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XXXIV Martes durante el año

Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»

Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»

Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca.” No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.»

Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en cielo.»

Palabra del Señor

Comentario

¿Sabías que hay un universo mucho más chico que el universo que conocemos en donde Jesús es verdaderamente rey? ¿Sabías que ese universo es nuestro corazón? ¿Pero también sabías que en ese universo tan chiquito, como nuestro corazón, pero que quiere ser grande, hay alguien que pretende ser mucho más grande de lo que puede? O sea, toda una paradoja. ¿Sabés quién es ese rey del corazón que pretende ser más que Jesús? Nuestro propio ego. Nuestro ego lucha por ser el rey de nuestro interior y pretende ser rey en todos los ámbitos en donde está. Por eso, te proponía ayer que mires el cielo, para que por lo menos por un instante nos demos cuenta de lo que realmente somos en comparación con este gran universo, que Dios nos dio. Mirar el cielo también de noche hace mucho bien y no solo por lo lindo de ver las estrellas, sino porque –comparándonos con una de esas estrellas– nos damos cuenta de lo que somos, un puntito ínfimo en comparación con la grandiosidad del universo. Sin embargo, en nuestro propio universo-corazón, muchas veces nos creemos y nos consideramos nuestros propios reyes. Y nuestra vida muchas veces es un poco así: una gran lucha interior para dejar que reine en nuestro corazón el verdadero rey del universo; o si no, el rey chiquito –pero agrandado– de nuestro propio ego.

El ego, nuestro yo, reina mucho más de lo imaginamos, imperceptiblemente. Reina en muchísimos corazones y situaciones, incluso en corazones que se dicen ser religiosos o dicen tener fe; en corazones que justamente no se dan cuenta que se están dejando gobernar por alguien que no vale la pena, por el ego. Por eso el ego, a la larga, nos deja como en el fondo no deseamos… solos. El ego se sirve así mismo y pretende que todos lo sirvan. El rey ego, ese rey oculto, incluso puede dar de beber, de comer; puede vestir, visitar a los enfermos, y muchas cosas lindas por ahí que Jesús nos pide. Pero puede hacerlo con una escondida egolatría, no permitiendo que sea Jesús el que ame; no permitiendo que podamos descubrirlo en los que más necesitan.

De Algo del Evangelio de hoy podemos aprender creo que tres actitudes: no poner nuestra confianza en lo que pasa, en lo pasajero; no curiosear sobre lo que vendrá y, por último, no confiar en los que se presenten en el Nombre de Jesús y nos pueden engañar. Dicho en positivo, sería algo así: poner la confianza absoluta en el Señor, tener puesta nuestra esperanza solo en él y saber distinguir a los adivinos del fin o de catástrofes, que hay dando vueltas por ahí –incluso dentro la Iglesia–, porque nos pueden engañar.

Ante la admiración por la majestuosidad del Templo de Jerusalén, Jesús advierte que todo pasará; todo, lo mejor de este mundo, incluso la mejor obra hecha por el hombre. Y por eso no vale la pena hacer de las cosas que vemos especies de «mini dioses», creados por nosotros y admirados por nosotros también, por nuestro ego. Jesús relativiza el valor de las cosas materiales, incluso del mismísimo Templo de Jerusalén, lugar sagrado para los judíos. Los judíos finalmente se quedaron sin templo y se quedaron sin culto a Dios. Por eso siguen teniendo su muro, el muro de los lamentos donde van a pedir y a lamentarse por no poder rendir un culto agradable a Dios.

Nosotros los cristianos tenemos templos para manifestar la presencia de Dios en medio del mundo. Son faros de luz en medio de las tinieblas. Pero el verdadero templo de Dios es Jesús mismo con su cuerpo, que somos nosotros. Y por eso, aunque hoy haya una catástrofe terrible y todos nuestros templos se vengan abajo, jamás nos quedaremos sin vínculo con nuestro Padre Dios; porque nosotros mismos somos las piedras vivas del nuevo templo de la Iglesia, que es Jesús. Qué distinto es saber que podemos encontrarnos con Dios en primer lugar en lo más íntimo de nuestra propia intimidad, de nosotros mismos. Porque ahí habita él siempre, ahí está nuestro rey, y más que nunca cuando lo dejamos entrar, cuando estamos solos, cuando lo dejamos reinar.

Lo segundo se entiende mejor sabiendo lo primero obviamente.

¿Para qué curiosear? ¿Para qué andar queriendo saber cuándo será el fin y cómo será? No perdamos tiempo, no vale la pena. Basta de profecías inútiles, basta de profetas de calamidades. No vale la pena. Si estamos convencidos de que todo es pasajero y de que pase lo que pase él está y él es el dueño y rey de la historia, ¿qué sentido tiene saber y esperar el final, incluso con temor? Los que andan queriendo saber el futuro son los que en realidad no están viviendo bien el presente y no confían en la presencia continua y el poder de este Dios, que es amo y rey del universo. Todos los predicadores y adivinos que andan por ahí, los que tiran las cartas, los que supuestamente saben lo que nos pasará, son engañadores y manipuladores de la necesidad que tenemos muchas veces de saber lo que pasará. Confiar en él y en sus palabras es lo difícil, pero al mismo tiempo es lo que consuela y da paz.

Por último, tener cuidado, como dice Jesús, de los falsos profetas y saber distinguirlos; hay muchísimos. Son miles lo que ya predijeron lo que va a pasar y cuándo será el fin de los tiempos. Muchas veces algunos católicos pierden el tiempo en eso y pierden energías –y se preguntan estas cosas– y andan alarmados y tristes. Y no es por maldad; es por ignorancia, es por no haber escuchado la Palabra. No haber escuchado a Jesús que lo dice claramente: «No los sigan». No sigamos a nadie que no sea Jesús. Todo lo demás es pasajero y hay que saber distinguir.