Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo.» Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama.» Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él.
Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?».
El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Palabra del Señor
Comentario
Cerra por una instante los ojos si podés. Si podés en este momento cerra los ojos, e imagina que Jesús se te cruzó por el camino en este momento, o simplemente estás en tu casa preparando algo para tomar, estás en un jardín, estás caminando, estás viajando. Bueno, por ahí no podés cerrar los ojos pero hacé el esfuerzo e imagina que Jesús se te cruzó por el camino de tu vida en este momento y te pregunta la pregunta que todos desearíamos que alguna vez el mismísimo Dios nos haga al corazón, pero hay que hacer el esfuerzo y pensar que también nos la está haciendo a vos y a mí en este momento, a tantos, a miles, que están escuchando ahora la Palabra de Dios, a miles de personas que están en situaciones muy distintas, a personas que ahora están postradas, solas, sufriendo o personas que están perdidas en tantas cosas o haciendo incluso maldades. Pero quién no quisiera de nosotros que hoy el Señor, el Maestro, el mismísimo Dios nos pregunte: ¿Qué quieres que haga por ti, qué querés que haga por vos?, diríamos acá. ¿Qué querés que haga por vos? ¿Qué querés que haga por ti? ¡Qué pregunta! Imaginemos un paso más, que justamente tenemos la posibilidad de pedirle al Señor casi como única vez en la vida lo que realmente decimos, lo más profundo, lo que deseamos con todo nuestro corazón. Él nos está diciendo: Ahora, pedímelo, qué querés que haga por vos.
Y esto que estoy proponiendo como un ejercicio de composición de lugar, diría san Ignacio, de pensar, con el corazón imagínar la escena no es simplemente un ejercicio, es algo que está pasando y que te puede estar pasando y que, en realidad, Jesús quiere que nos pase, quiere que nos dejemos preguntar por él: ¿Qué querés que haga por vos? Pedime lo que quieras, pedime lo que quieras, no estabas o no estás a veces tirado al costado de la vida sin poder caminar, mendigando un poco de amor, mendigando a los gritos que los demás te escuchen, mendigando a veces amor con tus actitudes, con tus broncas, con tus enojos, estás gritando pero nadie te escucha porque en el fondo estás mendigando, estás a los gritos porque cuántas veces no somos como este ciego mendigo que en el fondo no estamos viendo nada, no estamos pudiendo ver la realidad, no estamos pudiendo ver nuestro propio corazón que grita deseoso de amor y no sabe amar. Solo quiero ser amado y no sabe salir de sí mismo, a veces estamos como este circuito que no puede ver tanta gente alrededor, tanta gente que incluso puede necesitar más que uno mismo.
Bueno, ¿no estuvimos así tantas veces?, ¿no estamos así tantas veces y no nos salió gritar desde el corazón: Jesús, ten piedad de mí? Nosotras podríamos decir: Jesús, acordate de mí, hace algo bueno por mí. Bueno, lo hemos gritado tantas veces, y él se acerca a nosotros, o nos manda a llamar y nos dice: ¿Qué querés que haga por vos? Bueno, pidamos hoy lo que realmente queramos, pero cuidado. Fijémonos cómo termina la historia de hoy. ¿Qué podía pedir el ciego? Por supuesto, ver pero podría haber pedido otra cosa, podría haber pedido algo para comer, podría haber pedido dinero para seguir adelante.
Sin embargo, pidió algo en serio, pidió ver y a partir de ahí todo cambió, porque su fe lo había salvado. En realidad, pudo ver porque se acercó con fe, porque gritó con fe, porque se dio cuenta que no necesitaba cosas, que necesitaba ver, como vos y yo. Necesitamos ver, ver qué nos pasa, qué pasa alrededor. Los ojos que nos ha regalado Dios son para ver, es verdad, pero no solo hay que ver, sino que hay que aprender a mirar y mirar lo que el Señor nos ha puesto alrededor, mirar nuestro propio corazón, mirar la enormidad de gracia que nos ha concedido a lo largo de la vida y todo lo que nos queda todavía por caminar. Sigamos el camino, sigamos el camino junto a Jesús que hoy nos da una oportunidad más y nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti?
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.