«Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.»
Palabra del Señor
Comentario
¡Cuánto tenemos todavía para aprender de Jesús! ¡Cuánto tenemos para escuchar y seguir creciendo! Es una maravilla ir dándonos cuenta que el techo en realidad no tiene techo, es ilimitado. En realidad, el desafío es darnos cuenta que cuando se trata de amor, de amar a Dios y de dejarnos amar, no hay techo. Porque en definitiva el techo es la humildad, es reconocer que nuestro corazón es chiquito, nuestra cabeza también y jamás podemos decir que no tenemos más para escuchar y aprender.
Hablando una vez, me acuerdo, con una odontóloga y recordando las veces que me tocó ir a revisarme la boca y los dientes, me vino a la cabeza una imagen que nos puede ayudar. ¿Te diste cuenta que cuando estamos en el dentista y el que nos atiende nos habla, nosotros con la boca abierta y los aparatos que nos rodean no podemos hablar, solo nos queda escuchar o mover la cabeza para tratar de contestar? ¿No te pasa que te da un poco de impotencia eso de no poder, como se dice, «meter un bocado» para contestar? Bueno, algo así nos debería pasar al escuchar la Palabra de Dios cada día. Deberíamos quedarnos con la boca abierta, pero por el asombro, y deberíamos solamente escuchar para poder mejorar nuestro modo de alimentarnos de las cosas que nos rodean.
Ante las pruebas, el dolor, el desierto de cada día (retomando lo del domingo), cualquiera sea el que nos toque vivir, me parece que siempre es bueno tener esta actitud: el silencio y la escucha de lo que Dios tiene para enseñarnos. Dios nos habla, de algún modo, en las tentaciones y es en esos momentos en donde es mucho mejor escuchar que hablar. Jesús pasó su desierto, tanto el del comienzo de su vida como la prueba del sufrimiento en la Cruz, diciendo muy pocas palabras. Hay que callar, pero no para masticar bronca y largar la bocanada de enojo en otro momento, sino callar para poder decir lo justo y necesario, para poder aprender el nuevo camino que se nos presenta y que a veces no podemos ver por la ceguera que produce el dolor y el sufrimiento.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy, a la primera frase que es la que abre el corazón a la compresión de lo que sigue, que de algún modo parece imposible. Es importantísimo muchas veces en la Palabra de Dios encontrar la frase, la palabra o el gesto de Jesús que abre a la interpretación de todo lo demás, como una llave, como una clave. Me parece que la de hoy es esta: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». ¿Qué significa esta frase? Trataré de traducirla a un lenguaje sencillo, a nuestro modo de entender. Podríamos traducirla imaginando que Jesús nos dice esto mismo de muchas maneras, por ejemplo: «Les aseguro que, si ustedes piensan que ser cristianos, ser seguidores míos, discípulos, es cumplir una regla o muchas y con eso quedarse tranquilos, no disfrutarán del amor que vine a traer al mundo, que siempre desborda, que es abundante y que llena el alma y que no calcula.
Les aseguro que, si ustedes se conforman únicamente con no hacerle mal a nadie y no ven más allá, y no piensan en cómo hacer el bien a los demás, se estarán perdiendo de lo mejor, que es el Reino de Dios, que es una relación de amor. Les aseguro que el Reino de Dios no es solamente el momento o el estado al que llegaremos cuando partamos de este mundo, sino que es también la relación de amor que se puede dar ahora entre Dios Padre, su Hijo Jesús y entre nosotros, y por eso, cuando nos olvidamos de esto, nos estamos perdiendo una parte grande. Les aseguro que el fariseísmo, el vivir la fe como un simple cumplir, como un querer vivir solo para nosotros, para una satisfacción personal de estar “haciendo las cosas bien”, es algo mucho más común de lo que ustedes creen y que por eso vengo a enseñarles la verdadera libertad; vengo a enseñarles que, si no “dan un salto”, si no trascienden el cumplimiento, se van a perder lo mejor.
Les aseguro que, si creen que la santidad, la justicia, el cumplir la voluntad de Dios, el ser agradable a Dios Padre, es algo que van construyendo ustedes mismos, al ritmo de su propio esfuerzo, jamás disfrutarán de las alegrías de ser salvados, de recibir gratis desde lo alto la fuerza para no solo cumplir los mandamientos a secas, sino que, además, ir mucho más allá, llegar a la alegría de no calcular, la alegría de amar no por una obligación, sino con libertad y con gozo interior».
Y, para terminar, te aseguro, ya sin hablar como si fuera Jesús, que esto hay que pedirlo. ¡Hay que pedir esta gracia!, si estamos estancados en una fe muerta, sin fuerzas, una fe que se quedó sin respiración porque no comprendió lo que significa ser cristiano, porque nos enseñaron mal o porque nunca lo comprendimos. Te aseguro que, si lo pedimos, el Padre nos lo dará. No te olvides de que, como hijos del Padre, jamás se nos negará aquello que pedimos y sirva para nuestra santidad. No te olvides de que, como hijos de Dios y hermanos de todos, jamás podemos despreciar a los otros, ni de obra, ni de palabra, ni de pensamiento, ni de omisión. Si todavía lo hacemos, querrá decir que todavía seguimos en esa religiosidad del cumplir, en la religiosidad de nuestro yoísmo, que le encanta conformarse con mirarse a sí mismo y estar tranquilo de conciencia porque «tan malo, en definitiva, no es».