Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Palabra del Señor
Comentario
«El Reino de Dios es también como una semilla de mostaza, que es la más chiquita de todas las semillas de las hortalizas» –por lo menos de las conocidas en ese tiempo– y que no importa tanto; porque lo que quiere expresar esta parábola, que Jesús nos enseñaba el domingo, es mucho más profundo. De lo insignificante, de lo chiquito, de lo pequeño, de lo que nadie piensa que puede salir algo grande, de lo que para el mundo no cuenta; bueno, de ahí pueden salir cosas grandes, con el tiempo crecen cosas que antes no hubiésemos imaginado. «El grano de mostaza se convierte en la más grande de las hortalizas y en sus ramas pueden cobijarse muchos pájaros». Todo un signo de lo que hace el amor de Dios bien recibido en un corazón dispuesto.
Las cosas de Dios son insignificantes para este mundo, que le gusta lo que puede medirse, lo que puede cuantificarse. ¿Cuándo aprenderemos que las cosas de Dios no se miden con nuestra matemática? Parece un vicio incorporado hasta en la propia Iglesia, eso de preguntar después de cada actividad evangelizadora que hacemos: «¿Cuántos fueron? ¿Cuántos fueron?». ¿Los escuchaste alguna vez a esos comentarios? Nos encanta preguntar cuántos fueron, como si fuera que Dios mide las cosas por la cantidad o por el tamaño. ¿Vos crees que, si Jesús hubiese elegido por el tamaño o la cantidad, hubiera elegido a los apóstoles que eran los más sencillos y olvidados de su tiempo? ¿Vos crees que, si Dios eligiera por la grandeza exterior, por lo que el mundo dice que es grande, me hubiese elegido a mí y a vos para llevar la Palabra a tantos lugares del mundo que la necesitan?
«El hombre mira las apariencias, Dios mira el corazón»; y nuestros corazones son como granos de mostaza, muy chiquitos en comparación con otros tantos. Sin embargo, si somos fieles a Jesús, pueden transformarse en lugares en donde muchos otros corazones pueden cobijarse para encontrar paz. Así es el Reino de Dios. Mientras tanto podemos caer en ese error de estar mirando la cantidad. ¡Cuánto se escucha esto hoy!, ¿no? Parece que tener muchos seguidores es signo de éxito, como si el éxito estuviera en los números. Y el éxito es otra cosa; en realidad, lo que quiere Dios de nosotros es: fecundidad.
En Algo del Evangelio de hoy, después de escuchar palabras tan difíciles, tan complicadas de aceptar y vivir en estos días, Jesús nos enseña a respirar, nos da un respiro. ¡Sí, a respirar! Porque la oración, el diálogo con Dios Padre, es el aire de nuestra vida interior, de nuestra vida de fe, el aire para los pulmones del alma. Pareciera como que a Jesús le gusta enseñar a tomar aire. Quiere que aprendamos como debe hablarle un Hijo a Dios, que es su Padre. No nos enseña una fórmula mágica para que podamos conseguir lo que queremos.
¡Cuidado! No nos enseña una oración para que aprendamos de memoria y la recemos todos los días para cumplir con nuestra obligación de cristianos. No nos enseña simplemente una serie de palabras que nos aseguran la salvación. Nos enseña algo mucho más grande, nos enseña a respirar, nos enseña lo esencial de la vida de los Hijos, de la vida sobrenatural. Nos enseña a desear lo fundamental, a pedir lo esencial, y por lo tanto, nos enseña abriéndonos su corazón lo más importante para vivir como Hijos de Dios: desear lo mejor para nuestro Padre y pedir lo necesario para ser Hijos de corazón y no solo de palabra.
El «Padrenuestro» es sencillo, simple, pero contiene todo. Todo está en estas palabras. Toda nuestra vida debería ser un desear y pedir lo que dice el Padrenuestro. «El Padre sabe todo»; él, «que ve en lo secreto», sabe el secreto de tu vida y de la mía, el secreto que ni siquiera nosotros podremos descubrir.
Hoy respiremos aliviados. Respiremos, en medio de la vorágine de este mundo, aire fresco. Respiremos con la mejor oración que podríamos imaginar, la oración que salió de los mismos labios de Jesús. Nada ni nadie puede superar la oración salida del corazón del Hijo de Dios.
Padre nuestro, Padre de los que amamos y de los que nos cuesta amar, Padre de buenos y malos, Padre de todos, enséñanos a respirar con esta oración salida de los labios de tu Hijo Jesús. Enséñanos a que cada día aprendamos a rezar con el corazón, desde adentro, de verdad. ¡Basta de palabras vacías, basta de palabras repetitivas que no llegan al alma! ¡Basta de Hijos que le rezan a un Padre que no quieren conocer y que no conocen! ¡Nosotros queremos conocerte y darte gloria, con nuestra vida, con nuestras obras! Queremos que tu nombre sea santificado, conocido y amado. Queremos ser Hijos y vivir como Hijos. Queremos reconocer a todos como hermanos.
Padre, danos la paz del corazón, la paz de sabernos amados, a pesar de que a veces no experimentamos amor a nuestro alrededor, a pesar de que a veces como Hijos tuyos sufrimos el desprecio de los que te desprecian, de los que no te conocen, pero Vos amás igual. Enséñanos también a amarlos, con tu mismo corazón, a perdonarlos con tu mismo amor, con tu misma misericordia.