Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.»
Palabra del Señor
Comentario
Repasemos la lista. El primero es Simón, que luego Jesús le llamará Pedro, el primero en todo, incluso también en negarlo. Y el último Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. ¡Qué paciencia la de Jesús! ¡Por favor! Cualquiera de nosotros hubiese elegido tan distinto. Digamos la verdad. ¿Vos hubieses elegido a un pescador del montón para ser cabeza de los Doce? ¿Vos y yo hubiésemos elegido a Judas como apóstol sabiendo que algún día nos vendería por unas monedas? ¡Qué paciencia la de Dios! ¡Qué paciencia la de Jesús! Es increíble pensar que Jesús haya tenido tanta paciencia al elegir a quiénes eligió. Hombres sencillos y pobres, algunos bastantes rudimentarios y sin instrucción, hombres simples y que en su tiempo nadie los tenía en cuenta. Jesús nos descoloca con su infinita paciencia. Sin embargo, once de estos doce fueron los que armaron un lindo desparramo con su amor, predicando el evangelio… ¡Que locura!
Que paciencia la de Jesús para elegirnos a nosotros, a vos, y a mí como sacerdote. ¡Qué misterio de la paciencia amorosa de Dios, pudiendo elegir a miles mucho mejores! La paciencia de Dios, la paciencia de Jesús muchas veces nos hace sufrir, nos hace impacientar, porque rompe nuestra lógica. A veces quisiéramos que Jesús barra con todo, cambie muchas cosas, de nosotros y de la Iglesia, del mundo. Sin embargo, así como a Judas lo esperó hasta el final, así como a Pedro le perdonó sus imprudencias, a vos y a mí nos espera y nos espera. Sabe qué es lo mejor para todos y no nos presiona, no nos obliga, nos invita, nos atrae con su amor lentamente, a lo largo de toda la vida. ¡Qué paciencia que nos tiene, tenemos que reconocerlo!
Pero al mismo tiempo qué paciencia debemos tener todos al ver el modo que eligió Jesús para seguir transmitiendo su mensaje. Él eligió la debilidad para manifestar su amor, no hay otro camino. Jesús le tiene paciencia al hombre, pero nosotros también le tenemos que tener paciencia a Jesús, es justo respetar sus tiempos, Él sabe por qué, Él sabe que somos duros y necesitamos masticar y madurar las cosas.
Si Jesús nos tiene y nos tendrá tanta paciencia. ¿No es lógico que nosotros también empecemos a tenernos paciencia, a nosotros mismos y a los demás? No seamos impacientes, aprendamos a esperar, no seamos atolondrados, nos hace mal. La paciencia todo lo alcanza, porque te alcanza el amor y el amor es todo.