«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Palabra del Señor
Comentario
¡Cómo quisiera permanecer! ¡Cómo quisiera que todos los que escuchamos día a día a Jesús en su Palabra, quieran permanecer, permanezcan en su amor! Es lo más lindo, lo más necesario en la vida y lo más difícil. ¿Cuántos cristianos decidieron no permanecer en el amor; deciden dejar de permanecer en la vid, en Jesús, porque no se dan cuenta el amor que se pierden? ¿Cuántos hombres y mujeres, esparcidos por este mundo, no pudieron llegar a comprender las maravillas de un Dios que permanece en nosotros y prefirieron permanecer en otros lugares, no por maldad sino por ignorancia? ¡No lo sé, no lo sabemos, solo Dios lo sabe! Sin embargo, no nos corresponde a nosotros juzgar, así «estaremos tranquilos delante de Dios, aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas». Así lo expresa la segunda lectura de este domingo.
Otro domingo más que se nos regala para aprender a permanecer en Jesús, en su amor, pero especialmente para darnos cuenta de que él permanece siempre en nosotros, pase lo que pase. ¿Alguna vez tuviste la sensación de estar lejos de Jesús, de su amor? ¿Alguna vez te juzgaste a vos mismo como alguien que se alejó y eso te hizo pensar que Jesús no estaba con vos? No hay sensación más extraña y más difícil que sentirse lejos de Dios o sentir que Dios no está con nosotros, nos quitó su mano. Parece ser como nuestra mayor debilidad, eso de autoexcluirnos del amor de Dios, como si no fuéramos dignos. Por eso la conversión más linda y necesaria de nuestro pobre corazón es la de saber con una certeza inconmovible, inamovible, imperturbable de que Jesús permanece en nosotros; de que él es la vid, es la planta y nosotros las ramas, que no existen si no están unidas a él.
La palabra clave de Algo del Evangelio de hoy es «permanecer», te habrás dado cuenta. «Permanecer» se repite una y otra vez. Jesús permanece en nosotros y desea que nosotros vayamos aprendiendo a permanecer en él, que no nos desprendamos. Solo permaneciendo en él, como él permanece en sus discípulos, podemos dar verdaderos frutos para la viña que es la Iglesia. Todo lo demás en la vida, finalmente, es accesorio. El Padre es el viñador, mientras tanto se dedica a podar lo que no sirve y molesta, y podar también para que todo dé más fruto. Por eso a veces de «algún modo» Dios poda cosas en nuestras vidas, para que los brotes salgan con más fuerza, porque «la gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante». ¿Te sentiste podado por Dios alguna vez?
Creo que lo más lindo de todo esto es saber que Jesús permanece en nosotros, más allá de las podas, en vos y en mí. A mí me da consuelo, no sé si a vos te pasa lo mismo. Cuando el acento de nuestra vida espiritual lo ponemos en nosotros mismos, en juzgarnos si estamos más o menos cerca de Dios por lo que hacemos, por lo exterior o dicen los demás qué hacemos, ¡vivimos perdiéndonos algo más grande y profundo, vivimos mirándonos con una lupa, vivimos mirando con una lupa la vida de los demás, decretando en donde está y donde no estará Jesús! Pero la noticia más grande que alegra el corazón hoy no es el juzgar nuestras obras, como quien mira desde afuera, no es juzgar cuan cerca o lejos estamos de él. ¡Todo lo contrario! Jesús vino al mundo a permanecer y no a desaparecer, a permanecer en nosotros, y es gracias a eso que podemos hacer juntos grandes obras. Eso estamos celebrando en este tiempo de Pascua.
Él es un Dios que vino para quedarse y por eso permanece. Permanece en su Iglesia, porque su Iglesia es su Cuerpo, es la planta de la vid, somos parte de él. Permanece en su Iglesia y en cada uno de sus miembros cuando nos reunimos en su Nombre, cuando rezamos, cuando celebramos los sacramentos, cuando nos amamos mutuamente, cuando ni nos damos cuenta. Él permanece siempre y para siempre. De esto no dudes jamás, dudar de esto es la peor de las crisis.
Ahora, es verdad que, al mismo tiempo y con la misma intensidad, él desea que permanezcamos en él.
Él permanece en nosotros siempre, pero lo experimentamos más en la medida que nosotros permanecemos en él. El permanecer es lo difícil, el estar siempre y con constancia, el perseverar aun cuando todo es más complicado de lo que era al principio. El permanecer va tomando colores diferentes en nuestra vida, según los momentos que nos tocan vivir, pero en su esencia el permanecer es un mantener la fe que nos da la capacidad de amar y poder dar frutos que tienen que ver con el amor de él, que viene de él. A veces el Padre nos poda un poco, es verdad, nos hace pasar por purificaciones, o las permite, por decirlo así, para que aprendamos a permanecer. ¡No rechacemos las podas del Padre que nos ayudan a recibir y a percibir que el que da la vida es él! Lo importante es aprender a permanecer. Pedile eso al Señor hoy, en este día, saber permanecer hasta el final por amor y con amor, mantener la fe con amor y por amor hasta el final.
Que tengamos un buen domingo y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.