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XI Martes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.

Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?

Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Palabra del Señor

Comentario

El crecimiento solo se ve con el tiempo, y para poder ver las cosas en el tiempo, no queda otra alternativa que dejar que fluya, saber esperar al tiempo, darle tiempo al tiempo, como se dice por ahí. El Evangelio del domingo nos decía que la semilla, que es la Palabra: «Sea que duerma o se levante, de noche y de día, germina y va creciendo». Viene creciendo desde hace miles de años, va creciendo y seguirá creciendo, más allá de nuestra percepción, más allá de lo que podamos experimentar. ¿Por qué? Porque el crecimiento se da en el silencio y con el tiempo, y al mundo y a muchos de nosotros nos gusta el ruido y, además, somos ansiosos, ¡un poco impacientes! Todo en la naturaleza crece con el tiempo y ninguna plantita anda «gritando» mientras crece o lo anda diciendo por ahí. Las plantas crecen mientras nosotros seguimos nuestro ritmo de vida. Lo mismo podríamos decir que pasa con el Reino de Dios.

Dios no anda «gritando por ahí», pregonando a los cuatro vientos todos los corazones que fueron conquistados por su amor. ¡No!, todo lo contrario. En cambio, cuando el maligno toma un alma y se la adueña, cuando un corazón se va dejando vencer por las tentaciones, rápidamente se vuelve hacia el ruido, hacia lo vistoso. Por otro lado, un alma enamorada de Dios es, por decir así, bajo perfil: silenciosa, ama y lucha en silencio, sin publicar lo que hace para que los demás lo aplaudan. Si sos un corazón que se deja sembrar por el amor de Dios, tenés que aceptar que los cambios y tu crecimiento lo verás con el tiempo, con paciencia y que no hace falta hacer mucha «alharaca» para ser un buen Hijo de Dios, un santo.

Como decíamos ayer, no se puede comprender la Palabra sin hacer un esfuerzo para salir de uno mismo, sin ver de otro modo las cosas. Mucho menos las palabras de Algo del Evangelio de hoy, que parecen cada vez más difíciles e imposibles para nuestro pobre corazón y nuestra pobre mente, que no termina de comprender a Dios como Padre y además Padre de todos. «Un Padre que no hace distinción y hace llover sobre todos, sobre justos e injustos y hace salir el sol sobre buenos y malos».

En la vida todos hemos oído muchas cosas, por ahí en la vida te enseñaron muchas cosas sobre lo que es amar, por ahí en la vida fuiste adquiriendo muchas formas de amar, algunas muy buenas y otras hay que reconocer que no tanto. Todos fuimos aprendiendo a amar como pudimos, según lo que vimos, según lo que experimentamos y nos enseñaron, según lo que vivimos. Muchas formas las copiamos sin darnos cuenta, otras las fuimos construyendo nosotros mismos por decisiones propias. En definitiva, no somos perfectos ni mucho menos; no amamos perfectamente, porque no nos amaron perfectamente. Ni tu familia ni la mía es perfecta. Sin embargo, y a pesar de todo esto, fuimos creados para amar, y eso lo único que nos da felicidad.

Incluso los malos quieren amar y te diría que hacen el mal muchas veces pensando que hacen el bien, incluso son capaces de plantear que matar a un inocente es un bien en ciertos casos, con tal de salvar otra vida. ¡Ilógico!, pero es así. Hoy Jesús nos propone el desafío más grande que podamos imaginar, un desafío no apto para cardíacos: «Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo», o como dice otra traducción: «Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso». Increíble la propuesta, increíble la invitación de Jesús, pero es la más linda de todas.

Antes que nada, no confundamos la palabra «perfección» con perfeccionismo o como pretensión de no equivocarse nunca, como un perfeccionismo humano o un moralismo heroico. ¡No!, Jesús se refiere a otra cosa más profunda, que incluye el deseo de no equivocarse. En el fondo, nos está diciendo: «Amen como ama mi Padre, amen a buenos y malos. ¡Tengan misericordia! No discriminen decidiendo quién es o no digno de ser amado». Un Hijo de Dios quiere amar como su Dios, como su Padre. Seguimos con el tema de los Hijos.

Porque si somos Hijos, ¿cómo vamos a odiar a alguien? Si somos Hijos de un mismo Padre que ama a todos, ¿cómo es posible que le neguemos el saludo a persona, por ejemplo? El odio, el rencor, el enojo, el negar un saludo, el devolver con el mal al mismo mal, son reacciones de los que todavía no se sienten Hijos de un mismo Padre, del que todavía no cree verdaderamente las palabras de Dios.

Jesús nos mandó estas cosas no solo por los enemigos, sino también por nosotros. No solo porque ellos son dignos de ser amados, aunque no vivan como Hijos, sino que también nos pide que hagamos esto por nosotros, porque nosotros no somos dignos de odiar a nadie, no estamos hechos para odiar. Nos hace mal, nos mata el corazón.

El odio daña al que lo tiene. Te daña a vos mismo. Por eso, al perdonar a un enemigo también nos perdonamos a nosotros mismos. Nos podemos preguntar: ¿Quiénes son nuestros enemigos? No solo los que alguna vez nos hicieron el mal, sino también aquellos que nos cuesta amar de alguna manera, que no nos caen tan bien, esos que nuestro corazón rechaza por «una cuestión de piel», como se dice a veces. ¿Qué nos pide Jesús? ¿Que seamos amigos de los enemigos? ¡No!, pero que por lo menos no le neguemos el saludo, que recemos por ellos, que no los critiquemos, que no les hagamos el mal, que no los juzguemos. No paguemos con la misma moneda. Nuestro corazón está hecho para cosas más grandes. Somos Hijos de un Padre que ama a todos y está deseando siempre que sus Hijos no se desprecien entre sí. Lo mismo que vos pretendes para tus hijos. Probá hoy saludar al que no te saluda, probá rezar por el que no te quiere y te critica. Vas a ver que no te vas a arrepentir.