombre “no religioso” el que nos dé “lecciones” de fe. ¿No te pasa lo mismo? Es un centurión, un soldado romano, el que nos da “cátedra”, por decirlo así, de lo que significa confiar en la palabra de Jesús aun sin haberlo visto. A mí eso me “descoloca”, me asombra para bien, incluso no me asusta que sea Jesús quien se admire de él y lo ponga como ejemplo para todos, al contrario, me consuela. De hecho, Jesús lo dice: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe.» También te aseguro que como sacerdote me canso, por decirlo figuradamente, de encontrar personas de mucha fe, mucho más que la mía, que no son “religiosas” o por lo menos no son lo que el común de la gente piensa sobre lo que es ser “religiosos”.

Eso sería para varios audios. Tan ejemplo de fe es para nosotros este hombre, que sus palabras, quedaron para siempre en nuestras Misas, una maravilla, ¿no te asombra eso? Las palabras de un pagano, de alguien “supuestamente” sin fe, son rezadas todos los días por millones de personas en el mundo en cada misa celebrada, antes de recibir a Jesús en la Eucaristía. Son las únicas palabras de la Misa que el sacerdote debe responder junto con todo el pueblo. Nadie es digno de recibir a Jesús, ni siquiera el sacerdote, hasta el Papa tiene que decirlas. “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” decimos. El evangelio es así de lindo, un canto a la “apertura”, una “cachetada” a la estrechez mental, una muestra clara de que Jesús se regocijó por acercarse a los más apartados, a aquellos que los “religiosos” de esa época no consideraban dignos. ¡Qué lindo que es saber que Jesús vino a hacernos dignos, a todos, a los que dicen ser “religiosos” y a los que aparentemente no tienen fe, a todos!

Si la palabra de Jesús ese día bastó para sanar a ese sirviente, hoy debemos creer y pensar lo mismo. ¿No te asombra?

Una palabra de Jesús escuchada con fe basta para sanarnos de nuestras enfermedades del corazón. Asombrate de este hombre modelo de fe, y al mismo tiempo, no te asombres de que los que parecen menos “religiosos”, sean muchas veces los que más fe tienen, los que más nos enseñan qué es lo verdaderamente esencial cuando de fe y religión se trata.