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XXIII Lunes durante el año

Un sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie delante de todos.» El se levantó y permaneció de pie.

Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» El la extendió y su mano quedó curada.

Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.

Palabra del Señor

Comentario

¡Qué maravilla es ver en la Palabra de Dios –fijándonos en el Evangelio de ayer– cómo Jesús tuvo gestos distintos con cada persona que se le acercó, cómo cada milagro fue también distinto, particular, especial! Ayer, notábamos cómo Jesús apartaba a este sordomudo, que en realidad era un sordo y tartamudo que le costaba hablar, y llevándolo aparte lo curó de manera especial. Puso sus manos en sus oídos, su saliva en su lengua para hacer que él pueda volver a hablar, para que en realidad sus oídos se le abran y escuche, y esa escucha le cambie la manera de hablar.

Bueno, en esta semana que comenzamos, este lunes –que espero que sea un lindo lunes para vos y para todos–, pensemos que Jesús de algún modo también nos aparta a vos y a mí de la multitud; que cuando nos quiere sanar, no quiere sensacionalismo o cosas espectaculares, sino quiere mirarnos a los ojos, quiere tocarnos el corazón, para ayudarnos a cambiar, para destrabarnos la lengua, para abrirnos los oídos y para ponernos en un nuevo camino.

Continuemos con este maravilloso Evangelio del domingo durante esta semana, pero también te propongo en estos días tomar un versículo del salmo 118 para que escuchemos y meditemos, dice así: «Tus manos me hicieron y me formaron; instrúyeme, para que aprenda tus mandamientos». Que estas palabras podamos transformarlas en petición: «Señor, vos me formaste, vos me diste todo, vos me diste esta vida, esta manera de pensar, este corazón, vos me diste esta familia que tengo, tantas cosas. Me formaste, me hiciste. Instrúyeme. Instruime, Señor, esta semana para que aprenda una vez más tus mandamientos, pero no como palabra muerta, sino para que las interiorice, para que tus mandatos no sean para mí una carga, para que descubra que tus mandatos, los mandatos de tu Padre, son en realidad bálsamo para el corazón, son guía, luz para caminar en esta vida tan difícil».

Ojalá que el Señor nos conceda en estos días el aprender verdaderamente sus mandamientos, que es todo lo que él nos enseña para poder vivir.

Y hoy en Algo del Evangelio vemos como dos actitudes opuestas; por un lado, vemos que Jesús se la pasó haciendo el bien y, por otro lado, los fariseos enojándose porque Jesús hace el bien –¡qué paradoja!– y quieren encontrar algo con lo que lo puedan acusar.

Primero fijemos nuestra mirada en Jesús, contemplémoslo a él, como siempre. Él hace el bien sin importarle la opinión de los demás ni la oposición ajena. El bien muchas veces en nuestra vida encuentra oposición, incluso ante personas que dicen querer hacer el bien –como los fariseos de ese tiempo–, personas religiosas que dicen amar a Dios. Jesús –como dice la misma Palabra– se la pasó haciendo el bien, por eso no le importaba que algunos estén buscando un motivo para acusarlo. Él sigue haciendo el bien ahora, en este momento. Jesús, haciendo el bien, quiere enseñar también por qué lo hace, y no lo entienden, pero lo hace igual; eso es lo lindo de la escena de la Palabra de Dios de hoy.

Jesús tiene en su corazón el coraje de hacer el bien, ese coraje que necesitamos todos para animarnos siempre a hacerlo incluso en lugares donde el bien parece que no alcanza, parece no satisfacer a los otros, no conforma y podríamos pensar: ¿cómo puede pasar esto? ¿Es posible que pase esto? ¿Cómo es posible que el hombre pueda cerrarse ante tanta bondad? ¡Qué tristeza la de Jesús! ¡Qué tristeza debe haber sentido nuestro Maestro!, y sigue sintiendo cuando se choca contra seres humanos que muchas veces no se conforman ni siquiera con el bien, no se conforman con nada.

Entonces aprendamos esto de Jesús: la decisión, el coraje, la fortaleza para hacer el bien. Cuando tenemos claro lo que tenemos que hacer utilizando medios buenos, hay que andar firmes para adelante. No dudemos en nuestro trabajo, en nuestro hogar, en la calle, en el viaje, en hacer el bien y hacerlo bien.

Cuando tengamos la posibilidad de hacer el bien, hagámoslo, aunque a nuestro alrededor se mueran de bronca, de celos, de enojos, de envidia, aunque los que dicen ser buenos –como los fariseos– se enfurezcan. Dejemos que los demás se enfurezcan, nosotros sigamos para adelante haciendo el bien y que eso nos llene de paz.

Y lo segundo a considerar es la increíble actitud de los fariseos. ¡Es increíble esta actitud!, la verdad, cuesta entenderla, pero es así. ¿Es posible tanta cerrazón incluso cuando alguien ve un milagro? Sí, es posible. Es posible que haya personas que en vez de disfrutar del bien ajeno que están viendo, estén preocupados por lo que no ven y juzgan. Hay personas así, hay personas que son así de verdad –incluso religiosos y hasta te diría que, como yo, sacerdotes–, que cuando ven algo bueno o cuando ven que alguien hace algo bueno, en vez de disfrutarlo, buscan algo que criticar, buscan algo para acusar, buscan –como se dice– la quinta pata al gato; no pueden disfrutar de las cosas buenas de los demás, están siempre encontrando todo lo malo, en el mundo, en la Iglesia, desde el papa para abajo, en la parroquia, en la comunidad, en los sacerdotes…

¿Por qué a veces no disfrutamos de las cosas buenas ajenas? ¿Por qué a veces nos da bronca lo bueno? Preguntémonos si no nos pasa a veces lo mismo. ¿Por qué a veces nos creemos que somos los únicos que podemos hacer el bien y lo hacemos mejor que los otros? Hay mucho de fariseísmo en nuestra Iglesia y en todos los que nos creemos que tenemos la medida de las cosas y cómo deben ser.

Que Jesús, con su coraje, nos libre de esta actitud. ¿Cómo hacerlo? Bueno, hagamos hoy y durante la semana el ejercicio de felicitar y alegrarnos con el bien que descubramos a nuestro alrededor, con las cosas buenas que hicieron los demás. Acordémonos que hay muchas cosas buenas fuera de nuestro corazón, de nuestro grupo, de nuestra parroquia, de nuestro movimiento, de nuestra manera de vivir la fe.