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VI Martes durante el año

Jesús volvió a embarcarse hacia la orilla del lago.

Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.» Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.

Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?»

Ellos le respondieron: «Doce.»

«Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?»

Ellos le respondieron: «Siete.»

Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?»

Palabra del Señor

Comentario

Jesús, como siempre, rompe todos los esquemas. Rompe con lo tradicional de esos tiempos y los de estos tiempos también. Nadie en ese tiempo se le hubiese ocurrido tocar a un leproso, no solo por evitar el contagio físico, sino porque el que tocaba también a alguien «impuro» quedaba impuro. La impureza de la piel, para ellos, tenía que ver con una impureza más profunda, con la del alma, con el pecado y el aislamiento; era para evitar un mal mayor. Sin embargo, a Jesús no le importa mucho todo esto. Al contrario, dice el evangelio que «Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”». Tan cercano se hizo a nosotros que corrió «el riesgo» de ser tenido por impuro, solo por amor, por compasión. ¡Qué distinto lo que estamos viviendo hoy!, ¿no?, que pensamos que aislándonos vamos a hacernos bien entre nosotros.

Me contaron que, en algún lugar del mundo, un grupo de católicos que sale todas las semanas a acompañar y alimentar a las personas en situación de calle, les propusieron que se pongan guantes de goma para evitar cualquier tipo de contagio. El propio Estado organiza esa actividad y obliga a que se haga así, incluso como condición para recibir fondos y financiar la actividad. Este grupo de católicos, con mucho sentido evangélico y coraje, prefirió hacerlo al «modo de Jesús»: sin guantes, con corazón. ¿Te imaginás a Jesús haciendo milagros con guantes? Sería imposible.

¿Te imaginás a Jesús en cuarentena, encerrado hasta el fin de los tiempos? El amor de Jesús corre el riesgo, los santos corrieron riesgos, porque amar es riesgoso. El santo Cura Brochero, el santo argentino, se contagió de lepra por tomar mate con un leproso de su parroquia, a quien nadie quería visitar. Nosotros tenemos que animarnos a correr riesgos por estar con los que nadie quiere estar, por los que nadie recibe, por los que no son atendidos por nadie. Solo así podremos incorporarlos, de alguna manera, a esta sociedad en donde todo es reciclable y descartable.

Algo del Evangelio de hoy nos puede ayudar a entender qué es lo que nos pasa muchas veces o qué es lo que les pasa a tantos cristianos, hombres y mujeres, que no terminan de vivir su fe con verdadera alegría. Dice el evangelio así: «¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?» Las palabras de Jesús suenan duras, pero fueron así de reales. ¿No recordamos? ¿No será que nos pasan estas cosas porque no recordamos, porque no terminamos de comprender y entender?

Los discípulos habían estado en la multiplicación de los panes más grande de la historia y después se estaban preocupando por si les iba a alcanzar o no con un pan para todos. Parece mentira, parece gracioso, incluso una ironía de la Palabra de Dios, pero no lo es. Realmente les pasó eso, realmente nos pasa eso, a vos y a mí. Nos olvidamos de lo vivido, nos olvidamos del don, nos olvidamos de los milagros, que somos hijos y terminamos «peleándonos por quién podrá comer y quién no» entre hermanos. Nos olvidamos que somos hermanos y entonces nos ponemos a discutir cuando vemos que no alcanza, porque no confiamos en que el otro es hermano y que podemos compartir. En el fondo, nos olvidamos de nuestra condición de hijos y hermanos.

Si nunca olvidáramos que nuestro Padre del Cielo jamás nos dejará sin lo necesario para vivir; si jamás olvidáramos que así como Dios cuida de los animales y de las aves del cielo es imposible que él nos deje de cuidar, no nos detendríamos en peleas que no tienen sentido, no nos pondríamos a discutir por un poquito de pan. ¡Qué poca memoria tenemos! ¡Qué rápido nos olvidamos de que si sabemos compartir, si ponemos de nuestra parte, si nosotros hacemos lo que otros no pueden, jamás nos faltará nada! Al contrario, siempre va a sobrar, porque también otros harán lo que nosotros no podemos hacer.

¿Ya te olvidaste de todo lo que Dios Padre te dio a lo largo de la vida? ¿Ya te olvidaste de que hace un ratito nomás Jesús multiplicó los panes frente a tus narices? ¿Tan rápido nos olvidamos de todo? ¿Ya te olvidaste de aquella vez que te animaste a poner de tu parte y de golpe todo fue mejor, todo se disfrutó, todo salió más lindo? ¿Ya te olvidaste de que la multiplicación de los panes es el milagro continuo de Jesús cuando sabemos poner amor a cada cosa? ¿Ya te olvidaste? ¿Nos olvidamos de que la Eucaristía es el pan del cielo que se multiplica cada día para los que tenemos hambre de Dios? ¿Ya te olvidaste de que la Iglesia, aun con sus pecados y debilidades, es una muestra cierta de que lo que se comparte se multiplica? ¿Te pusiste a contar alguna vez la cantidad de amistades, conocidos y hermanos que llegaron a tu vida gracias a que Jesús siempre multiplica todo? ¿Todavía no comprendemos ni entendemos?

No nos perdamos tanto amor del Padre por andar peleando y discutiendo por pequeñeces. No nos perdamos tanto amor de hermanos por andar mirando si nuestra panza o bolsillos estarán un poco más llenos. Ser hijos y hermanos es mucho más que una simple comida, es compartir nuestras propias vidas, nuestros corazones, nuestro amor.