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Feria de Adviento

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»

Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»

Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor

Comentario

Recuerdo que cuando era niño (supongo que entre los ocho y los diez años), mi madre y mi padre me enseñaban que el que me traería los regalos en la Nochebuena sería el niñito Jesús. Por supuesto que yo estaba tan convencido de que realmente era él, que me acuerdo que iba a esperarlo a la puerta con un vidrio que permitía ver para afuera, que había en mi casa, con ganas de encontrármelo, pensando que vendría como volando. Mientras tanto, no sé quién iba de mi familia y ponía los regalos en el árbol de Navidad para terminar de completar la ilusión. Pensándolo bien, pensándolo hoy como adulto, ¿era realmente un engaño?, ¿era una ilusión? ¿Me engañaban al decirme que era Jesús el que nos regalaba algo esa noche? Por supuesto que en parte sí, pero yendo a lo más profundo: ¿no es más realidad esto que el hecho de estar esperando a un hombre que no sé quién es o que han inventado, vestido de rojo, venido de no sé dónde y sobre unos renos que vuelan? ¿No será que nuestra fe es mucho más real que las tradiciones comerciales que nos han ido imponiendo?

Es verdad de fe que Jesús está en todos lados. Es mucho más verdad que él prometió quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos y es totalmente verdad que continuamente nos trae regalos para darnos una felicidad distinta y duradera. En realidad, en estos días no debemos esperar cosas, sino que lo esperamos a él. Él es el regalo, y la irrealidad o fantasía de que hay otro que nos trae regalos no hace más que opacar la verdadera realidad. Por eso, disculpá que insista, sé que soy medio pesado con este tema. Sé que esto no tiene mucho «rating» para mis audios, porque incluso en nuestra propia Iglesia uno se puede llegar a encontrar con pesebres vivientes y Papá Noel al mismo tiempo, con sacerdotes, padres, catequistas que les enseñan a los niños que el 24 a la noche viene Papá Noel. Lo sé, pero bueno, no importa. Yo prefiero enseñar lo que es realmente la Navidad.

¿Qué nos pasó a los católicos que sin darnos cuenta abandonamos lo más nuestro? ¿No será que perdimos algo de nuestra fe, nuestras raíces más profundas? La fe debería envolver toda nuestra vida, toda nuestra cultura, nuestro modo de pensar, de sentir, de enseñar, de celebrar, de descansar, de disfrutar. Fe y vida son una misma cosa para el que cree. La fe nos ayuda a vivir de un modo diferente y la vida cambia cuando se cree en Jesús. Fe y vida es la síntesis a la que debemos aspirar para ser cristianos en serio y no cristianos privados, cristianos «de salón» –como decía el Papa Francisco–, cristianos que nos privamos de lo más nuestro, cristianos que escondemos la fe, que nos avergonzamos de decir que la Navidad es de Jesús (solo de él); pero que también es para todos, si entendemos lo que estamos haciendo, lo que estamos celebrando. Sería bueno que nos encarguemos de no callar esto en estos días.

En Algo del Evangelio de hoy Zacarías recupera el habla que había perdido por haber dudado del anuncio del Ángel, de que sería el padre de Juan el Bautista. Cuando no creemos, cuando no confiamos en las promesas que nos hace Dios, cuando no confiamos en que Jesús es el dueño y centro de la historia, de nuestras vidas, somos apresados por el silencio; pero no porque dejamos de hablar, literalmente, sino porque en realidad no hablamos o hablamos mal de Dios. Hablamos de otras cosas, perdemos la capacidad de hablar bien de nuestro buen Dios, que es Padre. Dios pasa a ser una idea. Jesús no es alguien a quien amamos, sino que es una doctrina, un buen hombre que nos habla de amor, incluso puede ser una gran moral, una cosa abstracta a la que decimos que seguimos. ¿En qué andamos nosotros hoy concretamente, antes de llegar la Nochebuena? ¿De qué vamos a hablar hoy a los demás? ¿Y en la Nochebuena? ¿Andamos como Zacarías, mudos por dudar, y nos transformamos en cristianos que no pueden alabar a Dios, o sea que no pueden reconocer que Dios es Dios y nosotros solo unas pequeñas creaturas amadas por él?

Zacarías recuperó el habla no para decir sonseras, para cantar sonseras, para pedir cosas para él o para enojarse por no haber podido hablar tanto tiempo. «Recuperó el habla y comenzó a alabar», así dice el evangelio. Empezó a darle a Dios lo que le correspondía, o sea, todo su amor, su alabanza.

Solo podremos alabar a Dios de corazón en estos días si reconocemos lo que él hizo en nosotros y por nosotros. Se hizo niño, se hizo bebé, para que aprendamos a abrazarlo sin condiciones, sin peros, aceptando su amor silencioso pero eficaz, aunque todos anden gritando y corriendo. Si no reconocemos eso, en esta Navidad andaremos mudos de lo importante y llenos de palabras vacías.

Que Jesús nos conceda lo que más necesitamos para poder alabar en serio, para poder gritar sin miedo y vergüenza lo que Dios hizo por nosotros. Vayamos al pesebre, guiados por la luz de Jesús. Acerquémonos en estos días a un pesebre a disfrutar del silencio de un Dios que se hizo niño por vos y por mí, por todos.