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VII Jueves durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.

Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.

Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar?

Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.»

Palabra del Señor

Comentario

Dice el salmo: “La explicación de tus palabras ilumina. Da inteligencia a los ignorantes.” Antes que nada. ¿Te considerás ignorante? Porque si no nos consideramos ignorantes difícilmente la explicación de “sus palabras” puedan iluminarnos. El reconocimiento del no saber, abre las puertas al saber. No tengas miedo decir que somos ignorantes, no quiere decir que no sabemos nada, no quiere decir que somos analfabetos, sino, quiere decir que nos falta saber algo. Según la definición, ignorante es el “que ignora o desconoce algo”, no todo, algo. Eso va logrando la palabra de Dios en nuestras inteligencias, poco a poco va iluminando aspectos de nuestras vidas que estaban oscuros, que les faltaba luz. Por otro lado, las palabras de Dios necesitan ser explicadas, necesitan, al mismo tiempo, ser “iluminadas” por otras palabras humanas, por otras explicaciones, que permiten que se entiendan mejor y que finalmente iluminen todavía más. Bueno, eso es lo que intentamos cada día, explicar lo que está escrito, que de por sí ilumina, pero explicado ilumina más.

Es difícil que en poco tiempo podamos descubrir, todo lo que nos hizo descubrir la palabra de Dios a lo largo de nuestra vida, o por lo menos desde que escuchamos con atención. No se puede registrar todos los cambios que produjo, pero seguramente si nos pusiéramos a pensar un poco, tendríamos mucho por reconocer y agradecer.

En la medida que nos vamos enamorando de la Palabra de Dios a fuerza de entrega, de trabajo, de esfuerzo, de perseverar, de escuchar, de ser fieles día a día; la recepción de la palabra, ya sea por los audios que recibimos, ya sea porque la leemos en paz en nuestra casa o bien en un templo, en donde sea, se vuelve gozosa y fecunda, e ilumina la inteligencia. Qué lindo que la Palabra sea eso en nuestra vida. Confieso que cuando comencé con estos audios jamás pensé que la Palabra de Dios iba a generar tantas ansias en las personas. Al contrario, empecé temeroso, como quien no quiere la cosa, como desconfiando, justamente porque ponía la confianza en mí y no en la Palabra. Solo la Palabra de Dios puede lograr tantos deseos de ser escuchada. Me acuerdo que sí tenía claro una cosa y me convencí para siempre, y fue la necesidad de leer el evangelio de cada día, siempre, para que brille la Palabra de Dios. Mi palabra puede faltar, las de los sacerdotes puede faltar, pero el evangelio jamás.

Algo del Evangelio de hoy, es uno de esos fragmentos de la Palabra que tienen una cierta complicación, no solo por los temas que trata, sino porque además aparecen diversos temas entrelazados y sería muy extenso explicarlos todos. Sin embargo, se puede decir algo en común. Hagamos el intento. Jesús les está hablando a sus discípulos, a los más cercanos, era una conversación con ellos. Esto es importante aclararlo. Eso es bueno que siempre te preguntes: ¿A quién le habla hoy Jesús? Son detalles del evangelio que no hay que pasar por alto, no da lo mismo, no se puede sacar siempre de contexto las frases. En definitiva, Jesús nos vincula de una manera especial con Él. Ayer decíamos que por estar cerca de Jesús no había que pensar que éramos una elite, o éramos mejores, o que teníamos el “monopolio” de Él, pero hoy Jesús nos asegura algo lindo y que al mismo tiempo se transforma en una linda y pesada responsabilidad. ¡Somos de Él, somos parte de Él!!! Y por eso, el que nos hace el bien a nosotros, los que estamos unidos a Él por el bautismo, le hace bien a Cristo de una manera especial. Esto es increíble y es así. Por eso San Pablo dirá: “Hagan el bien a todos, pero en especial a los miembros de la Iglesia” A nosotros los sacerdotes nos pasa muchísimo esto y nos sorprende. Muchas personas se preocupan por nosotros, nos acompañan en nuestra tarea, nos dan su apoyo y cariño, nos sostienen en todo sentido, creo yo, porque están convencidos de esta verdad del evangelio. Al ayudarnos a nosotros, al “darnos” un vaso de agua, se lo están dando al mismo Jesús, no ha nosotros. La fe de los sencillos percibe esto, no miran tanto la humanidad, sino que aceptan lo que hay detrás, a pesar de los pecados. Pero esto tiene que pasar con todos los cristianos, con todos.

Y por otro lado la responsabilidad. Si nosotros con nuestra vida colaboramos a que alguien que tiene fe la pierda, nos perdemos con él. Tremenda responsabilidad. Los pequeños son todos los que creen, no los pequeños de edad, sino todos los que tiene fe en Jesús. Si colaboramos con nuestros pecados a que alguien se aleje, somos como la sal que pierde su sabor y no sirve para nada, solo para ser tirada. Y por eso Jesús es tan tajante, por eso es mejor sacarse un ojo, cortarse la mano o el pie antes de alejar a alguien de Jesús. Duras palabras, pero que nos pueden ayudar a pensar en qué clase de testimonio estamos dando o dimos. Pidamos a Jesús que nuestra vida sea una atracción para que otros vean a Él en nosotros, y nosotros a Él en los otros, y al mismo tiempo, que jamás un pecado nuestro aleje a alguien de lo más sagrado que es, la fe, el vínculo amoroso con Jesús y su Padre, en el Espíritu Santo.