Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.»
Palabra del Señor
Comentario
Podríamos decir que nuestro templo-corazón tiene muchas veces un estilo un poco comerciante, que también se manifiesta en nuestro modo de vivir y de ser; no solo individualmente, sino comunitariamente, incluso eclesialmente. Ese estilo mundano es con el cual debemos luchar hasta el fin de nuestro paso por la tierra. Jesús en un momento dijo esto: «Ustedes son del mundo, pero no son de este mundo». Eso quiere decir que vivimos en este mundo pero no debemos tener la mentalidad de este mundo, por lo menos debemos evitar esa forma de pensar y actuar que se contradice con el Evangelio, con la Palabra de Dios. El papa Francisco la llamaba «la mundanidad espiritual». Sería ese estilo mundano que se nos pega en el interior del corazón, como lo hace la humedad en las paredes. ¡Es triste, muy triste! Por lo menos me pasa a mí, cuando dentro de la Iglesia hacemos de la evangelización un comercio. Y con esto no me refiero a lo monetario únicamente, a lo económico, sino al modo de hacerlo o el modo como intentamos a veces generar recursos para la misma evangelización. Es triste cuando incluso debemos «pagar» para entrar a nuestros templos.
¿Dónde está la Iglesia pobre para los pobres que el mismo Jesús desea? Es triste cuando generamos actividades, retiros o lo que sea al que solo pueden ingresar o asistir aquellos que pueden pagar. Una cosa es aportar lo que uno siente en su corazón y otra cosa es aportar lo que me exigen sin ningún tipo de concesión. Es triste cuando uno entra a una secretaría parroquial y hay «tarifas» de aportes voluntarios para recibir un sacramento. Todavía sigue pasando eso en nuestra Iglesia. Y uno piensa: si es voluntario y libre, ¿por qué se pone una tarifa?
Uno a veces piensa si es verdad que confiamos en la providencia divina. Uno se pregunta si es verdad que confiamos en que nunca nos faltará nada para vivir y mucho menos para evangelizar. ¡Cuánto nos falta a todos para comprender y vivir esta enseñanza de Jesús, de que no podemos «convertir la casa de su Padre en una casa de comercio»!
Algo del Evangelio de hoy tiene que ver con lo que nos pasa, muchas veces a vos y a mí, y termina por agobiarnos, haciéndonos caer en un pesimismo, a veces insoportable. ¿Qué cosa? Por ejemplo, el vivir pensando en lo que nos falta; vivir viendo la parte del vaso vacío, lo que debería ser y no es, lo que me pasó, me afectó y no puedo cambiar; vivir sin considerar lo que tenemos y esperando solamente lo que vendrá. Vivir así es ver parte de la verdad de la vida, pero no es toda la verdad.
Hoy estamos cansados de escuchar parte de la verdad, verdades a medias, verdades que no son verdades porque son «ideologías» y, cuando una ideología quiere ser la única verdad, termina por matar a la Verdad. Somos capaces de matar por nuestra supuesta verdad, incluso en nombre de la Verdad. Estamos cansados porque cada uno tiene su verdad o, mejor dicho, cada uno cree que la suya es la única verdad y pocos se animan a abrazar una verdad un poco más amplia y trascendente.
¿Sabés qué es lo que pasa o, por lo menos, qué es lo que me parece que pasa en el mundo y, por qué no, dentro de la Iglesia? Pasa que Jesús es relegado, olvidado y muchas veces por los que deberían recordarlo más, mucho más. Jesús no entra en esas discusiones interminables, en donde todos quieren tener la razón, en donde el dinero manda, en donde la lógica del poder termina triunfando por sobre los intereses comunes. Todos hablan de sus verdades, pero se olvidan de una Verdad mucho más verdadera, valga la redundancia, de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida. Alguno me dirá: «Pero… ¿Qué tiene que ver el mundo con Jesús, con las discusiones del mundo?» Tiene mucho que ver, por lo menos para nosotros los cristianos, que sin querer a veces «separamos» demasiado las cosas del mundo con nuestra fe y nos olvidamos que nuestra fe es sal y luz en este mundo dividido por las discordias, por las medias verdades que se hacen ideologías.
En Algo del Evangelio de hoy se ponen de manifiesto los «pesimistas de siempre», los «mala onda» –como se dice–, que buscan siempre «el pelo en la leche», la «quinta pata al gato», porque las ideas les nublan el corazón. La ideología no permite a veces ver la realidad. Estos hombres, en vez de reconocer el bien que Jesús hacía, son capaces de decir semejante barbaridad, que Jesús hacía el bien con el poder del demonio. Algo absurdo, como lo que nos toca ver cada día. No solo no veían la parte llena del vaso, sino que imaginaban algo malo, veían siempre lo malo. Seamos cristianos, dejemos de dividir y de buscar lo malo en lo bueno, o de ver solo lo malo cuando hay mucho de bueno. Seamos verdaderos discípulos de Jesús. Saltemos «las grietas» para descubrir que del otro lado hay hermanos, no enemigos. Del otro lado hay gente buena también, solo que se dejan ganar a veces por sus ideas, como de este lado también.