• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XVII Domingo durante el año

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»

Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.

Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»

Jesús le respondió: «Háganlos sentar».

Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».

Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Palabra del Señor

Comentario

Los domingos muchas veces llegamos al culmen del cansancio, por diferentes motivos: por el mundo que nos toca vivir, por nuestras elecciones también; y, además, llegamos queriendo descansar, pero no siempre podemos hacerlo como quisiéramos. Es entendible. La ola, digamos así, nos lleva a el tsunami de todas las cosas que tenemos que hacer y a veces se nos imponen. Muchas personas de fe nos dicen a los sacerdotes que no vienen a misa los domingos porque es el único día para estar en familia y descansar. Es entendible la frase, el pensamiento, la intención. Pero me parece que eso nos pasa o nos pasó muchas veces, porque no terminamos de darnos cuenta del valor que tiene en sí la misa, de que el ir a misa también es descansar, más allá de cómo estemos. Y, por otro lado, el darnos cuenta de que, si la vivimos de corazón y con el corazón, esa hora que le entregamos al Señor, junto o no a los queremos –si podemos ir solos, por lo menos–, se puede transformar en un descanso del alma. Como decíamos el domingo pasado, él nos invitaba a descansar y, al mismo tiempo, se compadecía de la muchedumbre que «andaban como ovejas que no tienen pastor». Así anda la humanidad hoy, creyendo que sabe el rumbo, pero en definitiva perdida. Así andamos a veces vos y yo y anduvimos, «como ovejas sin pastor», caminando sin sentido, convencidos de que sabíamos muy bien a dónde íbamos. ¡Pero la vida nos mostró que no!, que si dejamos al Señor, perdemos el rumbo. Y por eso Jesús nos encontró por el camino, nos habló, nos sedujo al corazón, y así andamos ahora, todos los días intentando escucharlo y obedecerle. ¿No te alegra eso?, ¿no te llena el corazón?

Alguien me dijo una vez: «Padre, yo de hace poquito que entré al corral». Me dio gracia la expresión, pero es muy gráfica, es así, Jesús nos metió en su corral, y ahora andamos así, felices, con él y muchos más. Se compadeció de nosotros, como lo hizo también en Algo del Evangelio de hoy al ver a esa multitud: «Levantó los ojos y vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”». Solo él puede saber la verdadera necesidad de alimento que tenemos todavía vos y yo.

Los otros días de misión, apareció una persona nueva en la comunidad, Juan se llamaba, que vio pasar a los jóvenes misionando por las calles del barrio y se entusiasmó y se sumó a la procesión y terminó en la misa. Nunca había ido a la capilla, y todos lo saludamos y le dimos la bienvenida y nos alegramos de ver lo que hace Jesús, cómo llama de manera tan misteriosas por solo el hecho de salir sin hablar, sin insistir. Solo la presencia y el entusiasmo animó a Juan a acercarse una vez más a Jesús, que hace tiempo se había alejado.

Empecemos este domingo entonces reflexionando sobre la actitud de nuestro Buen Pastor. Como el domingo anterior, aparece en la escena Jesús, sus discípulos y una gran multitud. Sin embargo, hoy aparece alguien más, un pequeño personaje, un niño, vos y yo con cinco panes y dos peces. El domingo pasado Jesús se compadecía y enseñaba, hoy ve la necesidad y da de comer, las dos cosas. Algo increíble para el que no tiene fe. Algo muy entendible para los que tenemos la gracia de tenerla. Jesús le dio de comer a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces. ¿Podés imaginar ese momento? Pero si creemos, tenemos que ver más allá de este milagro, también con su simbolismo. Mirar como mira Jesús, levantar los ojos y ver lo que solo la fe nos puede ayudar a ver, que la necesidad de nuestra vida no pasa solo por el pan material, por lo que deseamos, también de cosas necesarias para vivir.

La escena muestra que Jesús los deja a todos satisfechos y, además, sobra mucha comida. Los hombres se entusiasman con un hombre que da de comer gratuitamente y casi mágicamente, y lo que quieren es hacerlo rey, quieren nombrarlo rey. Si nos ponemos a pensar, por ahí hubiésemos hecho lo mismo, el rey perfecto, el político perfecto. La historia se repite también en la actualidad.

Es fácil tener a alguien que nos llene el estómago y los bolsillos para poder vivir cómodamente, sin trabajar, sin hacer lo que debemos hacer. Ese es el rey que quiere la gente, ese es el político que todos quieren votar, el que soluciona los problemas materiales. Nosotros hoy diríamos: ¡No entendieron nada! Esa pobre gente no entendió nada. De la misma manera que también hoy nosotros podemos no entender. Por eso Jesús se escapa y se va solo a la montaña. Pobre, habrá quedado decepcionado, no lo entendían. Él hizo el milagro para otra cosa, para mostrarles el hambre espiritual, y como lo quiere hacer hoy también con nosotros. Por eso, la iglesia, hoy más que nunca, necesita separarse de toda ideología, de toda ideología política, de toda ideología económica y acercarse a las personas, cómo están, cómo son, para llevarles a Jesús y también el pan material cuando lo necesiten.

Jesús hizo el milagro para enseñarnos que el hambre del estómago es pasajero y que el hambre de «cosas» es pasajero, que en realidad el verdadero hambre de nuestra vida es de Amor y de Verdad, y justamente es eso lo que alguna vez nos llevó a veces a buscar otros alimentos, olvidándonos del más grande, de Jesús. Eso es lo que muchas veces no comprendemos y por eso equivocamos el camino. Andamos mendigando felicidad en distintas cosas y metas, y no terminamos de darnos cuenta que sólo Jesús nos da la Vida y la felicidad que necesitamos.

El niño del Evangelio, acordate, puede ser vos o yo. Da lo poco que tenés, demos lo poco que tenemos para que él lo multiplique y lo derrame abundantemente en nuestra vida y en la de los demás. Él quiere que nosotros con nuestro amor alimentemos a los otros. El milagro de Jesús también necesita algo de vos y de mí, necesita de nuestro amor, del saber compartir lo poco o mucho que tengamos.