Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.
En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!».
Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.
Palabra del Señor
Comentario
Continuando un poco con el tema central de la liturgia del domingo, del Evangelio del domingo, podríamos decir que la religiosidad pura y sincera es aquella que brota desde el corazón. Sí, que está repleta de signos y cosas exteriores que nos ayudan a interiorizar, pero finalmente si falta el corazón, falta todo. Puede estar el corazón y faltar lo exterior, pero si está lo exterior y falta el corazón, falta todo. Obviamente que lo ideal no es oponer, como les gusta hacer a algunos, sino que integrar. Necesitamos signos exteriores, necesitamos signos que nos ayuden a compenetrarnos y a meternos en el misterio de que Dios habita en nosotros y en todo el mundo. Pero también necesitamos vivir lo que decimos, vivir lo que profesamos. Vivimos tiempos en donde todo se opone, donde a algunos les gusta decir que basta con cumplir cosas con hacer cosas exteriores, para vivir religiosamente. De hecho, la palabra «religioso» está destinada siempre a aquellas personas que parece que hacen más cosas piadosas para estar con Dios. Pero nos olvidamos que religioso también es aquel que se ocupa de los más débiles, que ama finalmente. Seguiremos en estos días con este tema.
Más allá de algunos excesos que haya habido en alguna época de la Iglesia o incluso hoy, con respecto a la presencia y acción del demonio en el mundo, o también otros excesos más actuales, como, por ejemplo, el negar o minimizar su obrar; no podemos quitar esta página del Evangelio y es claro que Jesús vino, entre tantas cosas, también a vencer al diablo, al que él mismo llama en otros momentos como el «Padre de la mentira», aquel que viene a dividir. A ese, Jesús vino a vencer. Y en este episodio de Algo del Evangelio de hoy vemos claramente cómo lo vence con su palabra: «Cállate y sal de este hombre». El diablo es el que busca dividir y mentir, el diablo es el que divide nuestros pensamientos, los confunde y los entremezcla; divide también nuestros sentimientos, nuestros corazones; intenta que no distingamos, que mezclemos todo, que no podamos discernir verdaderamente.
Acordémonos que «la Palabra de Dios es viva y eficaz» y es la que discierne los pensamientos, del corazón y ayuda a distinguir; el diablo, todo lo contrario, busca siempre confundir, divide nuestras relaciones humanas, divide a nuestra familia, busca que estemos enemistados, que nos enojemos para siempre, que nos mantengamos en nuestra posición, en nuestros pensamientos, en nuestra lógica, en nuestros sentimientos, que no cambiemos, y aunque sean muy viejos, quiere que sigamos con rencores y broncas, que no olvidemos, que peleemos con el de al lado, con el que estás viajando ahora, con tu jefe, con tu compañero de trabajo, con tus hermanos, con tu marido, con tu esposa, con tu vecino; él busca eso, y nos engaña, nos miente para que vivamos engañados y fuera de la verdad de Dios, nos inclina a que pensemos siempre en lo malo de las cosas, que veamos siempre la parte mala de la vida y de los corazones y no veamos nada bueno.
Divide también a la sociedad, genera –como me gusta decir– «mentiras culturales», por decirlo de algún modo, genera pensamientos y formas de vivir que no buscan el bien de todos; al contrario, el bien de unos pocos.
Para evitar caer en sus engaños, tenemos que conocer cómo actúa y cómo vino a vencerlo Jesús; y para eso, es mejor no centrarse en lo que conocemos todos como las posesiones –como el caso de hoy– que son en realidad pocas, sino más bien en la cotidianidad, es decir, cómo actúa el diablo normal o cotidianamente. Para eso, me gusta recurrir a los santos, aquellos que nos han enseñado con sus vivencias cómo obra el maligno en nosotros, incluso también me acuerdo de un libro que se llama «Cartas del diablo a su sobrino», de Lewis, donde genialmente va describiendo cómo hace el diablo para engañarnos, escribiéndole a otros diablillos, dándole consejos para engañar al hombre; pero san Ignacio de Loyola, el gran santo que fundó a los jesuitas y que nos dejó los ejercicios espirituales, nos enseña a poder distinguir el actuar del demonio en nuestras vidas.
Primero, dice que el demonio actúa a veces como una mujer, en que es débil ante la fuerza y se hace fuerte en la debilidad; por eso ante las tentaciones y las pruebas tenemos que enfrentarlo, no tenemos que tenerle miedo, tenemos que rezar con más intensidad, tenemos que enfrentarlo también con nuestros pensamientos, no dejarse ganar. El diablo se hace débil cuando nosotros nos hacemos fuertes, por supuesto con la ayuda de Jesús, con la gracia, con la oración, con la ayuda de la Virgen María que es la gran vencedora, aquella que pisa la serpiente en el libro del Apocalipsis y por eso aparece en tantas imágenes pisando a la serpiente.
Segundo, dice san Ignacio que se hace como alguien que quiere enamorar a la persona prohibida, busca que no se sepa de ese engaño, le dice que se calle. El demonio hace eso, busca que vos y yo no hablemos, que callemos, que no contemos lo que nos pasa, que ocultemos las cosas que sentimos y vivimos. ¿Y cuál es la solución entonces? Abrir el alma a alguien, abrir el corazón a una persona de fe, espiritual, compartir esos pensamientos o dudas, las tentaciones que nos vienen a un sacerdote, a un buen amigo, una buena amiga que nos conduzca al bien.
Y tercero, dice que el diablo actúa como alguien que quiere conquistar una ciudad amurallada y por supuesto va a entrar por el lugar más débil, más flaco, es astuto. No va a entrar por el lugar más fuerte, por la puerta principal. Por eso ¿dónde nos va a querer debilitar el demonio? Por nuestro lugar más débil, por nuestro lugar más frágil y por eso tenemos que conocernos, conocer cuál es nuestra gran debilidad, donde siempre el demonio nos estará molestando para atormentarnos.
Bueno, espero que estos consejos de este gran santo también nos ayuden, no hay que tenerle miedo al demonio; Jesús es más fuerte, Jesús hoy nos muestra su poder, él nos demuestra que vino a vencer el mal, que busca lograr el demonio en nuestros corazones y nos quiere ayudar a liberarnos de esto que a veces nos puede molestar y nos pone piedras en el camino.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.