• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVII Viernes durante el año

Al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados.

«¿De dónde le vienen, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?»

Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Entonces les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia.»

Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.

Palabra del Señor

Comentario

«Hay más alegría en dar que en recibir…», dice los Hechos de los Apóstoles, san Pablo, y dice él que lo decía Jesús. Aunque no se lee en los evangelios que salió de sus propios labios, escuchar que Pablo lo dijo, es saber con certeza que fue así. Además, es la lógica del Evangelio. El niño de la escena del domingo, que estamos repasando, debe haber sentido una felicidad inmensa al ver que gracias a su pequeño aporte Jesús se encargó del resto, ¿te imaginas?, o sea, dejó satisfecho a miles de miles. Eso es lo que pasa por nuestro corazón cuando decidimos entregarle a Jesús nuestros «cinco panes y dos pescados», o sea, lo que tengamos, lo que podamos. Él no pide más de lo que no podamos, no pide grandes cosas, sino que nos pide todo, todo el corazón. ¿Experimentaste alguna vez esa alegría profunda e indecible de darte cuenta lo bien que hace entregar lo que tenemos para ayudar a otros? Solo lo sabe aquel que lo vive. No alcanza decirlo con palabras, hay que probarlo. ¿Probaste alguna vez dar lo que tenías y quedarte aparentemente sin nada, pero de golpe darte cuenta que tenías todo pero de otro modo? Solo el que da todo se da cuenta que en realidad no hace falta tener algo material para ser verdaderamente feliz, sino que basta con dar. «El que se da, crece», decía san Alberto Hurtado, el gran santo chileno, el que se da crece y así hace crecer a los demás y solo crecemos si nos damos juntos, si damos juntos y en comunidad. Vamos juntos por ese camino, hay que renovarlo todos los días, no nos guardemos nada, porque solo así seremos verdaderamente felices.

Sigamos profundizando, ya al terminar esta semana, lo que nos enseña la Palabra de Dios sobre ella misma, sobre el valor que tiene para nosotros, para nuestra vida de fe, para aprender a conocernos y profundizar. Hoy, quiero que encontremos la respuesta a lo que venimos reflexionando en estos días sobre el porqué… porqué lo que Dios dice es vivo y eficaz, sobre el porqué la Palabra de Dios es como una espada, que corta y penetra hasta el fondo del alma, del corazón, del espíritu. En realidad, podríamos decir el para qué. ¿Para qué la Palabra de Dios corta y penetra? Bueno, la respuesta es sencilla, la da la misma palabra. Para ayudarnos a «discernir los pensamientos y las intenciones del corazón». Vale la pena que entendamos qué es discernir, que quiere decir distinguir entre varias cosas, saber separar para poder finalmente elegir. Por decirlo en sencillo, en criollo, como se dice por acá, la Palabra de Dios penetra en nosotros para que nosotros sepamos distinguir lo que en nuestra cabeza y corazón aparece muchas veces mezclado y confuso. Solo la persona que sabe escuchar aprende a discernir bien lo que siente y piensa. Los que hablan mucho, generalmente escuchan poco, y en general deciden según sus criterios, y por eso tienen muchas chances de equivocarse. Si esto vale para la vida entre nosotros, imaginémonos si lo pensamos desde Dios. Por eso el que escucha a Dios Padre cada día es, a la larga, el más sabio, porque sabe discernir, discierne los pensamientos y deseos de Dios, que son los que jamás se equivocarán.

Un ejemplo claro y palpable de lo que intento decirte hoy aparece en Algo del Evangelio. Los «parroquianos» de Jesús, por decirlo de alguna manera, los de su propio pueblo, confían en sus propios criterios y pensamientos, y por eso ese Jesús que veían sus propios ojos, tan pero tan humanos, tan pero tan carpintero, tan pero tan normal, no les cabía en sus parámetros de lo que un profeta debía ser, según ellos. Es imposible que uno de los nuestros sea alguien que hable en nombre de Dios. Eso es ser profeta… escuchar a Dios, escuchar su palabra y hablar a los demás de lo que escuchamos, habiendo discernido nuestros pensamientos y deseos para que se unan y concuerden con los de Dios. Es imposible que el hijo de un carpintero sea tan sabio, que hable con tanta sabiduría.

¡Qué hipócritas o necios que somos a veces los hombres!, los de ese tiempo y los de ahora, a veces los de la Iglesia y los de afuera.

Muchas veces podemos ser como veletas que vamos tras pensamientos y sentimientos que no son los de Dios porque no sabemos discernir. Por ejemplo, si alguien nos cae bien, todo lo que sale de su boca se convierte en «palabra de Dios», es increíble pero pasa. Pasa con aquellos que gobiernan los países, con algún profesor, con alguien que está a nuestro cargo, con los sacerdotes, con todos. Si alguien me cae bien, porque representa en el fondo mi pensamientos, mis deseos, soy capaz de adularlo y cegarme de una manera casi infantil, por el solo hecho de que dice lo que quiero escuchar o está en contra de lo que yo aborrezco. Ahora, a veces no importa tanto si es coherente o no, su vida moral, sus locuras, sino que dice lo que quiero escuchar. Lo mismo nos puede pasar al revés. Cuando alguien no me cae tan bien, dice verdades que no quiero escuchar, pero por el solo hecho de que esa persona no las vive o no es muy amable o hay una cuestión de piel, no valoro finalmente ni me importa lo que dice. ¿Qué debemos hacer? Bueno, ni una cosa ni la otra. ¿Qué importa entonces? Importa lo que se dice, importa el contenido del mensaje. También podríamos llevarlo a la propia vida, importa cómo se vive finalmente. Cuanta más verdad es una verdad, menos importa quién la dice. Jesús fue rechazado por sus pueblerinos, «parroquianos», como nos pasa a nosotros en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros ambientes, porque muchas veces no podemos superar estos obstáculos tan obvios pero tan difíciles de saltar.

Dios quiso hacerse normal, y por eso se hizo hombre. Dios quiso hablarnos normalmente y por eso tuvo boca y corazón. Jesús fue muy hombre, sin dejar de ser muy Dios. Nosotros podemos ser hombres y mujeres muy de Dios, muy profetas, sin dejar de ser humanos y cercanos; es más, buen signo es que no dejemos de ser muy hombres y mujeres con todas las letras.

Aprendamos a escuchar a todos, porque más allá de la Palabra de Dios escrita, él también nos habla por medio de los demás, incluso de los que a veces despreciamos.