Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del Señor
Comentario
La pérdida de un ser querido, cuando la muerte nos toca la puerta de nuestras familias, también es una oportunidad para aceptar lo que llamamos… “voluntad de Dios”. Igualmente debemos tener mucho cuidado cuando usamos esta expresión, porque sin querer podemos reducir el misterio a frases que en realidad, pueden dejar una amargura en el corazón, o pueden incluso desdibujar la imagen de Dios Padre. ¿Dios quiere la muerte? ¿Dios quiere que suframos y que nos vayamos quedando solos? ¿Qué es lo que quiere Dios? ¿Por qué Dios me llevó lo que más amaba? ¿Por qué esta persona siendo tan buena tuvo que sufrir esto, tuvo que irse así, repentinamente? ¿Por qué mueren tantos inocentes y niños indefensos, donde está Dios en medio de todo esto? ¿Por qué permite que los que gobiernan las naciones sean capaces de legislar para la muerte? Estas y miles de preguntas más nos pueden invadir el corazón ante el misterio de la muerte. Obviamente la fe tiene las respuestas a todo esto, no las respuestas que a veces esperamos, pero si las respuestas que en definitiva a la larga triunfarán.
Nuestra vida de es Dios, “en el vivimos, nos movemos y existimos”, “si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor. Tanto en la vida como en la muerte somos del Señor” dice San Pablo. Por eso, la muerte de un ser querido vivida desde la fe, afrontada con Jesús es oportunidad para confiar en Él y amar como Él. No nos libra de pasar la muerte, pero nos acompañará a pasarla, y eso ya es una gran noticia. No librará de la muerte del cuerpo a nuestros seres queridos, pero si los librará de la muerte eterna, si les dará la vida eterna. ¡Qué lindo lo que decía san Pablo en la lectura del domingo! “Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno”.
Vamos a Algo del Evangelio, a la primera frase que es la que abre el corazón a la compresión de lo que sigue que parece imposible. Es importantísimo muchas veces en la palabra de Dios encontrar la frase, la palabra o el gesto de Jesús que abre la interpretación de todo lo demás. Me parece que la de hoy es esta: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”.
¿Qué significa? Trataré de traducirla a un lenguaje sencillo. Podríamos traducirla imaginando que Jesús nos dice esto mismo de muchas maneras: “Les aseguro que, si ustedes piensan que ser cristianos, ser seguidores míos, ser discípulos, es cumplir una regla o muchas y con eso quedarse tranquilos, no disfrutarán del amor que vine a traer al mundo, que siempre desborda, que es abundante y que llena el alma. Les aseguro que, si ustedes se conforman únicamente con no hacerle mal a nadie y no ven más allá, y no piensan en cómo hacer el bien a los demás, se estarán perdiendo lo mejor del Reino de Dios. Les aseguro que el Reino de Dios no es solamente el momento o el estado al que llegaremos cuando partamos de este mundo, sino que, es también la relación de amor que se puede dar ahora entre Dios Padre, el Hijo Jesús y entre nosotros, y por eso, cuando nos olvidamos de esto, nos estamos perdiendo una parte grande. Les aseguro que el fariseísmo, el vivir la fe como un simple cumplir, como un querer vivir solo para nosotros, para una satisfacción personal de estar “haciendo las cosas bien”, es algo mucho más común de lo que ustedes creen y que por eso vengo a enseñarles la libertad, vengo a enseñarles que si no “dan un salto” se van a perder lo mejor. Les aseguro que, si creen que la santidad, la justicia, el ser agradable a Dios, es algo que van construyendo ustedes mismos al ritmo de su propio esfuerzo, jamás disfrutarán la alegría de ser salvados, de recibir gratis desde lo alto la fuerza para, no solo cumplir los mandamientos a secas, sino que, además, ir mucho más allá, llegar a la alegría de no calcular, la alegría de amar no por obligación, sino con libertad.
Y, para terminar, te aseguro que esto hay que pedirlo. Hay que pedir esta gracia, si estamos estancados en una fe muerta, sin fuerzas, una fe que se quedó sin respiración porque no comprendió lo que significa ser cristiano, porque nos enseñaron mal o porque nunca lo comprendimos. Te aseguro que, si lo pedimos, el Padre nos lo dará. No te olvides de que como hijos del Padre jamás se nos negará aquello que pedimos y sirva para nuestra santidad. No te olvides de que, como hijos de Dios y hermanos de todos, jamás podemos despreciar a los otros, ni de obra, ni de palabra, ni de pensamiento, ni de omisión. Si todavía lo hacemos, querrá decir que todavía seguimos en la religiosidad del cumplir, en la religiosidad de nuestro yoísmo que le encanta conformarse con mirarse a sí mismo y estar tranquilo de conciencia porque “tan malo no es”.