«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»
Palabra del Señor
Comentario
La Palabra de Dios, especialmente un lunes a la mañana, me animo a decir, de alguna manera graciosa, que es «resucitadora», que nos ayuda a levantarnos, a decir: «Hoy me levanto sí o sí», «hoy pongo otra cara», «hoy quiero algo distinto», «hoy puedo, hoy se puede hacer algo mejor, aportar algo para este mundo que tanto lo necesita». Ayer, de las lecturas, me quedó una frase resonando en el corazón, de la segunda, que no la pude comentar y me parece que nos puede ayudar esta semana, junto con la imagen de la transfiguración, a que no nos olvidemos, ¿no?; no nos olvidemos de que, si en esta Cuaresma queremos seguir firmes, necesitamos la Palabra de Dios. Así dice el gran apóstol san Pablo: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» ¡Qué lindo! ¡No tengamos miedo! ¡No tengas miedo! ¡Levántate si estás un poco caído, caída! ¿Cuánta gente anda tirada por ahí, en el mundo, sin querer levantarse? ¿Cuánta gente, por ahí vos también, anda necesitando otros Cristos que se animen a levantarlos, animarlos, a decirles que no deben tener miedo, que pase lo que pase Dios está con nosotros? ¿Cuántos de nosotros nos olvidamos de que la vida no es solamente prueba y prueba, sino también consuelos, y consuelos que hay que aprender a descubrirlos y a verlos en cada detalle?
¡No dejemos que la mala onda de este mundo nos robe el corazón y las ganas de vivir! ¡No dejemos que las luchas de esta vida nos quiten el ánimo de levantarnos! ¡No permitamos que un mal trago nos arruine el día! ¡No dejemos que el orgullo nos opaque las ganas de amar! ¡No dejemos que el querer ser servidos nos impida pedir perdón primero, sin importarnos nada! ¡No permitamos que la violencia de otros nos ponga violentos; estamos para otra cosa, estamos para andar animando a otros, para ayudar a que otros se sientan amados por Jesús, para decirles que Jesús está entre nosotros! ¡No dejemos que la calumnia ajena nos quite la paz! ¡No perdamos la calma ante los que nos critican! ¡No dejemos que la falta de misericordia de otros nos endurezca el corazón! ¡No permitamos que la condena social y de los que tenemos cerca nos lleven a condenar a otros! ¡No permitamos que la falta de perdón nos atrofie el corazón y lo deje seco y duro, como una piedra!
Levantémonos, no tengamos miedo. Jesús está, está siempre y el Padre quiere que podamos escucharlo cada día, con paciencia y perseverancia. Tomate un tiempo hoy para escuchar. Hacé el esfuerzo. Intentá hoy escuchar la Palabra dejando de hacer lo que estás haciendo ahora. ¿No te das cuenta que no se puede escuchar bien haciendo todo al mismo tiempo? ¿No te das cuenta que por «aprovechar» el tiempo, en realidad, a veces, lo perdemos? Si mientras escuchás esto te das cuenta y tomas conciencia de que estás haciendo o pensando en otra cosa, frená el audio y volvé a empezar; o si no, déjalo para otro momento. ¿Qué te cuesta? Es mejor. «Nadie hace más cosas que el que hace una por vez», me dijo una vez un sacerdote muy sabio. Me acuerdo cuando alguien también me dijo: «¡Padre, me da mucha pereza cuando decís eso de que pongamos el audio otra vez!» Me lo dijo en broma, pero es verdad que nos da pereza, hay que reconocerlo. Pero si queremos escuchar a Jesús en serio, ¿crees que lo podés hacer mientras hacés otra cosa? Probá.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy, que es cortito pero sustancioso, me parece que nos anima a levantarnos. Nos anima a no tener miedo y a poner el corazón donde vale la pena. Porque mientras el mundo avanza, tus proyectos también, los de tu parroquia, tu grupo, tu trabajo, tu comunidad; mientras todo avanza, no debemos olvidar que lo que más tiene que avanzar es nuestra misericordia, nuestro perdón, nuestro evitar juzgar y condenar.
¿De qué sirve que avance tantas cosas en la vida si no avanzamos en esto, que es lo que alivia y da paz al corazón? ¿De qué sirve tener todo y pedirle a Jesús todo si no tenemos misericordia ni perdón con los demás? ¿No es de algún modo una hipocresía? ¿De qué sirve que tus hijos tengan todo si no aprendieron de tu boca y tu corazón a no juzgar y condenar a los otros? ¿No nos damos cuenta que este es el corazón del evangelio, muchas veces olvidado? ¿No nos damos cuenta de por qué la Cuaresma nos quiere llevar a lo esencial? ¿No nos damos cuenta cuántas veces hemos destruido personas por nuestra falta de misericordia y de perdón? ¿No nos damos cuenta que a veces despreciamos y ofendimos, que no perdonamos y juzgamos, a esa persona que en el fondo era tan débil y con tantos problemas como vos?
Jesús es misericordioso, pero no es tonto, no se hará el tonto cuando nos juzgue con verdad y con misericordia, pero con verdad. Nos juzgará con misericordia, como solo él puede, pero en la medida que nosotros vayamos aprendiendo a hacer lo mismo. ¿Cómo nos dará la cara para pedir perdón y misericordia si nosotros hoy somos incapaces de darla? ¡Cuánta necesidad de conversión tenemos todavía en la Iglesia! ¡Qué lindo será hoy pedirla, no tener miedo y levantarnos! ¿Sabés por qué a veces andamos tirados en el piso y muchas veces sin ganas? Porque somos incapaces de perdonar, de tener misericordia, de callar y no condenar. La falta de perdón y la soberbia nos aplasta.
Cuando Jesús dice que «demos y se nos dará», no nos está proponiendo el «negocio de la fe, del amor», o sea, el dar para que nos den. Me parece que es al revés, nos está advirtiendo que no podemos pretender que nos den si también no damos nosotros. No podemos pedir misericordia si ahora no la tenemos. No podemos pedir misericordia, ni ahora, ni en el juicio final tampoco, si no aprendimos a darla. No podemos pretender no ser condenados si nosotros nos cansamos de condenar. Se nos debería caer la cara de vergüenza al reclamar que no nos juzguen si nosotros juzgamos.
Se nos medirá, en definitiva, con la misma vara que nosotros medimos. Si usamos vara cortita, por «tener –como decimos acá– cortitos» a los demás, la misma vara usarán con nosotros. En cambio, si usamos vara ancha y larga, él hará lo mismo con nosotros. Seamos misericordiosos como el Padre del Cielo es misericordioso con nosotros. Probemos, nos hará muy bien.