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XIX Martes durante el año

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que, si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.

Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.

¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.

Palabra del Señor

Comentario

Si el tener o no tener fe dependiera exclusivamente de nosotros, de nuestras respuestas, de nuestras voluntades, perdería su verdadero sentido, o podríamos decir que no sería plenamente fe. Incluso, visto desde nuestro lado, podríamos decir que sería “más fácil” tenerla. Pero la fe antes que una respuesta nuestra, es un don, o dicho de otro modo es un don que necesita de nuestra respuesta, es una relación de amor, es una relación de confianza, no es un simple decir “tengo fe”, un creo “así nomás”, a secas. No se cree por evidencias externas, por algo, los judíos del evangelio del domingo murmuraban contra Jesús a pesar de haber visto milagros, aun habiendo sido alimentados por Él. Creemos como respuesta a una atracción de Dios, a una propuesta de amor. Si la fe fuese una aceptación de evidencias que se comprueban con los sentidos, sería más fácil creer. Es por eso que Jesús les decía a los judíos y nos dice hoy a nosotros: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” Nadie puede acercarse a Jesús con confianza, buscando confiar en Él, si el Padre de Jesús, nuestro Padre no nos atrae. Vos y yo fuimos atraídos, somos atraídos continuamente por Dios, de mil maneras diferentes, pero, en definitiva, Él utiliza medio humanos para hacernos buscar, seguir y amar a su Hijo Jesús. Es lindo saber y darse cuenta que el hecho de que tengamos fe, de que confiemos en la presencia y en el amor de Dios, no es fruto de nuestras elucubraciones, de nuestros estudios, de nuestros logros, de nuestros méritos, sino del amor de un Padre que nos busca siempre, aun cuando nosotros nos empeñamos en olvidarnos y dejarlo de lado.

Para eso vino Jesús al mundo, para eso fue enviado, para que creamos en Él y por medio de Él tengamos Vida eterna, para que el amor de Él nos conceda una vida nueva, distinta.

En Algo del Evangelio de hoy, Jesús ayuda a sus discípulos a reconocerse a sí mismos, nos ayuda a nosotros a reconocer nuestras debilidades. Los discípulos fueron dándose cuenta quienes eran, con sus propias debilidades y sus capacidades, solo estando con Jesús, a lo largo del tiempo. No hubo otro camino para ellos. No fueron a hacer un curso de virtudes, no fueron a “capacitarse” a un lugar para ser buenos. No hicieron dinámicas de conocimiento entre ellos, no usaron métodos de autoconocimiento, porque en esa época no los tenían. Sencillamente estuvieron con Él. Solo estando con Jesús nos conocemos profundamente. Solo estando con Él aprendemos el camino de la sinceridad espiritual, de la sencillez del corazón, de la simpleza de la vida, de la verdadera humildad. Todo lo demás, todo lo demás se puede aprender en muchos lados, en muchas escuelas, universidades o cursos. Ahora… la humildad del evangelio, la de Jesús, la que da vida, solo se aprende con Él y solo haciéndose humilde, podemos hacer las grandes cosas que pretendemos, muchas veces con aires de grandezas.

Jesús nos quiere para cosas grandes, eso es verdad y no hay que negarlo, no quiere mediocres que se conformen con poco, que no den todo lo que tienen para dar, pero lo quiere a su modo. A su manera. Jesús quiere que te “agrandes” y quieras cosas grandes, pero “haciéndote pequeño” y no pretendiendo más de lo que podés. Tenemos que conocernos en serio y ser humildes de corazón. Qué paradoja más rara estarás pensando. ¿Ser grande siendo pequeño? ¿No pretender todo para alcanzar todo? Es tan simple como difícil para vivir y aceptar. Es lo que Jesús hizo y lo que quiere corregir en nosotros. Todo lo grande empieza de a poco. Todo lo grande empieza desde cosas insignificantes, mirá la naturaleza. Todo lo grande está formado por mil cosas pequeñas, y todo necesita de todo, nada está aislado en sí mismo. Dios se hizo niño y Dios quiere que tengamos alma de niños.

Jesús nos asegura hoy que si no cambiamos, que si no nos hacemos como niños no podremos entrar en su Reino, no podremos disfrutar desde ahora el amor del Padre, ni tampoco entrar en el Amor definitivo cuando todo esto se termine. ¡Qué increíble lo que nos cuesta cambiar! ¡Qué locura cuánto nos cuesta aceptar que somos necesitados de amor y humildad! ¡Qué dificultad tenemos para reconocer que Dios es el que nos anda buscando siempre y nosotros nos empeñamos en perdernos! Intentemos hoy cambiar, intentemos ser un poco más pequeños de corazón, pero sin renunciar a hacer cosas grandes por Él.