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XXII Lunes durante el año

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».

Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».

Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio».

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor

Comentario

¿A quién de nosotros le gusta sufrir o ver sufrir a los que más quieren? Eso le pasó a Pedro ayer en el Evangelio, no quiso por supuesto que su amigo Jesús sufra. Con muy buena intención, se interpuso entre la voluntad del Padre, o por lo menos lo intentó, y el deseo de Jesús de cumplirla. Es muy difícil comprender esto, es un misterio, es el misterio también más profundo de nuestra fe. Dios permite el sufrimiento y lo utiliza para poder arrancarnos lo mejor de nosotros, para poder acercarnos también más a él. Pedro se transformó en un obstáculo para el camino de Jesús. Pedro también somos nosotros cuando no comprendemos este misterio del sufrimiento y pensamos como pensamos los hombres, y no sabemos ahondar en los pensamientos, en el misterio de Dios. Vamos a seguir con este tema un poco en estos días.

Esta semana empezamos a escuchar el Evangelio de Lucas –te habrás dado cuenta si prestaste atención al comienzo–. Veníamos escuchando el Evangelio de Mateo y, ahora, pasamos a otro evangelista, que, si bien tiene muchas cosas en común y que se parecen, porque hay pasajes similares, siempre hay que decir que cada evangelista –debemos recordarlo siempre– tiene su propia mirada del «misterio» de la persona de Jesús, la lectura de su vida. Y eso nos ayuda muchísimo a enriquecer lo que vamos aprendiendo sobre Jesús.

En esta semana también te propongo que no nos transformemos en oyentes olvidadizos de la Palabra, sino que pongamos en práctica lo que escuchamos, sabiendo que –como dice la misma palabra de Dios– «la Palabra tiene una fuerza capaz de salvarnos». Ahora, tendríamos que preguntarnos: ¿Qué es salvarnos?, ¿o salvarnos de qué? Si no pensamos y reflexionamos en qué tenemos que ser salvados o de qué, o pensamos que ya fuimos salvados de todo y ya no necesitamos nada más, la palabra de Dios no va a tener esa fuerza en nosotros.

Bueno, con ese espíritu, con este corazón, vamos a Algo del Evangelio de hoy. ¿Qué podemos aprender de estas palabras de hoy? Me parece que se podría resumir en cuatro cosas, aunque siempre es mucho más, pero cuatro cosas que nos orientan un poco.

Jesús habla de que viene a cumplir una misión. Él es el enviado del Padre para cumplir la misión en esta tierra con nosotros, en cada ser humano. Él es el que fue dócil a la Palabra de su Padre. Por supuesto, porque él es la misma Palabra, pero fue dócil al envío de su Padre para hacer lo que él le pedía. Y por eso, nos podemos preguntar: ¿Y qué vino a hacer Jesús a este mundo? Vino, según el texto de hoy, a liberarnos, a permitirnos ver, a quitarnos la ceguera. Vino a libertarnos, a darnos la verdadera libertad, y «a proclamar un año de gracia en el Señor».

Muchas veces –no sé si te habrá pasado– tenemos la idea que Jesús, sí, nos vino a salvar –lo repetimos mucho– del pecado. Y eso por supuesto que es verdad y lo vivimos y experimentamos cuando nos sentimos perdonados, cuando nos confesamos, cuando caemos, cuando podemos dejar algo que arrastramos, un vicio, algo que nos atormenta. Pero a veces, ese «salvarnos del pecado», no terminamos de darnos cuenta a qué se refiere principalmente o pensamos que simplemente es ese perdón que se nos da cuando nos confesamos, pero Jesús quiere ir más allá. No solo quiere perdonarnos los pecados, la culpa de lo que hicimos, a través de la confesión, sino que además quiere liberarnos de todo lo que el pecado produce en nuestras vidas, de sus consecuencias; todos los problemas que trae al mundo; la debilidad que nos arrastra también al pecado o sea que, en el fondo, es causa del pecado. Por eso Jesús también viene a liberarnos, a liberarnos porque estamos de alguna manera atados, esclavizados, cautivos de muchas cosas, de nuestra manera de pensar, como Pedro, de nuestra manera de sentir. Cautivos de nosotros mismos, de pecados que también nos tienen atados o modos de ser, actitudes, temperamentos, carácter. Cautivos de personas, de afectos, de cosas, de la cultura, del tiempo. Estamos cautivos de algún modo y Jesús también viene a liberarnos de esto.

Estamos ciegos también porque no vemos bien. No vemos las cosas con claridad. No sabemos todo. Por eso él viene a darnos una mirada diferente de la vida, una mirada distinta de la realidad, de todo lo que nos pasa, para que tengamos, en definitiva, una mirada de fe, una mirada sobrenatural, como Dios mira las cosas.

También dijimos que viene a darnos libertad, a ayudarnos a elegir bien, a permitirnos desplegar nuestra capacidad de elegir: lo mejor que Dios nos dio en esta vida. Y Jesús, al mismo tiempo, viene a proclamar, como dice, un año de gracia. Eso quiere decir que estamos en el tiempo de la misericordia, en el tiempo del perdón (Dios nos da tiempo para que podamos acercarnos a Él), en el tiempo de la reparación de todas las cosas malas que podemos tener en nuestras vidas, lo malo que hicimos, lo bueno que dejamos de hacer. Él viene a darnos un año de gracia, un tiempo de perdón.

Que esta semana empecemos con esta certeza de que Jesús viene a salvarnos, la Palabra viene a salvarnos. ¿De qué? Dijimos, de tantas cosas. Pensémoslo en nuestra vida personal. Viene a liberarnos del pecado, a permitirnos ver, a quitarnos la ceguera, a darnos la verdadera libertad de los hijos de Dios, de los que saben elegir siempre lo mejor, aquello que más nos conduce a la voluntad del Padre.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.