En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel.»
Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.»
Palabra del Señor
Comentario
Retomando la escena del Evangelio del domingo, hay muchas cosas por decir y explicar, porque la verdad que resultaba extraño esto de que a Jesús lo hayan rechazado en su propia tierra, en su propia familia, en su lugar, en su pueblo. Uno podría pensar, casi espontáneamente, que debería haber pasado lo contrario; sin embargo, esta actitud es algo que se repite en la historia de la salvación con los profetas elegidos por Dios, desde el comienzo, pasando por supuesto y finalmente con Jesús, hasta nuestros días, a vos y a mí, porque también somos profetas por el bautismo, como decía Jesús: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa».
Me parece importante, antes que nada, hablar algo sobre lo que es un profeta, porque se tiene una imagen a veces bastante vaga, desdibujada o lejana de la profecía, del ejercicio de un profeta. Justamente una vez, me acuerdo, me encontré una joven del barrio donde estoy yo que desde hacía doce años había recibido la confirmación y ahora se pasó a una Iglesia cristiana evangélica. Esto que de algún modo es moneda corriente en nuestra Iglesia, que a veces parece que no termina de haber pertenencia, no digo lamentable porque las otras iglesias a veces pueden hacer mucho bien, pero sino triste porque es nuestra iglesia y que como Iglesia católica todavía nos puede pasar que no sabemos cómo formar bien en la verdadera fe para que nuestros hijos no se vayan, nuestros hermanos no se vayan.
No sabemos cómo hacer para hacer sentir a los fieles parte de una familia que tiene todos los medios necesarios para la salvación y que al irse, sea por lo que sea, se pierden de lo mejor, como por ejemplo la Eucaristía, la confesión. Pero, bueno, ese es otro tema, otro cantar, como se dice. Me la encontré por la calle y me contó que se había ido a otra Iglesia; no busqué convencerla y contradecirla en ese momento, pero me dijo que se iba a escuchar a unos «profetas» que habían venido de «no sé dónde». Le dije: «¿Sabías que vos también sos profeta? ¿Sabías que por el bautismo todos los cristianos somos profetas?». Me miró muy extrañada, como si le estuviera diciendo algo raro, y me dijo que no sabía. «Sí –le dije–. Cuando nos bautizamos, el sacerdote nos unge con el crisma y nos nombra sacerdotes, profetas y reyes. Eso quiere decir que vos también podés hablar “en nombre de Dios”». Le di la bendición y seguí mi camino.
No sé qué habrá pensado después de eso. Vos por ahí también ahora estarás escuchando extrañado o extrañada. ¿Lo sabías? ¿Sabías que sos profeta? Te cuento que vos y yo somos profetas por el bautismo, porque el Espíritu está en nosotros y, si nos dejamos guiar por Él, por la Palabra de Dios, podemos hablar por Él, hablamos en nombre de Dios Padre y a los demás tenemos que transmitirle eso, palabras de Dios, y eso nos puede llevar entonces también, como le pasó a Jesús, al rechazo entre los nuestros, por decirlo de alguna manera.
En Algo del Evangelio de hoy se dice que «Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios y curando todas las enfermedades y dolencias». Digamos que hacía de todo un poco, pero hacía todo lo necesario, o sea, todo lo que necesita el hombre para vivir mejor: recibir las enseñanzas del Padre, recibir la Buena Noticia y ser curados de lo que nos hace mal, de lo que nos daña el corazón, el alma y el cuerpo. Esa es la Buena Noticia. Esta es la mejor noticia que podemos recibir, una noticia que nos transforma, no solo una noticia que «informa», dejándonos afuera de la salvación, del mensaje, sino que nos hace partícipes.
Una vez, me acuerdo, cuando al final de la misa anuncié que íbamos a hacer una misión por el barrio en el invierno para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, pregunté si alguien sabía a qué me refería cuando decía «Buena Noticia», un poco para saber qué piensan cuando uno utiliza palabras o frases que parecen obvias pero que no todos la entienden.
Mi amigo Johnny –¿te acordás?– tomó la palabra, como desde hace mucho tiempo no lo hacía, y me dijo: «Sí, padre, quiere decir que Jesús está resucitado y vivo entre nosotros». Fue increíble. La capilla entera se quedó perpleja y todos empezamos casi espontáneamente… Y salió un aplauso con una sonrisa. La verdad es que merecía un aplauso una respuesta tan certera y concisa. Bueno, no sé si debo explicar mucho lo que quiere decir, después de escuchar lo que nuestro amigo Johnny ya explicó tan bien, pero sí vale la pena ahondar un poco más en lo que implica esta linda Noticia que Jesús nos vino a dar.
En el fondo, cuando Jesús proclamaba la Buena Noticia, lo que estaba diciendo de alguna manera, y dicho más sencillo, es: «Alégrense porque Dios ya vino al mundo, porque Dios se está haciendo presente en la tierra. Alégrense porque Yo soy Dios hecho hombre y estoy con ustedes ahora, en este momento». Por eso, no es una noticia más, no es una noticia como las del «noticiero», que vemos en la televisión, esas que escuchamos y después seguimos haciendo, como se dice, «zapping» como si nada, y que después difícilmente nos cambien el ánimo de nuestro corazón, por tanto bombardeo de informaciones que nos saturan. Es la Noticia que vos y yo descubrimos en algún momento de la vida y hoy nos hicieron tomar un rumbo distinto. Es la Noticia que cambió la historia de la humanidad, un antes y un después. Si nosotros no hubiésemos aceptado esta linda Noticia de Jesús, hoy no estaríamos escuchando la Palabra de Dios, hoy no estaríamos sirviendo en la Iglesia, hoy no disfrutaríamos de ayudar a los que más necesitan, no nos alegraríamos tanto al hacer un retiro espiritual, por ejemplo, al reunirnos en un grupo de oración, al visitar un enfermo, a intentar animarlo. Te pregunto y me pregunto: ¿nos alegró alguna vez esta Noticia? ¿Nos alegra hoy?