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XXII Domingo durante el año

Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».

Pero Él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?

Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras».

Palabra del Señor

Comentario

“Desde aquel día…” dice Algo del Evangelio de hoy, el evangelio de este domingo en el que se nos invita, como siempre, a descansar de algún modo en el Señor. Es el día del Señor, aprovéchalo. Aprovéchalo siempre porque es un día especial. Aprovechá para estar más en familia. Aprovechalo para dedicarle un poco más de tiempo a la oración, al silencio, a divertirte, a esparcirte un poco, a disfrutar de tantas cosas lindas que Dios nos dio a cada uno de nosotros.

“Desde aquel día” dice la Palabra, o sea, después de que Pedro- ¿te acordás? – lo proclamó como Mesías e Hijo de Dios, y después de que Jesús designó a Simón como la piedra sobre la cual edificaría su Iglesia. Desde ese momento, Jesús anunció que sufriría- ¡qué paradoja! -, que sería condenado a muerte y que después resucitaría. Acordate la escena del domingo anterior cuando Jesús preguntaba: « ¿Quién dicen que soy?» « ¿Quién decís que soy?».

Bueno, por las dudas y para que no nos hagamos un Jesús de “bolsillo”, un Dios a nuestra medida, Jesús nos deja bien clarito qué clase de Mesías es, quién es él realmente. No solamente lo que nosotros pensamos que es, sino que es Él el que nos enseña, realmente, quién es. No es el que Pedro se imaginó, el que nos imaginamos todos. No es el Mesías, de algún modo, “solucionador” de problemas de forma inmediata, con un clic, “ahora”, sino que es el que asume todo el sufrimiento de la humanidad por amor a vos y por amor a mí.

Por eso, aunque a Pedro se le había revelado de lo alto quién era Jesús, inmediatamente se le meten en el corazón y en el pensamiento cosas que no son de Dios. Pedro pasó de ser un iluminado por el Padre del cielo a estar inducido, de algún modo, por Satanás. Quiso interferir en los planes de su Padre, en el pensar de Dios, diciendo: «Dios no lo permita, eso no sucederá», con muy buena intención – ¡pobre Pedro! – cómo nos pasa a nosotros también. Pero, de alguna manera, Pedro se la “creyó” –nos la creemos muchas veces–. Se creyó y se creó un Jesús a su medida y quiso enseñarle cómo tenía que salvarnos. Dios no puede permitir el sufrimiento, Dios debe intervenir y parar con todo lo que pasa. Nosotros creemos lo mismo ¿o no? ¿No nos pasa eso también? ¿Quién no hubiera hecho lo mismo que Pedro ante un amigo que dice que va a sufrir? ¿Quién no hubiese dicho lo mismo: “Jesús no quiero que vos sufras”? Nadie quiere sufrir, es verdad. Yo tampoco, ni vos. Estamos a veces cansados de sufrir. Sin embargo, esos pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

Sufrir, en realidad, y aunque nos cueste, es parte – perdón que lo diga así – es el “combo de la vida”. Creas o no creas, pasas muchas veces y deberás pasar, en algún momento de la vida, por el sufrimiento; el sufrimiento del corazón, del alma, de la soledad, de la tristeza; el de una depresión; el de no soportar ciertas situaciones, de no soportar pecados propios o ajenos; el no poder con todo, el no poder cambiar las cosas; el ver sufrir a los demás, la muerte de nuestros seres queridos, la angustia… y la lista podría ser interminable. Pensemos en esos sufrimientos de la vida que a veces no nos dejan ni respirar, que a veces nos tiran al suelo, nos abaten y nos cansan. Nos sale gritar como Pedro: “Dios no lo permita”, o “¿por qué Dios permite esto?”, que es más o menos lo mismo. ¿Por qué lo permite, por qué permite que suframos? Pero tenemos que aceptar esta realidad en silencio a veces. A veces tenemos que aprender a hacer silencio del corazón y decirnos a nosotros mismos: “Dios lo permite. Sí, es verdad, no me gusta. Es un misterio, pero Dios lo permite”. Jesús lo permitió. Jesús lo quiso, lo eligió. Eligió ese camino y, por eso, le anticipó a sus discípulos que iba a tener que sufrir, pero que iba a resucitar. Nunca hay que olvidarse de esa parte.

¿Y cuál es la salida entonces en este domingo? Ir detrás de él; renunciar a nosotros mismos y cargar con nuestra cruz del sufrimiento y seguirlo; no estar pensando en nuestros propios pensamientos- valga la redundancia-, sino en los de Dios. Todo un programa de vida. Ir detrás de él, no como Pedro que quiso ir delante de él. Renunciar a nuestros propios criterios y a miles de cosas más que no nos dejan caminar en libertad. Cargar con la cruz de ese dolor que andás esquivando porque no te gusta, porque a ninguno le gusta sufrir. Por eso, hay que seguirlo, cargar con la cruz, cargar con ese peso que a veces nos molesta y seguirlo con amor. Ahí se pone lindo, ahí se pone buena la vida. Cuando empezamos a seguir a nuestro Maestro, eso tiene sentido. No el “sufrir por el sufrir”, sino el cargar con amor, mirar a nuestro salvador y seguirlo hasta el final.

Él va por el buen camino y va por el mismo camino que nosotros. No tengamos miedo. Ya hizo lo que nosotros vamos a hacer. Ya hizo ese camino que a vos y a mí nos da bastante miedo. Va al lado nuestro haciendo siempre el mismo camino. Va abriendo brecha, nos va mostrando hacia dónde vamos, cargando con la cruz, estando al lado de tu cama cuando andas enfermo, estando al lado de ese familiar tuyo que está sufriendo también. Él está ahí, está siempre, asumiendo todo lo que nosotros a veces queremos esquivar. Mejor es sufrir con Él que sin Él. Mucho mejor es sufrir con sentido. Eso es salvar la vida, es perderla mientras se la va ganando y encontrando. Porque a medida que vamos muriendo a nosotros mismos, a nuestro egoísmo, a nuestro orgullo, a nuestra soberbia, a nuestros caprichos, vamos encontrando la verdadera vida.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿De qué nos servirá tenerlo todo, ser los mejores para el mundo, que todos nos reconozcan y nos aplaudan si perdemos la vida en nuestros egoísmos; si nos perdemos de amar, de cargar con el lindo peso del sufrimiento y seguir a Jesús hasta el final?

Si crees en él, esa es la mejor alternativa. Todos los demás caminos son, en el fondo, más complicados. Ponete detrás de él. Renunciá, cargá con el sufrimiento, con ese dolor que te está agobiando y molestando, y seguilo. Eso es lo mejor que nos puede pasar.