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IV Sábado de Cuaresma

Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: «Este es verdaderamente el Profeta.» Otros decían: «Este es el Mesías.» Pero otros preguntaban: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.

Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?»

Ellos respondieron: «Nadie habló jamás como este hombre.»

Los fariseos respondieron: «¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita.»

Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?»

Le respondieron: «¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta.»

Y cada uno regresó a su casa.

Palabra del Señor

Comentario

«Nadie habló jamás como este hombre», dice la Palabra de hoy. «Nadie habló jamás como Jesús», nadie, absolutamente nadie. Es lindo imaginar a Jesús hablando. ¿Alguna vez lo imaginaste? Hablándonos a nosotros ahora, hablándonos al «corazón», hablándonos en el silencio de este sábado, de ese silencio que tenemos que buscar nosotros mismos. Nadie jamás habló como él, y lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que, como siempre, podemos volver a escucharlo a Jesús. «Nadie habló como Jesús», lo que pasa es que no todos lo supieron escuchar o no todos escucharon lo que Jesús realmente quiso decir. Nadie jamás dijo lo que Jesús dijo, nadie hizo lo que él hizo.

rrNo sabemos si fue él un gran «orador» en el sentido actual de la palabra, con una gran oratoria, donde lo que se valora finalmente es otra cosa, la forma y no el fondo, más el modo de decir que las cosas de su contenido. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que sus palabras cautivaban, con lo cual hablaba muy bien. Su manera de decir las cosas atraía, enamoraba a aquellos que tenían el corazón abierto para recibirlas. Porque por más que uno sea un buen orador y por más orador bueno que tengamos en frente, si nuestro «corazón» no quiere abrirse, no quiere escuchar, nada lo puede doblegar. Y es por eso que, a pesar de que «nadie había hablado como Jesús», muchos no lo quisieron escuchar, muchos no le quisieron creer por más buen orador que fue. Se necesitan las dos partes: palabras lindas y bien dichas, verdades bien dichas, y corazones bien dispuestos y abiertos. Ahora… lo que no puede faltar nunca es el corazón dispuesto. Cuando el corazón está «agazapado» para escuchar, por más que las cosas que digamos no salgan tan bien dichas, siempre ese corazón encontrará algo bueno para rescatar.

Sería bueno que, en esta cuarta semana de Cuaresma, ya a las puertas de la recta final hacia la Semana Santa, recemos para reflexionar cómo estamos recibiendo las palabras de Jesús, esas palabras que salieron de la boca de alguien que «habló como jamás se había hablado». Pensemos en ese cantante o canción que nos gusta escuchar siempre, aunque pase el tiempo. Pensemos en ese profesor que nos gusta o nos gustaba escuchar por su manera de transmitir. Pensemos en esa película o serie que nos encanta sentarnos a ver y escuchar. Pensemos en ese libro que nos apasiona sentarnos a leer. Pensemos en ese sacerdote u orador que nos gusta escuchar. Bueno, ahora pensemos si la escucha de Jesús se acerca un poco, o por lo menos un poquito, a eso que pensamos, a esa persona que se nos viene al corazón. No siempre ponemos la misma fuerza del corazón en escuchar lo que nos gusta escuchar y en escuchar a Jesús. Claramente nos debería apasionar más escucharlo a Jesús. ¡Pobre Jesús!, es el que mejor habla, el que mejores cosas, verdades dice y muchas veces no lo escuchamos.

Este sábado, por eso, es una buena oportunidad para que repasemos por nuestra cuenta esas cosas que escuchamos en la semana y nos salió decir: «Nadie me habló así jamás», «nunca había escuchado algo así», «la Palabra de Dios me tocó de una manera especial el corazón». Es la oportunidad para volver a escuchar lo que vale la pena escuchar. Es la oportunidad para volver a profundizar en eso que nos sorprendimos. Retomemos alguno de los evangelios, retomemos Algo del Evangelio de hoy, algún comentario. Retomemos algo que nos ayude. Imaginemos que Jesús es el que nos lo está diciendo, una vez más. Imaginemos, cerrando los ojos, que solo él puede decirnos algo así. Solo él habló así, solo él nos seguirá hablando así siempre. Que hoy podamos revivir esta experiencia, de la misma manera que la vivieron los que estuvieron cara a cara con Jesús y pudieron escucharlo.

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