Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.
Palabra del Señor
Comentario
Falta poco, ya estamos en la recta final, como se dice, de nuestro camino a la celebración más tierna de nuestra fe. La propuesta en estos días es la de RECIBIR, estar receptivos, recibir de alguna manera esta Palabra tan necesaria. Es la última semana del tiempo de espera, de recepción; de estar dispuestos, más que a hacer muchas cosas, a recibir al niño en nuestro corazón, en nuestros brazos.
¿Qué hacemos cuando un niño sabemos que vendrá a la familia? Fundamentalmente hacemos todo para recibirlo. Preparamos todo para que sea parte de esta familia, aunque cuando nace, sabemos que no comprende todo pero recibe todo, todos estamos pendientes de él. Todo gira en torno a ese niño que no habla, solamente se deja recibir y abrazar. Nadie hace otra cosa que mirar al niño. ¿Y si pensamos algo similar, pero para con Jesús? ¡Qué bien nos haría!
Para ir generando esta actitud de nuestro corazón, te propongo que meditemos en esto: Es Dios el que vino a tener una experiencia de amor con nosotros; es «Dios con nosotros», así lo anunciaba el profeta Isaías. Por supuesto que nosotros tenemos que estar con él; pero antes que nada tenemos que reconocer que este Dios maravilloso, omnipotente es el «Dios con nosotros». Esa es la verdad que hay que aceptar, recibir. Por supuesto, junto al niño que vendrá, aparece la figura de María y José. Por eso, hoy escuchamos la llamada «anunciación» a José. Dios también tuvo que enviar un ángel a este gran hombre para que no tema, para que no «huya» de su plan porque no comprendía lo que estaba pasando, para que finalmente se deje sorprender, para que reciba a ese niño –aunque no era suyo–, para que lo adopte y también para que lleve a María a su casa, para que la reciba como esposa.
Hasta que José no recibe en sueños esta invitación a animarse, a no temer, a darse cuenta que Dios podía estar ahí –en esa situación tan difícil e incomprensible–, no descubre que Dios estaba en esa situación que él consideró al principio confusa; no podía verlo, no entendía el plan de Dios. No podía ver este plan tan misterioso en esta sorpresa que lo entristeció de alguna manera seguramente o por lo menos lo sorprendió, de María embarazada sin que él haya hecho nada. No sabemos lo que habrá pasado exactamente por el corazón de José. Pero si había decidido abandonar de algún modo a María, quiere decir por supuesto que no entendía lo que pasaba y quería protegerla para que no la apedreen, además viendo que María estaba embarazada y que él no era el padre, él había decidido irse para cuidar a esa mujer que tanto amaba; porque las cosas no habían salido como él pensaba y deseaba. Y en medio de toda esta confusión era difícil pensar que Dios podía estar detrás de todo eso. Su mujer, con la que él se iba a casar, pero también con la que no convivía todavía, estaba embarazada. ¿Era posible que Dios esté detrás de semejante noticia? Seguramente que él lo pensó. ¿Qué habrá sentido José en su corazón? Bueno, no lo sabemos, pero nos ayuda también a pensar en tantas cosas que vivimos así nosotros en nuestras vidas.
Por eso, Algo del Evangelio de hoy nos ayuda a preguntarnos: ¿Cuántas veces pensamos que Dios no puede estar donde nosotros creemos que no tiene que estar?, o ¿cuántas veces Dios en realidad está donde nosotros pensamos que jamás podía estar? Pensémoslo en lo de cada día, en la familia, en el trabajo. Pensalo en algo que te pasó alguna vez, algo difícil. ¿Y por qué nos pasa esto? Porque nos equivocamos cuando somos nosotros los que queremos, por decirlo de algún modo, «fabricar las experiencias de Dios». Sin embargo, Dios nos sorprende siempre, «se divierte», irónicamente lo digo, sorprendiendo al hombre calculador, matemático, temeroso y desconfiado. Decimos a veces, muy seguros: «Tuve una experiencia de Dios en este lugar, en esta situación, en este retiro, en esta Navidad. Ese día lo sentí»; pero ¿y si pensamos al revés? Porque es Dios el que vino a tener una experiencia con nosotros, entonces es él, el que elige en qué momento quiere tener esa experiencia con nosotros o por lo menos hacer que la podamos sentir. Ahí cambia el panorama, porque ya no soy yo el que decido cuáles son los grandes momentos donde experimenté a este buen Dios, sino que empiezo a ver que Dios está conmigo siempre; siempre, pase lo que pase. Porque él es «Dios con nosotros» y quiere estar siempre con nosotros, no solo cuando nosotros lo sentimos. Por ejemplo: está ahora en tu dolor porque se acerca la Navidad donde no va a estar aquel que tanto amas. Dios está, aunque en esta Navidad esté enferma aquella persona que vos querés tanto. Dios está en esta Navidad y estará con vos y conmigo, aunque estemos atormentado por algún pecado, por alguna debilidad que no podemos dejar; aunque estemos muertos de cansancio por este año que termina y no supimos frenar. En esta Navidad Dios estará con vos y conmigo a pesar de que tu hijo esté alejado de tu corazón y no te escucha o esté alejado de Dios y de la Iglesia. En estos días mientras todo el mundo corre para comprar «no sabemos qué», incluso vos también, él está. Está siempre, pero sencillo y oculto en medio de este mundo alocado.
¡Dios está con nosotros! Esa es la certeza de la Navidad, esa es la certeza de esta cercanía de la fiesta que vamos a celebrar. No es la fiesta de armarnos la experiencia de Dios a nuestra medida. No es la fiesta en donde yo armo mi experiencia de Dios, hago mi obra de caridad por acá y por allá para lograrlo, o intentamos encontrarlo a Dios acá o allá. Está bien, hagamos eso, pero él está más allá de la experiencia que nos fabricamos para con él. Por eso tenemos que estar siempre atentos a recibir más que a fabricar.
Bueno, Dios quiera que también hoy nos pase como a José: Que, aunque quiso escaparse de esa situación difícil, en realidad más que escaparse busca hacer un bien a su mujer que tanto amaba, y finalmente en sueños recibió la ayuda y la certeza de que Dios estaba con él, con María. Dios quiera que así nos pase también a nosotros en este día. No temamos, no temamos, recibir a las Marías y a los José que nos traen a Jesús a nuestro corazón, a Jesús, que es nuestro Salvador.
Que tengamos un buen día y que la bendición, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.