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VII Miércoles durante el año

Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.»

Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.»

Palabra del Señor

Comentario

Dice el salmo: “Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo” Hoy te invito a que nosotros podamos continuar esta linda expresión de diferentes modos. “Tu palabra Señor, es eterna, es lo único que permanece para siempre. Tu palabra, Señor, es lo mejor que podemos escuchar cada día. Tu palabra, Señor, es lo único que no cambia jamás, todo cambia, todos hablan mucho, pero solo Vos nos decís palabras de vida eterna. Tu palabra, Señor, es lo que me sostiene día a día, a mí y a miles de corazones. Señor, tu palabra me ayudó a descubrir la verdad de la vida, la de mi vida y la de los demás. Señor, como agradecerte que cada día pueda escuchar tu palabra. Tus palabras son la alegría de mi corazón, cuando me levanto y cuando me voy a descansar. Tu palabra, Señor, me ayuda a comprender el porqué de las cosas, gracias. Señor, quiero que tu palabra me acompañe siempre y deseo que de mi boca solo salgan lindas palabras como las tuyas. ¡Señor, necesito estabilidad, necesito tu palabra en medio de un día que no sé qué me traerá, solo sé que si me afirmo en tus palabras nada podrá apartarme de tu amor! Señor, me emociona escuchar y explicar tu palabra, me emociona darme cuenta que solo Vos podés inspirar palabras que cambien la vida, que den ganas de vivir y seguir.

Te propongo rezar, hacer oración estas palabras del salmo que exaltan la palabra de Dios. ¡Cuánto nos hace falta enamorarnos de las cosas de Dios, de sus palabras y deseos! ¡Cuánto necesitamos aprender a escuchar y buscar cada día la voluntad de un Dios que solo desea que lo amemos y nos amemos entre nosotros! ¡Cuánto necesitamos todavía en la Iglesia valorar la palabra de cada día, que sea realmente nuestra guía para cada decisión, para cada de nosotros!

Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Pero, antes unos detalles que nos pueden ayudar. En los evangelios de estos días hay, por decir así, hay un hilo común, por lo menos en la actitud de los discípulos. No comprenden a Jesús. Jesús habla de una cosa y ellos discuten. Jesús habla de morir y servir y ellos quieren ser los “más grandes” y hoy, Juan quiere impedir que los demás hagan el bien, por “no estar con ellos”

Digamos que Juan se desubica, o sea no entiende donde está parado y se toma atribuciones que no le correspondían.

Ayer decíamos que a Jesús no le gustaban las discusiones, bueno, hoy podemos decir que a Jesús no le gusta que se desubiquen, o sea, el que sus discípulos se tomen atribuciones que no les correspondían. Juan, y los discípulos, (porque lo dice en plural) se la creyeron, digamos así, quisieron armar el “monopolio de la amistad con Jesús”. Gran tentación, continua tentación y peligro de todos nosotros, que se da en todos los ámbitos, pero que es más nefasta cuando se da en la Iglesia, en la fe, en la religiosidad o como quieras llamarle. Creo que nos puede ayudar lo que dijo el Papa Francisco a raíz de un escándalo en nuestra querida Iglesia que no viene al caso explicar, pero dijo esto: “Nunca un individuo o un grupo ilustrado puede pretender ser la totalidad del Pueblo de Dios y menos aún creerse la voz auténtica de su interpretación”. ¿Hace falta agregar algo más? Viene como anillo al dedo para la escena de hoy. Es lo que le pasó a Juan, a los discípulos, y lo que pasó y pasa en la Iglesia.

Ayer los discípulos discutían entre ellos para ver quién era el más grande, o sea el problema de la superioridad en la relación entre nosotros, los más cercanos a Jesús. Hoy se plantea el problema de creerse los más grandes, pero en relación a los más lejanos con respecto a Jesús, a los que “parece” que no lo siguen de cerca y que no tienen derecho a hacer lo mismo que ellos. ¿Qué se les cruzó por la cabeza y el corazón para tomarse esa atribución? ¿Qué es lo que nos pasa cuando consideramos que lo nuestro es lo único o lo mejor y que nadie más puede hacer el bien como lo hacemos nosotros? ¡Qué soberbia! ¿no? Es la soberbia. Sin embargo, somos capaces, de mil formas, y lo peor es, que lo hacemos bajo apariencia de bien, todo camuflado de “defensa de la verdad, defensa del mismo Jesús”, como para cuidarlo.

No entendimos nada de Jesús si nos creemos que solo nosotros podemos hacer el bien en nombre de Él. No somos tan burdos, tan evidentes, pero sí lo somos con nuestras actitudes, celos, envidias, comentarios, indiferencias con respecto a otros grupos, movimientos, parroquias, espiritualidades. Es tristísimo cuando en la Iglesia, en tu Iglesia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu parroquia, en un sacerdote, en nuestra forma de pensar, existen estas tendencias posesivas, estas inclinaciones a considerar que lo distinto no es de lo “nuestro”, como si fuéramos una elite, una pequeña secta que sabe qué es lo mejor para los demás. Casi sin decirlo “poseemos a Jesús” como si fuera nuestro, cuando en realidad nosotros somos de Él, y Él es el que elige e invita a hacer el bien a todo el que lo conoce. Si querés ser cristiano inclusivo y no posesivo, cristiano que ama a Jesús y no lo posee, sino que lo comparte, empezá por cambiar tu manera de pensar y de expresarte, porque muchas de estas cosas están pegadas en nuestro lenguaje cotidiano de la Iglesia, de cada uno de nosotros. Levantemos la cabeza y miremos más allá de nuestras narices y ombligos, se hace mucho bien en nombre de Jesús, fuera de nuestros ámbitos, fuera de nuestro círculo, y mientras no estén “contra nosotros, están con nosotros”, aunque te cueste aceptarlo.