• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XXXIII Domingo durante el año

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.

En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor-

Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».

Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!» Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes».

Palabra del Señor

Comentario

Un domingo más para disfrutar, para disfrutar en familia, para que nos tomemos un tiempo más profundo para estar con el Señor, el que nos creó y nos dio todo. Hagamos este esfuerzo, nos hace bien a todos.

«El Reino de los Cielos, dice Algo del Evangelio de hoy, es también como…». El Reino de los Cielos comienza en la tierra –lo sabemos–, pero también será ese encuentro definitivo con el que nos dio sus bienes para que podamos administrarlos a su modo. El Reino de los Cielos se parece a diez jóvenes, ¿te acordás, el domingo pasado? Se parece a los que estamos esperando que llegue el esposo, siendo prudentes o necios. No hay otros caminos. Es un Reino en relación. Acordate: no hay Reino sin rey y sin servidores. El Reino de Dios está entre nosotros, pero solo se percibe en la medida que hay alguien que le responde a ese rey, alguien que acepta su propuesta de amor y se pone al servicio, y lo pone de manifiesto entregándose a los demás.

En Algo del Evangelio de hoy «el Reino es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes». Nosotros somos sus servidores, Dios Padre es el dueño de los bienes. Eso está claro. Los bienes que nos dejó no son nuestros y están simbolizados en los «talentos», que era una unidad de moneda de la época. No te imagines los talentos como algo puramente material o simplemente como nuestras capacidades humanas. La Palabra de Dios hoy va más allá de eso. Podemos pensar que los talentos son esos bienes de Dios que nos comparte, pero que él vino a darse a nosotros, a hacernos partícipes de su propia vida. Por lo tanto, son bienes también del corazón, bienes espirituales. Esos «talentos» son el corazón de Dios que se abrió de par en par para darnos todo su amor. Esos «talentos» podrían ser la caridad, la fe, el perdón, la misericordia, la capacidad de vincularnos con él, de rezar, por ejemplo.

Primer detalle: Los bienes espirituales que Dios nos dio son para que vivamos en relación con él y podamos «ayudarlo» misteriosamente a hacer presente el Reino entre los demás. Pero son de él y serán para devolvérselos un día a él. Nada es nuestro. «¿Qué tienes que no hayas recibido?», dice san Pablo. Por eso, no vivamos como si los «talentos» fueran exclusivamente nuestros. Reconozcamos los dones recibidos para que podamos vivir agradecidos y descubriendo que todo lo bueno que hacemos en esta vida y en la vida espiritual es gracias a lo que Dios nos dio.

Segundo detalle de la parábola: «Le dio a cada uno según su capacidad». Nadie es más que el otro. Nadie tiene más que el otro, comparativamente. Dios se encargó de darle a cada uno lo necesario para poder vivir en relación con él. Le dio a cada uno según su capacidad y no con una mirada puramente humana. No nos comparemos. No tiene sentido ver las cosas como en realidad Dios no las mira. No es más el que recibió cinco. Recibió según su capacidad. No es menos el que recibe uno. No midamos con medida humana. El problema no está ahí. Lo importante en definitiva está en qué hace cada uno con ese don. Todos tenemos lo que podemos tener y está en nosotros mirar para afuera o mirar para adentro de nuestro corazón, aceptarlo y hacerlo fructificar.

Tercer detalle: Hay servidores buenos y fieles y un servidor malo y perezoso. ¿Cuál de todos somos nosotros? ¿Aquellos que se creen que es posible perdonar, ser misericordioso y amar como el Padre nos enseña, dando todo lo que tenemos y que a veces está escondido? ¿o el perezoso que entierra todo por creer que Dios exige más de lo que da y, finalmente, no cree que para Dios y con Dios todo es posible? Cuando llegue el final de nuestras vidas, Jesús nos esperará para abrazarnos con amor. Pero para poder abrazarlo, nosotros tendremos que entregarle los frutos de amor que llevamos en nuestro corazón o en las manos, los frutos de misericordia y de perdón que él nos confió.

No es para que tengamos miedo, es para confiar y empezar a probar que es posible duplicar los talentos de amor que todos hemos recibido.