María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»
María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre.»
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Palabra del Señor
Comentario
Hay escenas del Evangelio que son más fáciles de imaginar que otras. Los mismos evangelistas, aquellos que escribieron la Palabra, tienen sus diferencias en cuanto al modo de relatar los mismos hechos y esto, más que un problema, es una riqueza para nosotros hoy. Alguna vez te dije que es bueno y lindo intentar «meterse en las escenas», dicho así vulgarmente, hacer el esfuerzo por ser uno más de ese momento único. Se dice en la vida espiritual «aplicar los sentidos», o sea buscar, escuchar, gustar, oler, ver y tocar de alguna manera lo que imaginamos del relato. San Ignacio lo llama «composición del lugar», imaginarse el lugar. Es difícil lograrlo, pero si uno se da el tiempo, si uno se esfuerza para hacer de la escena algo así, como una película filmada por uno mismo o actuada por uno mismo, todo cambia, todo se hace más propio, más personal. Y entonces, desde ahí, todo es Palabra de Dios, no solo las palabras concretas de la escena, lo que dijo Jesús, sino cada detalle, cada gesto, cada silencio, cada olor, todo el conjunto de cosas y cada una por su cuenta. Tenés que animarte a hacerlo algún día. Igual hoy podemos hacer un intento, es una linda escena como para empezar.
Cerrá los ojos e imaginá el momento en el que María se decidió a partir, el viaje, la preparación de las cosas que tenía que llevar, su deseo profundo de ver a su prima, de ayudarla, las incomodidades que vivió en el camino, el calor, el cansancio, el paisaje, la llegada, el gozo de Isabel al verla, la alegría de María al escuchar esas palabras y sentir que el niño saltaba de alegría en su vientre. Si sos mujer y si sos madre, se te va a hacer un poco más fácil, lo demás corre por tu imaginación, los detalles podés agregarlo vos.
Algo del Evangelio de hoy, nos trae esta Fiesta de la Visita de María a su prima santa Isabel, Isabel que será santa. Celebramos que María después de enterarse, de recibir semejante noticia, de que estaba embarazada e iba a ser la madre del Hijo de Dios, se dispuso a visitar a su prima, para estar con ella, para acompañarla también en el embarazo, que se enteró por medio del ángel.
¡Qué lindo es empezar el día de la mano de María!, que está siempre, porque ella sabemos que no solo es la madre de Jesús, sino que también, desde hace dos mil años, es madre nuestra. Ella cada día se transforma en nuestra madre, es nuestra madre trayéndonos a Jesús a este día, al hoy. Ella vuelve a traerlo a cada pesebre, que se transforma en receptor de Jesús, en cada corazón que quiere recibirlo.
Hoy podemos pedirle eso: María, tráenos a Jesús, tráenos a Jesús como se lo llevaste a tu prima, tráenos la alegría de Jesús. Vos que lo llevaste en tu vientre y que lo llevás siempre en tu corazón, haciendo su voluntad, tráelo al hoy de mi vida, al hoy de la Iglesia, al hoy de mi hogar, de mi trabajo, de lo que sea que tenga que hacer; tráeme a Jesús, lo necesito. Quiero saltar de gozo, como saltó Juan el Bautista en el vientre de Isabel.
Se me ocurre poder decir tres cosas con respecto a este maravilloso canto del Magníficat, este canto que brotó del alma de María cuando se encontró con su prima. Es un canto que brota de un alma sorprendida por Dios, enamorada, pero, al mismo tiempo, agradecida. Estas tres cosas: sorprendida, enamorada y agradecida.
Sorprendida porque nunca imaginó algo tan grande. Ella siempre esperó algo de Dios, pero nunca imaginó que podía ser tan maravilloso. Dios siempre nos da algo más de lo que esperamos; solo hay que saber esperar, solo hay que tener paciencia, solo hay que saber que el tiempo nos da lo que necesitamos, porque –como dice el salmo– «su promesa ha superado su renombre», su promesa supera su fama; solo tenemos que saber que la gracia de Dios actúa en el tiempo, y por eso «la paciencia todo lo alcanza», la paciencia siempre nos da más de lo que esperamos. Por eso María se sorprendió tanto y lo disfrutó.
Y María también era, por supuesto, una enamorada de Dios. Al estar enamorada, supo esperar.
Solo un alma enamorada sabe esperar de Dios cosas grandes, solo un alma enamorada se sorprende y está dispuesta a ser sorprendida. El que no está enamorado, siempre espera lo mismo; nunca espera nada distinto y se aburre en la rutina. En cambio, María, vos y yo podemos enamorarnos. María se dejó sorprender y se dejó maravillar por Dios, por eso también pensó en los demás, decidió visitar a santa Isabel. «Su alma canta la grandeza de Dios, y su espíritu se estremece de gozo en Dios, su Salvador». Dios quiera que hoy podamos sorprendernos y enamorarnos más de Jesús, de la mano de María. Ella fue un alma agradecida, por eso cantó lo que Dios hizo en ella, y no por lo que ella había hecho; canta agradecida al reconocer que es amada y elegida, aun siendo pequeña y sencilla.
Estos tres regalos que recibió María, también son para nosotros, para que podamos dejarnos sorprender por Dios, nuestro Padre, enamorarnos de él viviendo agradecidos.