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I Miércoles de Adviento

Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.

Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino.»

Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?»

Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?»

Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados.»

Él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos.

Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.

Palabra del Señor

Comentario

Habíamos dicho en el evangelio del domingo que esta semana de algún modo nos acompañaría la palabra vigilancia, o sea, más que la palabra la actitud, que la primera semana de adviento es una propuesta para estar vigilantes, para estar atentos, para estar prevenidos. Dicho de otra manera, o tomando otro aspecto, sería bueno estar despiertos, despertarnos un poco a veces de la modorra espiritual, de la tibieza de la fe. No podemos encontrarnos con el Señor si no estamos atentos, porque él está de algún modo oculto. No es que le gusta esconderse, sino que es Dios oculto entre nosotros y en nosotros. Por eso no olvidemos esta actitud que tenemos que tener en estos días, que se va a ir despertando o creando en el corazón en la medida que escuchamos la Palabra. La Palabra nos despierta, la Palabra nos mantiene vigilantes, porque el escuchar ya de algún modo es estar vigilantes, estar atentos.

Pero también retomemos hoy brevemente el tema de la esperanza. Porque podríamos decir que quien tiene esperanza vive de otra manera, podríamos decir que recibe algo así como una vida nueva. Hace tan bien tener esperanza, pero hace bien también saber bien en qué consiste esta esperanza, conocerla. En realidad, tener esperanza significa llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero. Pasar de una situación de vivir como si Dios no existiera, aunque siempre existe, aunque yo no lo crea, aunque yo no lo viva, a un cambiar de vida, porque nos damos cuenta de que ese Dios está presente; pero no solo está presente, sino también obra, actúa. Para nosotros, que vivimos en un contexto de fe en general o hemos recibido la fe desde niños, esto de recibir una esperanza nueva nos parece un poco imperceptible o difícil de experimentar, salvo que te hayas convertido de grande o hayas recibido esa gracia de grande.

Estamos casi como, en el fondo, anestesiados ante todo esto y nos olvidamos. Mucho más nos pasa a los sacerdotes, que a veces estamos tanto «trabajando” para Dios que nos olvidamos de que él lo es todo y que sin él no podemos nada y que es él el que en el fondo da esperanza al pueblo de Dios. No somos nosotros los que le damos esperanza a las personas. Pero menos mal que cada tanto él nos da un cimbronazo, por decirlo así, para despertarnos a los sacerdotes, ¿no?

Hace tiempo, me acuerdo, tuve la dicha de bautizar, confirmar y dar la primera comunión a Blanca. No me olvido más su nombre. Esta mujer que había contado alguna vez que sintió el llamado a ser cristiana gracias a un santo, a una devoción, que sin darse cuenta la fue llevando a Jesús. Y gracias a eso decidió ser cristiana, decidió recibir los sacramentos de iniciación. Y al comienzo del rito del bautismo de adultos, antes de entrar a la Iglesia, en el atrio, se le pregunta al catecúmeno, aquella persona que se estaba preparando: ¿Qué le pedís a la Iglesia? Y la persona responde y debe responder: «El bautismo» Y después se le pregunté: ¿Qué te da el bautismo? Y Blanca me respondió: «La fe». Un adulto responde la fe, un niño no puede; lo hacen los padres.

Pero qué lindo que es bautizar a veces a los adultos convencidos de que la fe les da algo distinto, que el bautismo les da la fe. Ver los ojos brillosos de emoción de esta mujer al responder, percibir que plenamente ella estaba empezando una vida nueva, que estaba recibiendo una esperanza distinta en su vida, me ayudó a comprender lo que hoy te quiero transmitir. La fe nos da esta esperanza. Con Dios hay esperanza. Sin Dios no hay verdadera esperanza, hay optimismo. Hay muchas cosas, pero no esperanza. Por ahí nosotros que tenemos a Dios o que Dios está en nosotros por pura gracia pero que a veces parece que no tenemos esperanza, creo que nos haría bien una pregunta distinta. ¿Si no tenemos esperanza, si no confiamos en lo que vendrá, en las promesas de Dios, no será que en el fondo nos falta Dios en el corazón o que nos falta creer como él nos enseña?

En Algo del Evangelio de hoy claramente se ve que todos, pero todos encuentran esperanza en Jesús. «La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel», dice la Palabra. Y además Jesús también al final les da de comer, o sea, una cosa increíble. Pasa de todo: curación de cuerpos, curación del alma, dar de comer. Jesús les da todo.

Pero hay un detalle importante que quiero dejarte para hoy, y para mí también, que dice el evangelio que «los pusieron a sus pies y él los curó». Eso quiere decir que hubo personas que llevaron a los enfermos, a los dolidos a los pies de Jesús, a los que seguramente no podían ir por sí solos. Y es lindo pensar que siempre hay alguien que me llevó a la esperanza, siempre hay alguien que puede acercar a la esperanza a otros. Digo a la esperanza porque la esperanza es Jesús. Pero también podríamos decir siempre hay alguien que me da esperanza, siempre hay alguien que me lleva a conocer a Jesús. Qué bien hace pensar que Jesús es nuestra esperanza. Él es nuestra esperanza. No solo por lo que nos prometa, porque nos promete la Vida eterna, porque nos promete una vida distinta a partir de ahora. No solo porque nos puede curar el corazón y el alma o también el cuerpo, dar de comer, sino porque estar con él da esperanza.

¡Hoy depende de nosotros volver a los pies de él, poder tirarnos simbólicamente a sus pies, nosotros, o bien poder llevar a otros! Acerquemos a alguien a Jesús que lo necesita. Un cristiano en serio, un cristiano con esperanza, lleva a otros sin esperanza a los pies de Jesús para que pueda descubrir el verdadero sentido de la vida, para que recobre su esperanza perdida.