Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones.»
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Palabra del Señor
Comentario
Hay frases de la Palabra de Dios que a simple vista parecen un poco enigmáticas o incomprensibles; diríamos nosotros, en términos alimenticios, «duras de masticar» y «difíciles de digerir». Son palabras que se tienen que entender en el contexto de todo el relato, incluso en el contexto de toda la Palabra de Dios, para evitar confusiones. Lo mismo nos pasa entre nosotros. No todo lo que decimos y hacemos se entiende bien si no se tiene en cuenta el contexto y las circunstancias en las que fue dicho o hecho. Teniendo en cuenta esto, te recuerdo la frase del evangelio del domingo: «Porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene». Parece incluso una frase un poco injusta o, de alguna manera, dura. ¿Cómo es eso que se le dará al que tiene más y se le quitará al que no tiene? Bueno, esto se entiende bien si entendemos la parábola en su conjunto. Si comprendimos que Dios Padre nos da de sus dones para que podamos hacerlo fructificar. Si entendimos que los talentos que nos da Dios son de él y son como «semillas» de algún modo y que si se las siembra, dan frutos; y si no se las siembra, solo sirven para alimentarse uno mismo o a unos pocos. Esta frase se entiende pensando en el futuro, en el encuentro definitivo con Dios, en el momento de nuestra partida. No se entiende solamente si se la piensa en el hoy, creyendo que Dios nos quita lo que nos dio.
Aunque es verdad que, si tenemos un don y no lo ponemos en práctica, podríamos decir que se va oxidando. Pero se refiere específicamente a cuando veamos cara a cara a Dios Padre, en donde él querrá que le mostremos todo lo que con su gracia hemos podido cosechar, hacer crecer y multiplicar. O sea, el que se presente frente a Dios solo con lo que Dios le dio en vida, se le quitará aun lo que se le dio. En cambio, el que se presente frente a su Padre con más de lo que le dio, se le dará mucho más. Quien tiene de más, quien fue generoso, Dios será más generoso todavía. Quien fue mezquino, ya no tendrá tiempo de ser generoso. Hoy es el tiempo de la generosidad, no mañana. Aprovechemos hoy para ser generosos, en este momento, para poner al servicio de los demás los talentos que Dios nos dio.
En Algo del Evangelio de hoy vemos que Jesús siente indignación al ver convertida la casa de su Padre en una casa de comercio. Ayer Jesús lloraba, hoy se indigna. ¿Ves que Jesús siente la vida, tiene sentimientos y no los esquiva? Esto no es sentimentalismo, es realidad, es la Palabra de Dios. Jesús sintió como hombre, vivió como hombre, sin escaparle a nada, excepto al pecado. Pasaron por su corazón sentimientos que lo hicieron reaccionar ante diferentes situaciones, a veces llorando, otras indignado y seguro de sí mismo; imagino que muchas veces riendo (aunque el evangelio no lo dice explícitamente). Pero su corazón siempre estuvo ordenado. Sintió, pero no fue esclavo de sus sentimientos, sino que sus sentimientos eran auténticos, mostraban perfectamente lo que su corazón vivía y pensaba y supo siempre conducirlos a un bien. No tenía el corazón dividido como nos pasa a veces a nosotros, que ni sabemos por qué sentimos lo que sentimos, ni entendemos porqué muchas veces pensamos lo que pensamos.
Al expulsar a los vendedores del templo, se enojó cuando se tenía que enojar y en la medida justa en la que lo tenía que hacer, pero siempre manteniendo dominio de sí mismo. A nosotros nos cuesta muchísimo, a veces nos enojamos cuando no nos tenemos que enojar o nos enojamos demasiado para lo que realmente pasó o bien no nos enojamos cuando nos deberíamos enojar. El sentimiento de enojo no es malo ni bueno en sí mismo. No hay que tenerle miedo al enojo, hay que aprender a escuchar el corazón y a equilibrarlo.
Un sacerdote amigo siempre me dice: «No mates un mosquito con un cañón», como diciendo «no gastes demasiadas energías, ira, cólera en cosas que en realidad no son para eso. Son un mosquito, no son tan grandes».
¿Cuánta energía y tiempo perdido en enojos sin sentido, que en el fondo provienen de nuestro orgullo herido, nuestra soberbia y nuestro dolor por no ser tan queridos como quisiéramos? Y al contrario, ¿cuánta pasividad y pusilanimidad ante las cosas que nos deberían mover un poco el corazón, que nos deberían hacer enojar en serio?
Esto lo dejo para que lo pensemos. En el fondo, realmente en el fondo, nos enoja lo que nos interesa y nos resbala lo que no nos interesa. Esto es obvio. Ahora, nos podríamos preguntar ¿no será que lo que más nos interesa muchas veces somos nosotros mismos y por eso nos enojamos demasiado cuando en realidad deberíamos relativizar un poco las cosas? ¿No será que a veces nos importa poco el dolor de los demás o la defensa de la verdad, de nuestra fe, y por eso dejamos que las cosas se destruyan a nuestro alrededor? Dios nos habla por medio de los sentimientos también. Nos muestra cuán iracundos o apáticos solemos estar. Nos muestra en realidad por dónde está nuestro corazón. Tenemos que aprender a leer que hay detrás de cada sentimiento que nos sobreviene a cada momento. Podemos aprovechar la noche para cerrar el día pensando qué sentimos y qué hicimos con esos sentimientos.
Sentir, sentiremos siempre. Lo importante es saber interpretarlos, tanto para moderarlos como para despertarlos. Podríamos decir tomando algo de la Palabra de hoy: «Dime qué te enoja y te diré qué le importa a tu corazón». ¿Dónde está tu corazón? ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Qué es lo que nos indigna?