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XVIII Miércoles durante el año

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio.» Pero él no le respondió nada.

Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos.»

Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.»

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»

Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros.»

Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»

Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.

Palabra del Señor

Comentario

¡Cuánto trabajamos por aquellas cosas que soñamos y anhelamos!, ¡cuánto esfuerzo ponemos en cosas que son buenas y nos hacen bien, que nos hacen crecer y progresar!, pero al mismo tiempo nos podemos preguntar: ¿Trabajamos por las cosas que no perecen?, ¿ponemos el mismo entusiasmo y corazón por nuestra vida espiritual, por crecer en la fe, por conocer cada día más a Jesús para amarlo y seguirlo? Es una pregunta o varias preguntas que se desprenden de esas palabras que escuchamos en el Evangelio del domingo: «Trabajen por el alimento que no perece». Por eso continuamos tratando de desmenuzar el Evangelio del domingo para que nuestro deseo de conocer y amar a Jesús para seguirlo siga aumentando, porque solo su Palabra suscita en nosotros la fe; solo sus palabras consoladoras nos ayudan a animarnos a seguir creciendo, a tener cada día más hambre de él.

Pero continuemos también hoy con esta pregunta de fondo: ¿Qué dice la Palabra de Dios sobre ella misma? El salmo 118 dice también algo así: «Tu palabra, Señor, permanece para siempre, está firme en el cielo». La Palabra de Dios —lo que Dios nos dice y quiere decirnos— expresa sus deseos, expresa lo más profundo de su corazón y sus pensamientos, por decirlo de algún modo. Aunque vos y yo no lo comprendamos siempre o vayamos comprendiendo de a poco lo que Dios piensa y siente, el pensamiento de Dios, su amor, son eternos, permanecen para siempre, no cambian por un capricho como nos pasa a nosotros. Dios no miente jamás, dice verdades que lentamente se van cumpliendo en la historia de la humanidad y en nuestra historia. Acordémonos de esto: «La Palabra de Dios permanece para siempre y está firme en el cielo», está firme en todos lados, en toda la creación.

Y de Algo del Evangelio de hoy quería que imaginemos esta frase o que la digamos una vez más para nosotros, que la escuchemos una vez más: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!». ¡Qué grande es la fe de esta mujer! Pensemos en esta afirmación.

Primero, Jesús estaba en tierra pagana, o sea, en un lugar donde no creían en el Dios único de Israel, donde no esperaban ningún Mesías ni salvación que pudiera provenir de él.

Lo segundo es que pensemos que esta mujer empezó a gritar, de algún modo molestó; algo bastante incómodo, ¿no? ¡Qué incómodo cuando alguien nos grita alrededor!, tan incómodo que los discípulos, de algún modo, se la quieren sacar de encima: «Atiéndela, Señor, porque nos persigue a los gritos», le piden. Parecido a lo que podemos hacer a veces nosotros en la Iglesia, sin darnos cuenta, cuando miramos de reojo a algunas personas que aparecen después de mucho tiempo o que no conocen mucho nuestra comunidad o la fe, ¿no nos pasa eso a veces?, como que nos queremos sacar de encima a las personas que nos molestan o que no las conocemos tanto.

Y lo tercero es que Jesús le aclara a esta mujer que él vino primero a los hijos de Israel, y cualquiera se hubiese sentido rechazado; sin embargo, ella se postró y logró sacar de la boca de Jesús la expresión más linda que tuvo él sobre una persona con fe: «¡Qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!».

¡Qué grande es la fe de tanta gente que a veces parece lejos, pero está más cerca de lo que pensamos! ¡Qué grande es la fe de la gente que supuestamente no sabe mucho sobre la fe, pero sabe lo más importante: que Jesús lo puede todo! ¡Qué grande es la fe de tantas madres que lloran con dolor por sus hijos, por sus familias! ¡Qué grande es la fe de esta mujer del Evangelio que nos enseña a todos, nos enseña a los que decimos tener fe y muchas veces en realidad no la tenemos tanto o la tenemos demasiado dormida o mucho en la cabeza y poco en el corazón! Y también creo que puede enseñarte a vos que estás escuchando y que por momentos no te crees tan cerca de Jesús, pero cuando te acercás, te acercás en serio, con todo el corazón. ¡Cuánta gente se acerca poco pero cuando se acerca, se acerca bien, se acerca con mucha fe!, mucho más que la que tenemos a veces los que decimos estar cerca.
¿Cuál es la clave de esta gran mujer «pagana» pero con mucha fe? Que se conformaba con lo que le daban, se conformaba con las «migajas» y como se conformaba con poco lo recibió todo. No le importaba no ser del pueblo elegido; a veces nosotros que creemos que tenemos todo muchas veces podemos no tener nada.

Tengamos cuidado si estamos cerca, aprendamos a admirarnos de la gente que está lejos pero que tiene mucha fe, y también abramos los ojos porque por ahí vos que crees que estás cerca y yo también nos damos cuenta que no estamos sintonizando con el corazón de Jesús, que quiere que todos se acerquen y que jamás podemos rechazar a alguien que a los gritos pide acercarse a él. Pidamos también nosotros cosas con todo el corazón, como esta mujer, gritando. Todos tenemos que pedir a veces a los gritos cuando necesitamos que el corazón de Jesús se abra de par en par para darnos lo que necesitamos. ¡Qué lindo es creer que Jesús nos puede dar todo!