Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: « ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: « ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»
Palabra del Señor
Comentario
Para sintetizar un poco lo que veníamos desmenuzando del Evangelio del domingo anterior, terminando esta semana, podríamos decir que la fe necesita de estas dos dimensiones, o sea que vamos creyendo en la vida en la medida que comprendemos que Dios con su luz nos abre la inteligencia para ir comprendiendo la historia de la salvación que esta manifestada en las Escrituras, y por eso la inteligencia también tiene que ver con la fe: en la medida que comprendemos mejor la fe, más creemos; y también la otra dimensión, la dimensión del corazón, que necesitamos con los sentidos también experimentar la presencia de Jesús resucitado. Por eso acordate: «Miren mis manos y mis pies, soy yo, no soy un espíritu». Después, que es primero y que es posterior, o sea, si creemos primero al comprender y después al experimentar; o al revés, experimentando y después comprendemos, eso es anecdótico. Justamente las apariciones de Jesús resucitado nos muestran que pueden ser caminos diversos, finalmente lo importante es abrazar a Jesús resucitado.
Y llegamos en Algo del Evangelio de hoy al final de esta semana, al final del Discurso del Pan de Vida, en el que Jesús después de ir rodeando el tema -podríamos decir-, de presentarse como el pan, como el alimento del mundo, finalmente terminó diciéndolo directamente y sin vueltas: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Les aseguro que me quedaré con ustedes para siempre, hasta el fin de los tiempos. Me quedaré realmente para que puedan alimentarse de Mí, para que me encuentren resucitado en cada misa, en cada sagrario, en cada lugar donde se adore la eucaristía. Me quedaré especialmente ahí, pero para que también me encuentren en todos lados, en cada lugar donde haya amor, ahí estaré yo, siempre. Estaré también en cada persona, estaré también en tu corazón, en vos mismo, para que puedas creer en Mí».
Después de oír a Jesús toda la semana diciendo que él es el pan de vida, diciendo que para dejar de tener hambre hay que alimentarse de él, que para dejar de tener sed hay que dejarse atraer por él, hay que creer en él. También diciendo explícitamente que hay que alimentarse de su cuerpo y de su sangre: ¿Qué pensás? ¿Qué te sale decir en este día? ¿Te sale decir lo que dijeron los que no creyeron: «¿Es duro este lenguaje?», o te sale decir lo que le salió decir a Pedro del corazón: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios»?
Escuchar a Jesús que dice sin ningún problema: «¿También ustedes quieren irse?», también nos tiene que llevar a nosotros a sincerarnos –como dijimos al comienzo de la semana– a purificar nuestra fe de todo lo que la contamina, de todo lo contaminada que pueda estar. ¿Creemos o no creemos en esto? ¿Nos parece duro el lenguaje o creemos que su palabra son Vida eterna? No hay muchos caminos ante esto: o creer en sus palabras, creer en que él quiso quedarse como alimento en cada eucaristía y actuar en consecuencia, o no creer y pensar que es simbólico, pensar que no es para tanto, pensar que es una exageración, que es un invento de algunos de la Iglesia. Jesús no presiona a nadie, pero sí invita a que nos decidamos: «¿También ustedes quieren irse? ¿Qué querés hacer: creer y seguir caminando o dudar y quedarte quieto esperando más milagros?».
El continuo milagro de Jesús en esta tierra actualmente es la eucaristía, no hay que esperar más. Es su presencia silenciosa en cada templo, en cada sagrario, en cada corazón que lo recibe. ¿Por qué esperamos algo más, a veces? ¿No será que nos falta fe y no lo reconocemos? Muchas veces me dicen: «Padre, yo no voy a misa o no voy mucho a la Iglesia, pero tengo fe». Es verdad, no voy a negarlo.
Ahora, me pregunto: Si realmente tuviéramos fe en que Jesús se quedó en la eucaristía y que está realmente ahí, ¿no iríamos corriendo a estar con él o a recibirlo? Seamos sinceros. A todos nos falta fe, nos falta purificar nuestra fe y poder decirle a Jesús con sinceridad: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna». Si los sacerdotes tuviéramos fe en la eucaristía, ¿no celebraríamos la misa cada día con más amor y fervor?
¡Quiero creer, Señor, quiero sincerarme y decirte que no quiero ir a otro lado, pero, al mismo tiempo, necesito fuerza para seguir! Hay que pedir que él nos lo conceda, no te olvides lo que nos dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si mi Padre no se los concede».
Que tengamos un buen sábado y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo –que se quedó en la eucaristía para siempre– y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.