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X Sábado durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.

Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor

Comentario

Terminemos esta semana en este sábado. Un día lindo para recapitular, para mirar para atrás, para descansar, como siempre decimos. Bueno, y aunque lo decimos siempre, no todos lo podemos hacer, no todos tenemos los días que queremos, pero sí podemos decir que hemos caminado esta semana de la mano de las Bienaventuranzas, hemos tratado de a poquito de desmenuzar algunas, de explicarlas un poquito mejor, de darnos cuenta que, en definitiva, no somos felices porque no hemos aprendido a escuchar la Palabra de Dios y a llevarla a la práctica.

Aquel que escucha la Palabra de Dios y la practica siente gozo en su corazón, aprende a vivir; aprende a vivir como un ser humano creado por Dios, como un hijo de Dios, mejor dicho, y aprende a ser cristiano. Y cuando vivimos verdaderamente nuestra fe, todo se vuelve distinto, empezamos a vivir mucho más felices. Por eso, podemos terminar este sábado con la cuarta Bienaventuranza, en donde Jesús nos decía que seremos felices si tenemos hambre y sed de justicia, porque seremos saciados, seremos felices si aprendemos a buscar siempre, a no bajar los brazos, a seguir caminando hacia el horizonte, esa imagen que escuchamos en estos días, la del horizonte, como diciendo que también llegar a la santidad es llegar al horizonte. Siempre está ahí, seguimos caminando y parece que se aleja, pero nos acercamos cada vez más. Seremos felices si aprendemos a tener hambre y sed de santidad cada día. Jesús es nuestro Pan verdadero bajado del cielo que sacia nuestra hambre y nuestra sed. Por eso, sigamos buscando, no bajemos los brazos, no creamos que ya está todo hecho, que ya está todo dicho. Vos y yo podemos ser santos. Vos y yo debemos desear ser santos, porque ahí está la clave de la felicidad. No es feliz el que se acomoda, el que cree que ya está todo. No es feliz el que cree que ya alcanzó todo acá, en la tierra, sino que es feliz aquel que sabe que siempre le falta, y por eso sigue caminando pero con una sonrisa por el camino, aunque cueste, aunque muchas veces duela, aunque se haga muy difícil.

Algo del Evangelio de hoy podríamos escucharlo muchas veces para que nos quede bien claro que todo lo que se le agrega a esas dos simples palabras: sí y no… todo lo que se le agrega a esas dos palabras para que nos crean no viene de Dios. No es de Dios. Si para que alguien nos crea tenemos que poner de «garantía» al mismísimo Dios, a nuestros hijos, a nuestra mujer, a nuestra madre, a las cosas, o, incluso, a nuestra propia vida, quiere decir que nuestra palabra perdió la confianza y que nosotros somos inseguros. Que no hay confianza, o que nunca la hubo, o porque nuestra palabra perdió el valor por también no haberla cumplido o que con aquel con quien estoy hablando no es digno de mi confianza, porque él no confía y entonces, aunque le diga la verdad, aunque le jure, no vale la pena.

Cuando juramos, para avalar lo que decimos, en el fondo nos estamos menospreciando a nosotros mismos, obviamente sin darnos cuenta. Tu Padre del cielo, y el mío, lo que quiere es que nos amemos los unos a los otros y que nos amemos a nosotros mismos. Y, por eso, cuando nuestras palabras no reflejan lo que hay en el corazón, es un signo de que no estamos amando bien ni a nosotros ni a los otros. No estamos siendo sinceros. El amor es transparente. Es dejar relucir lo que somos y lo que tenemos en nuestro corazón, pero, al mismo tiempo, tiene que ir acompañado de la verdad, que nos enseña el que mejor sabe amar, que es Jesús. El amor es sincero. El amor no es rebuscado, no tiene doblez. El amor no anda con ambigüedades, no manipula, no vive de la ironía, de la chanza, de las rebuscadas, de la viveza criolla. Cuando es sí, es sí, y cuando es no, es no. Y tiene el amor las dos palabras: la posibilidad del sí y la del no. Por eso, el que es sincero muchas veces sale perdiendo en este mundo, que es un poco hipócrita y, a veces, bastante mentiroso.

Por eso, el que quiere andar en la verdad, sin jurar ni poner nada como pantalla, termina siendo despreciado por una sociedad o por un pensamiento, en el cual estamos incluidos, vos y yo, y que, muchas veces, a este pensamiento mundano le encanta vivir de la superficialidad y de la mentira. Una sociedad supuestamente muy abierta y liberal, hasta que a veces empezás a pensar distinto a ella. Todo es relativo, hasta que alguien se topa «con el relativo» del otro. Hoy en día a muchos, incluso cristianos, les encanta decir que no hay verdad, que cada uno tiene su verdad, que la verdad está en el corazón de cada uno. Obviamente porque es mucho más fácil creer que lo que uno piensa es verdad, que hacer el esfuerzo por saber cuál es la verdad no vale la pena.

Una vez, con un grupo de amigos, me acuerdo, discutíamos sobre el tema tan puesto de boga en estos tiempos, del aborto, y uno decía: «La verdad solo está en el corazón de quien determina hacer o no un aborto en un país avanzado». Y bueno, la verdad que, si pensamos así, como piensan muchos, estamos complicados, porque la verdad depende del pensamiento de cada uno, entonces esto es un caos. Porque si la verdad es siempre lo que siente mi corazón, cuando se me antoje sentir matar o no al otro con mi palabra, con mi pensamiento, incluso con el cuerpo… y es verdad; cuando se me antoje robar, robo y esa es mi verdad, y así podríamos seguir con miles de ejemplos, estamos complicados. El tema de la verdad es complicado y no es para un solo audio, pero creo que nos ayuda a reflexionar en medio de este mundo que dejó de lado las «dictaduras» políticas o no tanto, y odia todo tipo de dictaduras –y está bien– pero, sin querer o queriendo, se aferró a una nueva dictadura: la del «relativismo», la del que «cada uno tiene su verdad mientras sea feliz», la del «no hay ninguna verdad absoluta, excepto la mía».

Nosotros, mientras tanto, los cristianos, para no complicarnos la vida y no complicársela a los demás, aprendamos de Jesús, un hombre hecho y derecho y de palabra. Aprendamos a decir que sí y a cumplir con nuestra palabra. Aprendamos a decir que no y a saber que el amor muchas veces es decir que no a tiempo y mantener esa posición por el bien del otro. No hay que tenerle miedo. Solo hay que sentirse hijo y vivir como el Hijo, considerando a los otros como hermanos merecedores de nuestra confianza y de nuestra sinceridad.

Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.