«Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.»
Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. El les dijo: «Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios.»
Palabra del Señor
Comentario
¡Qué bien hace llegar al final de la semana escuchando la Palabra de Dios!, dándonos cuenta que podemos hacer muchísimas cosas o podemos dejar de hacer muchísimas cosas en la vida. Pero si dejamos de escuchar a Dios –de algún modo–, tarde o temprano nuestro corazón se va como atrofiando, va perdiendo esa forma original que Dios desea que tengamos –su imagen y semejanza–, va perdiendo la conformación que nos impulsa a amar como él ama, amar como él nos ama. Las palabras que vamos escuchando, así como cuando éramos niños que fueron formando nuestro lenguaje y nos permitieron nombrar las cosas por su nombre y comprender la realidad, de algún modo también podríamos decir que pasa lo mismo con la Palabra de Dios. En la medida que esas palabras van calando en lo profundo de nuestro corazón, en lo profundo de nuestros pensamientos –como dije tantas veces–, así es como tarde o temprano nuestros pensamientos y corazón se van pareciendo a los de Dios. Que esa es la idea.
No podremos cambiar de actitudes, no podremos ser cada día más buenos y más santos si nuestros pensamientos no se conforman a los de Dios. Por eso en este sábado, una vez más, te animo a que pienses en esto: no dejes nunca de escuchar la Palabra de Dios, por más que a veces sientas que lo haces por rutina, por más que a veces no le prestes toda la atención que se merece, por más que haya días que te toca más el corazón que otros. Sin embargo, no tenés que dejar nunca, porque dejar de escuchar la Palabra de Dios es como dejar de escuchar a aquel del cual estamos enamorados o queremos enamorarnos. No tenés que dejar nunca de escuchar a tu mujer, a tus hijos; no tenés que dejar nunca de escuchar a tu esposo, porque si dejas de escuchar, en el fondo dejas de amar.
Una vez más Algo del Evangelio de hoy nos llama la atención de cosas que no tenemos que olvidar: «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho». Nosotros a veces en la vida queremos como saltar escalones –digamos así–, queremos llegar al final de la escalera olvidándonos que para llegar al final hay que subir escalón por escalón. De algún modo esta comparación, que te estoy regalando y que se me ocurrió, tiene que ver con esto de la fidelidad en lo poco y en lo mucho. Podríamos decir que lo poco es cada escalón, cada pasito que damos día a día para llegar a la cima, es la fidelidad en lo poco. Cuando subimos un escalón, parece que nos cuesta todavía, que nos falta mucho por llegar, parece que un escalón no cuenta. Sin embargo, si no subimos escalón por escalón, si pretendemos saltearnos ciertos pasos, no llegamos o llegamos cansados o llegamos a la mitad. Por eso, el Señor con el tema de la fidelidad –lo que él nos enseña– nos invita a ser fieles en aquellas cosas que no se ven, en aquellas cosas que por ahí nadie cuenta y que nadie toma en cuenta. La fidelidad en lo poco, o sea, el fiarnos de nuestro Señor en cada cosa sencilla del día, en esas cosas que solamente él ve, es lo que nos va asegurando y nos va dando fuerzas para poder jugarnos cuando nos toque dar mucho más.
Como te decía recién, a veces queremos dar todo de golpe y eso es imposible. El corazón no está entrenado para dar todo de golpe, tenemos que dar paso a paso. Así como un deportista para llegar a grandes metas, para lograr sus objetivos, tiene que entrenar día a día, tiene que dedicarse, tiene que animarse a hacer las cosas que nadie quiere hacer, de la misma manera en la fe tenemos que entrenarnos día a día en la fidelidad sencilla y cotidiana, en esa que nadie aplaude; para que cuando tengamos que dar esos pasos difíciles, que siempre nos van a tocar, o esas decisiones grandes, donde tenemos que entregar de golpe todo nuestro corazón, solamente podremos hacerlo si estábamos entrenados en la fidelidad de cada día.
Es así que también tenemos que volver a decir, recalcar lo que el Señor nos dice: «No se puede servir a Dios y al dinero. No se puede servir a dos señores». Porque nuestro corazón se divide, nuestro corazón pierde fuerzas cuando estamos como jugando a dos puntas.
El dinero tiene que ver con todo aquello que nos atrae y nos hace sentir que tenemos poder. El dinero puede ser tantas cosas, puede ser nuestro propio ego. El dinero puede ser la cultura de este mundo, el pensamiento mundano, la idolatría, el hacer un Dios a nuestra medida. El dinero es también, por supuesto, el dinero concreto que nos permite comprar y tener las cosas que nosotros pretendemos y que pensamos que nos van a dar algo, nos van a poner en una posición distinta frente a los demás. No se puede.
Para servir al Señor, tenemos que dejar de lado toda egolatría, todo deseo de aparentar, todo deseo de ser distintos a los demás; pero me refiero a poniéndonos en un lugar que no nos corresponde. Por eso, pidámosle al Señor que nos ayude a crecer día a día en esta fidelidad, en el corazón entero dedicado a lo que el Señor nos muestra para hacer. No escatimemos, no le mezquinemos al Señor nuestro corazón. Que si sabemos entregar pequeñas cosas, algún día cuando nos toque entregar todo, él nos dará la gracia y la fuerza para hacerlo.