Jesús propuso a la gente otra parábola:
«El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”
Él les respondió: “Esto lo ha hecho algún enemigo.”
Los peones replicaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”
“No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”».
Palabra del Señor
Comentario
Durante la siembra del buen sembrador, de ese sembrador generoso, incansable, de ese que no calculaba, del que siembra sin discriminar jamás… se mete, se cuela, como se dice, el enemigo para sembrar la cizaña. Se mete el “coludo”, como se dice, para meter la cola. Esto no es de ahora, es de siempre, desde que el mundo es mundo. Aunque ahora no se hable mucho y no nos guste escuchar. El enemigo, el diablo, el demonio o como le quieras llamar, odia la siembra generosa de Jesús y mientras duerme el sembrador y nosotros también, se dedica a querer llenar este mundo y el corazón, nuestros corazones, con semillas que no son las del Reino del Padre. “El demonio- dice la Palabra- anda buscando a quién devorar”.
En este domingo Jesús sigue con sus parábolas. Sigue hablándonos del Reino de Dios para que comprendamos un poco más esta realidad tan compleja.
¿Pensabas que la parábola del sembrador se iba a quedar ahí nomás? No. Las cosas de Dios no se comprenden desde un aspecto nada más, sino que es necesario escuchar y escuchar. Escuchar y escuchar. Es necesario conocer diferentes “caras”, diferentes matices. Es lindo saber que Jesús es un sembrador generoso y que la semilla de la palabra de Dios, a pesar de que se desperdicia mucho, da fruto porque siempre encuentra un corazón abierto a recibirla. Pero la parábola de hoy nos quiere ayudar a que no nos olvidemos de algo también muy importante. Quiere mostrarnos que no podemos ser ingenuos creyendo que con eso alcanza. En el campo de Dios, en el campo del mundo, en el campo de tu corazón y el mío, también hay cizaña. Hay cizaña sembrada por el enemigo y la cizaña es muy parecida al trigo al principio.
La primera reacción de los peones, de nosotros también podríamos ser, se resume con esta pregunta: “¿Quiere que vayamos a arrancarla?” ¿Quién no pensó alguna vez como los peones del campo de la parábola de hoy? ¿Quién de nosotros, muchas veces, no tiene deseos profundos de que se acaben los malos, la maldad, que se acabe el mal representado en la cizaña? Es la reacción natural e inmediata al darnos cuenta de que en el “campo de Dios” alguien sembró cizaña y, lo que es peor, parece que, a Dios, “al dueño del campo”, no le importa tanto: “No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo”. Como diciendo: “A ustedes no les corresponde. Ustedes se pueden equivocar”. Nos gustaría mucho ayudar a Dios a terminar con el mal del mundo. El de la Iglesia y el de nuestro corazón. ¡Qué ganas de que tanto mal se acabe de golpe, de un día para el otro; que podamos arrancarlo de una vez por todas! Incluso nos gustaría a veces ocupar el lugar de Dios, que él mismo parece no tomar. Sin embargo, él espera. Acordate. Su paciencia es infinita, hasta nos impacienta que sea tan paciente.
San Agustín lo expresaba así, magistralmente: “Tolera, para esto has nacido. Tolera, pues tal vez eres tolerado tú. Si siempre fuiste bueno, ten misericordia; si alguna vez fuiste malo, no lo olvides. ¿Y quién es siempre bueno? Si Dios te hiciera un examen minucioso, sería más fácil que él te encontrara algo malo ahora, que no que tú mismo te hallaras bueno en todo momento. Por lo tanto, ha de tolerarse esta cizaña en medio del trigo. Ahora, pues, no es el tiempo de la separación, sino el de la tolerancia”. ¡Qué difícil, pero qué lindas palabras!
En realidad, es al revés de lo que pensamos. A Dios le importa tanto su “campo”, le importa tanto cada uno de nosotros, que quiere esperar hasta el final para darles la oportunidad a todos a convertirse. A vos y a mí también. Somos peones. No lo olvidemos. No seremos los cosechadores. Incluso la parábola muestra que, aunque el propietario se da cuenta de que existe la cizaña, no les recomienda a los peones la cosecha, el quemar la cizaña, sino que eso lo harán otros, los cosechadores. Todo un signo.
Todos seguramente tenemos, en realidad, también algo de cizaña en el corazón, porque el maligno también la siembra cuando dormimos o cuando somos soberbios, cuando andamos queriendo arrancar la cizaña de otros lados y no vemos la nuestra. Todos tuvimos más o menos cizaña en algún momento, y Dios nos esperó y confió hasta el final, sigue esperándonos. Si hoy no somos cizaña es gracias a él y si perseveramos hasta el final como el trigo, será gracias a él.
Por eso no tenemos que ser como los peones que, por ver la cizaña, por descubrirla, se creen con el derecho a arrancarla, corriendo el riesgo de arrancar también el trigo. Es la reacción natural, la de todos, pero no es la de Dios. No es la de tu Tata Dios, el tuyo y el mío. ¡Gracias a Dios! Jesús no es como nosotros, sino estaríamos ya todos “atados y listos para ser quemados” como la cizaña. La paciencia de Dios muchas veces nos hace sufrir, pero es por la paciencia de Dios que al final nos llegará la salvación, cuando venga la cosecha y la justicia misericordiosa del Padre se ponga de manifiesto. Mientras tanto… paciencia, misericordia, tolerancia, no tomar el lugar que no nos corresponde.