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II Miércoles de Adviento

Jesús tomó la palabra y dijo:

«Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»

Palabra del Señor

Comentario

Tener esperanza, obviamente tiene que ver con la espera y la espera con la paciencia. Porque se espera lo que no se tiene, o lo que se tuvo y se perdió alguna vez. Pero nuestra esperanza es muy distinta a la que el mundo nos propone. Nuestra espera es muy grande, es de algo grande. El que tiene su esperanza cimentada en Jesús, obviamente no desespera, no se impacienta, sabe darle tiempo al tiempo, a las cosas, sabe saborear el tiempo que necesita todo para madurar. El tiempo es uno de los regalos más lindos que nos dio Dios Padre. Vivimos en el tiempo, y es lo único que no podemos detener, ni acelerar, solo aprender a vivirlo. Por eso la paciencia, el saber esperar bien, es hija de la esperanza. El que tiene optimismo, pero sin esperanza, rápidamente se desilusiona cuando las cosas no se dan como pensaba, porque en el fondo esperaba lo que se le “antojaba”, en cambio, el que tiene esperanza y es optimista, sabe esperar cuando no se dio lo que soñaba, confía en la providencia divina, porque en definitiva no espera sus propias ilusiones, sino las que vienen de Dios. ¿Muy distinto no?

Algo del Evangelio de hoy es cosa seria. ¿Quién de nosotros no se sintió alguna vez afligido y agobiado? ¡Levante la mano, levante el corazón quien no vivió alguna vez esa experiencia! Si estás un poco afligido o agobiado, levantá la cabeza, levantá el corazón. Hoy todos recibimos una linda noticia. Jesús recibe a los que están así. Jesús nos invita a acercarnos a Él, sin promesas o esperanzas baratas, sino nos ofrece su corazón.

No te estoy obligando a inventar una aflicción si no la hay, si realmente no estás afligido y agobiado, si no lo estás, no busques excusas para cansarte sin sentido, dale gracias a Dios porque te ayudó a llegar a este fin de año con aire, fuerzas y corazón. También fijate que, si no estás agobiado para nada, por ahí es signo de que no estás trabajando lo suficiente, de que no te estás entregando. El que trabaja se cansa, el que ama también se cansa. Es también una posibilidad, lo normal es que nos cansemos, por una cosa o por la otra. ¿Quién no tiene en su vida alguna aflicción o agobio? Son cosas distintas, pero es bueno pensar por donde andamos. En realidad, podríamos distinguir entre agobio y aflicción y explicarlos bien, pero no llegamos con el tiempo. Ayer alguien me reconoció como le costaban al principio esos 6 minutos de los audios, pero ahora los disfruta. Por adentro yo pensaba: “¿Qué dirá ahora que los audios duran a veces 7?” En realidad, los minutos no importan tanto cuando las palabras son de Dios y son agradables a los oídos.

Volvamos a lo nuestro. si te sentiste identificado, gracias por sumarte, ya somos dos y por lo menos logré lo que quería, que podamos reconocer, humildemente, sin quejas ni reproches hacia nadie, que muchos de nosotros andamos afligidos y agobiados por la vida, porque en el fondo no sabemos manejar las fuerzas, porque no sabemos coordinar y orientar nuestro corazón, porque en definitiva no sabemos descansar en Jesús. Así de sencillo. Afligirse y agobiarse es parte de la vida, hasta te diría que es necesario, y es signo de entrega. Cansancio físico, que se recupera fácilmente con un poco más de sueño o vacaciones, pero también cansancio espiritual, psicológico, que es el que más cuesta discernir. Ahora, hay formas y formas de cansarse. Podemos afligirnos y agobiarnos sin Jesús, sin Dios o podemos cansarnos con Él, junto a Él y por eso, terminar descansando en Él, y esa es la parte más linda. Jesús nos dice hoy, “Yo los aliviaré” Jesús es nuestro aliviador de aflicciones y agobios, de cargas mal llevadas. No es solucionador de problemas, sino el que quiere aliviarnos y ayudarnos a encontrar descanso en Él.

La lista del porqué nos cansamos y afligimos sería interminable, cada uno tiene las suyas. Supuestamente nos afligimos y agobiamos por problemas externos: mi marido que está insoportable, mi mujer que se queja de todo y no me entiende, mis hijos que viven en la suya y se olvidan de mí, mi trabajo que es agobiante, el tráfico de mi ciudad que no mejora nunca, los malos que me rodean, el estudio y los profesores que son injustos, la gente mala, la mala situación económica y así miles. Siempre el problema está afuera y a veces nos decimos: “Si eso no estuviera, si ese no estuviera, yo estaría perfecto”. Ahora, si pensamos bien, según las palabras de Jesús… ¿El problema no será que lo tenemos dentro y que no está afuera? Lamento darte esta mala noticia, pero Jesús hoy dice claramente: “Aprendan de Mí que soy paciente y humilde de corazón” Eso quiere decir que, para aliviarnos, para que dejemos de estar afligidos y agobiados, Jesús nos propone el remedio de la paciencia y de la humildad, por lo tanto, quiere decir que el cansancio del corazón es fruto de nuestra falta de humildad y paciencia, de nuestra ira, y la solución debe surgir desde adentro, no tanto desde afuera como a veces pretendemos. “No es que te enojás porque estás cansado, sino que, como estás enojado te cansás” Como sos soberbio, como no sos humilde, como no sos paciente, te cansás. Es así, nos cansamos porque no queremos llevar el peso de ser humildes y pacientes, pesa mucho, cuesta ser humildes y tener esperanza, saber esperar, mantener la calma. Es más fácil ser iracundos y ser orgullosos, soberbios, tirar todo por “la borda” y eso a la larga nos cansa el corazón. ¡Es increíble! Jesús no recomienda nada externo, ningún spa, ningún curandero, ninguna práctica rara, ningún enojo, ni critica, todo lo contrario… cambiar desde adentro. Luchar por ser pacientes y humildes, aceptando la realidad que nos rodea. ¿Te animás? “Jesús manso y humilde de corazón, has nuestro corazón semejante al tuyo.”