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XXVIII Viernes durante el año

Se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.

A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese.

¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros.»

Palabra del Señor

Comentario

Me acuerdo cuando una vez tuve la dicha de ir a comer con una familia, una familia amiga con pocos recursos económicos, pero con un corazón muy grande. Tan grande que, cada vez que iba, se esmeraban en preparar todo de una manera admirable. El día anterior a que yo vaya habían ido a comprar el pollo para la comida y tardaron casi cinco horas en conseguirlo un poco más barato, más económico. Todo para recibirme de la mejor manera que podían. ¡Qué bien que hace comer en familia! ¡Qué lindo que es! ¡Qué lindo que es comer con familias así!

Es en las comidas en donde nos conocemos mejor los unos con los otros, en donde vemos nuestras caras, cómo son, sin maquillajes; en donde descubrimos también la generosidad de unos, que van y vienen con bandejas para servir mejor, y la comodidad de otros también, que esperan a ser servidos; en donde se nota claramente quién anda de mal humor y necesita una sonrisa más grande; en donde se percibe quién anda en su mundo y necesita una mirada, una palmada, un ánimo, un abrazo; en donde se conoce más a fondo cómo está cada uno.

Antes de sentarnos a comer, me acuerdo de que yo estaba tratando de resolver la necesidad de otra familia que, por una tormenta la noche anterior se le habían volado las chapas del techo de la casa y, absorbido por eso, me di cuenta de que estaba más atento al celular que a otra cosa. Y me acordé de lo que había dicho en el audio de ese día, mis propias palabras: «¿Te imaginás a Jesús pendiente de su celular en una comida con José y María?» Me vino bien recordar lo que yo mismo había dicho. Por eso, guardé el celular y me dediqué a estar. Además, me animé a pedirles que apaguen el televisor para bendecir y me encantó cuando una madre le pidió a su hija que deje su celular mientras comíamos. ¡Qué distinto que es comer así! ¡Qué bien que nos hace! Pienso que eso es lo que Jesús quiere cuando nos invita a estar con él, a participar de su banquete, especialmente de la Eucaristía. Quiere que estemos con él, que apaguemos todo, que no nos conectemos con nada más. ¿Sabés cómo terminó esa comida? Cuando les dije que iba a ir a buscar chapas para la familia que había sufrido la tormenta, se ofrecieron cuatro a ayudarme: abuelo, hija y nietas. ¿Hace falta explicar algo más?

En Algo del Evangelio de hoy, además de hablarle a la multitud, Jesús habla especialmente a los discípulos, a vos y a mí: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía». La hipocresía es como una levadura, silenciosa y oculta, que hace fermentar nuestra «masa-corazón», que, en realidad, podríamos decir, lo pudre. No es que le saca lo mejor, lo pudre. Pudre lo más profundo de nosotros, pero inflándolo como hace la levadura, haciéndole creer que está más grande que los demás y que es grande por lo bueno; pero, en realidad, lo hace engrandecer de soberbia y no de humildad.

Cuidado con la hipocresía –que es lo que nos destruye–, cuidado con la mentira, cuidado con el doblez de corazón, cuidado con la incoherencia. Siempre tenemos que estar atentos.

Nosotros somos discípulos. Nuestra vida tiene que estar más puesta en nuestro testimonio, en nuestra forma de vivir, que en las cosas que decimos. Por eso, tengamos cuidado. Porque a veces con nuestra mentira, con nuestra doblez, con nuestra ambición, con nuestra vanidad, con todo lo que es para afuera y que, en realidad, no muestra la verdad de nuestro corazón, podemos hacer mucho mal. Y nos hacemos mal a nosotros mismos, vivimos una vida disociada. ¡Cuidado con la hipocresía! «Señor, libranos de la hipocresía, libranos de la mentira y ayudanos a ser coherentes en la fe; verdaderos cristianos coherentes con lo que decimos, creemos y hacemos».

Pero hay una segunda cosa que es más linda en las palabras de Algo del Evangelio de hoy. Jesús nos habla de «no temer». Hay gente que hace el mal -es verdad-, gente que nos puede hacer el mal, gente malvada en este mundo, gente que es capaz realmente de buscar el mal de los demás. Y nos puede tocar personas que nos traten mal y nos hagan el mal, pero Jesús dice: «No teman a los que matan el cuerpo. Teman a aquel que, después de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena».

No temamos a los que realmente no matan lo más importante de nuestra vida, que es nuestra fe, nuestra confianza total, nuestra certeza de que hay algo mejor, de que la vida es mucho más grande de lo que vemos y creemos, y que la bondad es mucho más grande de lo que pensamos. No temamos. Si nos tocó sufrir algo duro en la vida, no temamos a eso. No temas a los que puedan hacerte el mal. Si estamos con Jesús, nada nos podrá voltear, nada nos podrá vencer, nada nos va a doblegar, nada nos va a quitar lo mejor que tenemos. Tememos cuando en realidad no confiamos en él, cuando nos miramos solo a nosotros mismos.

El Padre tiene contado todos nuestros cabellos. ¿Qué más podemos pedir? ¿A quién le podemos temer?